Salvador Dalí, La persistencia de la memoria, 1931
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Estudiante: ¿Quién eres?
Historia: Soy la historia.
E: ¿Y qué eres?
H: Soy la que da de sí: deíctica. Me doy a los sentidos.
E: ¿Y cómo?
H: Muestro lo que doy y soy. Tú me percibes por tu intelección y tu sentir. Tú también das.
E: Es algo confuso.
H: Para nada. Tú eres real. Mi sentir y yo somos reales en tu intelección. Cuando me ves, aparezco como algo “más allá”, distinta a lo que esperabas. Nunca apareceré como suficientemente “real”.
E: ¿Será un defecto de fábrica?
H: No, es un asunto de composición: la realidad es dura, la memoria, un tejido de aproximaciones.
E: ¿Qué relación hay entre ambas?
H: La historia es la memoria de la realidad que ya NO ES.
E: ¿Y el presente?
H: No existe historia en lo instantáneo. Pero hay un AÚN que flota y desde ahí se asoma la dualidad. La incongruencia del momento es que continúa irrepetible.
E: ¿No decía el sabio Heráclito que todo cambia?
H: La historia no puede ser cambio continuo por encima de la realidad, pues entonces no podría haber historia.
E: ¿Se repite la historia?
H: Se repite en su generalidad. Y toda generalidad es ciega a los detalles.
E: ¿Cómo organizo todo eso?
H: Es muy sencillo. La historia es una y se abre en épocas.
Llamamos “época” a una secuencia de episodios. El episodio (del griego episodión) consta de dos momentos: “epi”, encima de, y “sodos”, hacia dentro.
E: ¿Qué tiene el episodio?
H: El episodio no contiene la realidad propiamente, sino su informe en la memoria. La memoria y el episodio son oblicuos.
E: ¿Y qué hay en esa memoria?
H: La memoria de la historia es el archivo total de todas sus versiones. No hay memoria sin un ancla en la realidad. Empero, la memoria es susceptible de desgaste, extravío, distorsión y pérdida. Y ahora se me hace tarde. Dejémoslo para la próxima.
(continuará)
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