El mundo percibe, ya muy tarde, el luego de la vuelta equivocada.
Construímos algo fortuito. Le dimos tanta asiduidad, tesón y esperanza, que despertamos amargados (versión folclórica de los penados al tártaro que es la realidad de tener que vegetar revuelto de sentina que llega a la boca). Cuando algún pecador novato ingresa al averno, sube la inmundicia y se padece lo inevitable.
Y los ángeles del error braman: ¡No hagan ola, muchachos!
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