sábado, 16 de diciembre de 2023

Tengo una cuenta que saldar con el gobierno



alFredoTriFf


La última semana ha sido la hecatombe. No puedo hilvanar las ideas. La culpa la tiene la gramática. Somos el pueblo. Me siento como si estuviera en un pantano. Las palabras flotan pero no se amalgaman. No se hacen oraciones, rebotan y se rechazan. Yo soy el sujeto. Lo que hago es el verbo. En este calabozo es el complemento directo. Oigo mucho ruido y me está volviendo loco. Me llevaron a un salón lleno de gente. Me acusaron. Son verbos, ¿no? 

Ella me acusa. Una jueza. Una vieja abogada me quiere aconsejar. Me habla de la pena de muerte. La muerte es el sustantivo. El gobierno, otro. El sustantivo quiere engañarme y hacerse pasar por verbo: Matar. Me llamo Jared. Tengo un uniforme naranja. Naranja es palabra y también sustantivo y adjetivo. Una fruta. La naranja mecánica de Jared. Le disparé a un montón de gente. Un disparo en la mente de Gabrielle. Matar la mente. Matar me sabe a menta. 

Quieren cambiar la fonética, el peso de la gramática. La tiranía política. Matar el verbo. El genocidio. El abecedario del voto. ¡El voto que presida con el verbo! Yo soy Jared, un sujeto que recuerda. 

Llamé a Ben y me despedí. En facebook escribí "Goodbye friends". Pasé por casa de Michelle. Necesitaba hablar con el verbo del verbo. Gabrielle es el diablo. Pienso que es hora de acabar con el gobierno. ¡Qué infierno! No, dije: Wassup. Michelle se viró y apunté a la cabeza. No. Solo la saludé. Pero ya no me fio de ella. 

Estoy solo. Somos el pueblo. Ahora recuerdo. A las 11:35 p.m. dejé un rollo de negativos en Walgreens. Estaba extenuado, afín a la víctima, buscando la lógica. Llené el tanque de gasolina y alquilé una habitación en un motel. A la 1:45 a.m. manejando a casa de los viejos me tropecé de nuevo con Michelle. Es amable, pero no es confiable. Quien confía se olvida, se distrae, se despista. De ahí la duda, luego el disparate, el engaño, luego la culpa y por último, el delito. La Constitución no se equivoca jamás. Nos convoca a cumplir. Asumir qué somos. Por ahí viene Tierney. Pobre Tierney, al menos sabía de gramática. Tierney es el pretérito perfecto junto a la preposición simple. Un día le hablé de la Constitución y me dijo: "no me interesa la cuestión, ni la política". En conclusión: un verbo que no existe. Lo llamé tarde. Estaba triste: Soy Jared. We had some good times together. Peace, out.

Volví a Walgreens a ver si tenían mis fotos. Vi el reloj de la tienda (a menos que no hubiera un reloj en la tienda). Pero ahí estaba, redondo con el borde negro. Lo hube de ver a las 2:19 a.m. Regresé al motel muy cansado y me metí en la cama. Me hube de despertar sobresaltado. ¿Habrían sido las 4:11 a.m.? Fueron las 4:12. Son las 4:13. Vuelvo a Facebook. Subo las fotos: Goodbye friends. Necesito balas. A las 7 a.m. pasé por Walmart. Vuelvo a las 7:04. Creo que allí compré el backpack y más municiones. O no fue allí. Hube de comprar las balas a las 7:04 a.m. Prefiero el pluscuamperfecto. Me hubo de parar un policía. Hube de decirle: "disculpe oficial". Nada de interjecciones. Nada de exclamaciones. Nada de contracciones. El verbo evita las convulsiones. De momento, hubo de aparecerse el viejo. Jodiendo como siempre. Serían las 8 a.m. 

Hubo de imperar el qué: Que dónde estaba anoche, que qué me pasa, qué me creo, que voy a terminar enfermando a la vieja. Contra el estado del qué presento la rebelión del NO. Le dije que no entiende, que no entendía. No es sólido en sus creencias. No comprende la importancia de la gramática. No repudia al gobierno. No es un patriota. Me quiso lastimar. Lo empujé fuerte: You’re full of shit! Lo dejé cacareando. El sujeto tiene que llegar. El predicado con el verbo debe luchar.

Son las 9 a.m. Somos el pueblo. Estoy solo, tranquilo. Todo está listo: Tengo 31 balas con dos peines, un cuchillo, mi tarjeta de crédito, la licencia de conducir y $55 en la cartera. Voy caminando cabizbajo, pensando y sopesando la verdad: Matar al diablo. Llamo al taxi. Llamé al taxi. Hube de llamar al taxi. Ya llega. Son las 9:41. 

We are the people. Tengo una cuenta que saldar con el gobierno.

jueves, 14 de diciembre de 2023

Operáticos y sinfónicos, las vicisitudes del estreno de Wozzeck de Berg y Kleiber en La Habana


Cartel de Jan Lenica, 1970

alFredoTriFf


La capital europea se hunde en el gris siniestro, voces lejanas de batallones camisas-carmelita agitan al populacho. Wozzeck fue mi ópera favorita antes de escucharla en vivo. No debía serlo, si se compara con otras que conozco casi de memoria de haberlas tocado tantas veces en “el foso” del Teatro Nacional. Por ejemplo la tríada verdiana de los años 70 de la Ópera Nacional: “Traviata”, “Rigoletto” y “Il Trovattore”... o “Tosca” de Puccini. 

¿Bel canto? Jóvenes al fin, nos divertíamos denostando el género. Mofarse del bel canto era una moda y teníamos razones. La técnica de cantar engolado no parecía natural. Invento florentino barroco/temprano de ideólogos aristocráticos, ese afán dramático se nos antojaba cogido con alfileres. Cuánto tiempo perdido escuchando a compositores como Lully, Schütz y Purcell el mejor de los tres. Jugaban ellos con técnicas dramáticas prescritas y soluciones greco-romanas abigarradas. Todo tiene su explicación. 

A principios de los 2000 convoqué una discusión con dos connoisseurs ya desaparecidos: el doctor y sicoanalista Juan Márquez y el conocido abogado y pedagogo Rolando Amador. Ambos miembros destacados del ambiente musical habanero de los años 50 tempranos*. Aprendí que La Habana tenía dos claques: los operáticos y los sinfónicos. Los segundos desestimaban a los primeros como aficionados de segunda. ¿Por qué? En la ópera la música es esclava del drama, pero no hay ni drama ni música. Por lo fragmentado del resultado, por su hibridez, la ópera es “estructuralmente femenina” (pronunciaba el psicoanalista Márquez); “... lo sinfónico, masculino”.** 

Einen moment, bitte. Los sinfónicos, sin saberlo, tenían las de perder: Mozart, genio del género sinfónico era un fanático de la ópera italiana (¿habría ópera moderna sin “Don Giovanni”?). El dios sinfónico, Beethoven, tiene a “Fidelio”, compuesta ya en su madurez (si bien deploró la experiencia llamándola “un verdadero martirio”). Schubert, figura cimera del Sturm Und Drang tiene dos óperas (algo que conocen pocos músicos, pues casi no se tocan). Aquí entra la figura de Erich Kleiber***, director de la Orquesta de la ópera de Berlín (Staadtsoper Berlin) hasta 1935, cuando abandona Alemania. El célebre director terminó, por suerte para nosotros los cubanos, dirigiendo la Orquesta Sinfónica Nacional (1943-1947).

Carpentier, Kleiber y Lam en La Habana, años 40

Volvamos a la cena, cuando Amador menciona el nombre de un cierto Dr. Sastre, profesor de derecho de la Universidad de La Habana por los años 40, musicólogo amateur y amigo personal de Kleiber. Fast forward a principio de los 60 cuando Sastre ahora defenestrado por los camisas-verde-olivo fidelistas, conversa con Amador en la mansión tipo neomudéjar del primero, llena de perros, con enormes matas de mango y aguacate, en la calle Castro en Guanabacoa. 

Kleiber compartió con Sastre el meollo del estreno de la primera y única puesta en escena de Wozzeck de Alban Berg en aquel Berlín de la decadente República de Weimar. Las luchas de Kleiber luchando con los músicos del teatro, el insoportable empresario Nachod. Los amigos del círculo de Berg: el arquitecto Adolf Loos, Jakob Wassermann (novelista y editor de Simplicissimus) y el compositor Edmund Eisler, que le cambiaron la vida. El apoyo incondiconal de Schoenberg durante los ensayos. Los chismes del amorío de Mathilde (la mujer del padre del dodecafonismo) y el talentoso y suicida Richard Gerstel. Los buenos ratos después del ensayo compartiendo cerveza negra en un bar de mala muerte donde tocaba el prodigioso violinista gitano Abrai Nicolescu, asesinado por la Gestapo en 1939. 

¡Sólo serán tres ensayos! Nachod llorando miseria, accidentes inesperados de tramoya, los cantantes olvidando las letras, el trompicón del barítono Leo Schützendorf (interpretando el papel principal) un día antes de la función. ¿Y la noche del estreno? Un público escaso, aunque vehemente. La presencia de los Schoenberg, los Berg, los Webern (y sus respectivos alumnos), un Karl Krauss muy enfermo y el séquito de Alexader von Zemlinsky (mentor de Schoenberg), quien había viajado desde Viena para el estreno. 

Wozzeck resultó un éxito.**** 

A través de aquella vívida experiencia del estreno de Wozzeck, Sastre revivió una época perdida para siempre. El cuento de Sastre adquirió otra dimensión en una audición privada de Wozzeck (mi primer gran encuentro con Alban Berg) con la Orquesta Sinfónica de NY con Dimitri Mitropoulos, en el estudio del segundo piso de la casa de mi maestro de violín Radosvet Boyadyief en el Cerro. Un invierno de 1981 decidí pagar una entrada costosa y escuchar la ópera por primera vez en vivo con la Metropolitan Opera bajo la dirección de James Levine.

Kein haber fresse sie, Kein wasser saufe sie.


____________

* La discoteca de música clásica de Juan Márquez en su apartamento de L y 23 tenía más de dos mil acetatos. Tuve la oportunidad de esuchar muchos discos en esa colección durante los años 70 en la Biblioteca Nacional. El cuño rezaba: Discoteca del Dr. Juan Márquez.  
**No hay homofobia en esta declaración. Márquez era abierto de mente y lacaniano de entrenamiento. El crítico de arte miamense Carlos Luis, amigo nuestro de la época y miembro confesado de la claque sinfónica, compartía esta idea. 
*** Erich Kleiber no era judío. Abandona Alemania porque estaba desencantado con la política cultural de Entartete Musik. Kleiber se inaugura en La Habana el 25 de marzo de 1943, en el teatro Auditórium dirigiendo La Eroica de Beethoven. El 19 de noviembre de 1944, Kleiber inicia los llamados “conciertos populares de los domingos”, dirigidos a estimular el disfrute de la música entre un número creciente de espectadores. Entre 1943 y el 24 de marzo de 1947 Kleiber dirigió 80 conciertos al frente de la Orquesta Filarmónica de La Habana, y 40 fueron primeras audiciones o estrenos.
**** Wozzeck inagura el camino atonal de Berg desencadenando la revolución imprevista del dodecafonismo. Berg representa el lado lírico de esa revolución.