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Debe recordarse al lector de lo relativo de las cosas. La elasticidad de lo conceptual que toca las cosas y las cosas que tocan a las ideas: es un círculo. Un mundo de asuntos acaecen entre idea e idea. O entre idea y acción, con las cosas de por medio. El mundo nos contiene y también contiene la historia que aquí se relata.
Las ideas son como gente que ronda de aquí para allá, a veces sin motivo. Tal vez los motivos no le atañan a la mente. ¿Cómo saber lo que sabe? El saber siempre se ignora. La verdad de las cosas nos toma la vida. Y la verdad de la vida envuelve las cosas. Se trata de ver algo que uno mismo hace o piensa y que parece no haber sido ponderado aún, o que no lo será jamás. Hay que caerle atrás a la pregunta, conocer no ya la duda, sino su dolor. ¿Dónde se origina todo eso? Acaso ese lugar no esté en la mente. Hay más que mente en el dolor.
Se ha dicho que hay un abismo entre intención y acto. Lo que sucederá ahora es un caso típico de los espacios entre lo que se piensa y se hace y entre lo que se hace y lo que sigue. Déjese al poder de la causa a un lado, y el efecto puede confundirse con su causa. Detrás de eso yace el infinito del resbalo.
Se dispone a sacar el dinero de la caja fuerte de su jefe. Es un empleado de confianza. Lo ha planeado todo desde hace tiempo. Con paciencia, con atención al detalle. Es irónico que la mayoría de los robos hayan de ocurrir entre gente que se confía. La confianza es una cercanía y allí hay siempre un peligro que acecha.
La mente no conoce sus razones. Parece contradictorio, porque cuando alguien hace algo, lo hace con una idea en mente. Se cree que una idea es eso tan sólo. Pero no es así. Por ello se tiene una idea equivocada sobre la mente. Ahora, por ejemplo, la idea que existe es que pueda caer tan bajo. Que pueda hacer algo así. Y si después de hacer la pregunta siente ese vacío de no saber que responderse, es porque no hay nada que decir cuando la idea se ha liberado de sus paredes protectoras. Alguien objetará que así no se pregunta. Que la historia exagera la discontinuidad entre idea y acto. Sin embargo, es probable que la pregunta estuviese por debajo de otra idea, una que justificaba la respuesta que nunca se dirá uno mismo. O lo que es peor, una respuesta ignota. Cabe preguntarse por qué habría de conocerse todos los negocios de la mente. Hay asuntos no pensados -y hay asuntos impensables.
Una idea a mano es que tiene la mejor razón del mundo para hacer lo que hace. Uno siempre tiene razones. Bueno o malo es relativo a dónde estamos en ese momento. Claro, hay siempre deseos de por medio. Ese deseo crea una necesidad. Pero ya aquí estamos de nuevo en las ideas. Lo que nos ocupa es un buen ejemplo. Se verá en un momento que la explicación de lo que ocurre no yace en lo que se piense. Hay algo que va mas allá de la idea pura. Algo que torna la idea en movimiento. Quien inquiera la verdad debe ir detrás del perfil de las palabras, al vacío de lo predecible de los gestos y unir esos trazos separados de historia. Puede que el lector haya notado que la voz que habla no es sólo la voz que piensa.
No está nervioso. Le sorprende que todo marche con esa mecánica perfecta, casi trivial. Como si no estuviese haciendo nada fuera de lo rutinario. Como si robar fuese una cosa de costumbre. Debiera sentir profunda aprehensión, no ya temor. O una especie de ansiedad. Sentir no frío, sino la idea del frío en la piel.
¿Qué motivación o deseo lo lleva ha hacer algo que le es indiferente? Ahora lo que necesita es no esperanza, sino un poco de confianza en sí mismo. En un momento así, cuando se presume que todo salga bien, para que todo tenga al menos un viso de sentido. ¿Actúar sin propósito? Como si no deplorara su falta de entusiasmo, esa falta de deseo. No en el deseo, sino detrás de la idea de tenerlo. Como alguien le llamara desde afuera, con las ventanas cerradas, en un día lluvioso.
Se siente mejor que otras veces ha pensado -ante la ausencia de sentirse bien. Se necesita saber más del asunto mismo. Proyectarse ese mundo lleno de ideas para tener razones. Ellas hacen la historia. Pero siempre hay huecos. Las razones se van por las hendijas. Uno confía en que las razones pueden guardarse, es decir, la idea de las razones.
Ahora duda que jamás ha pensado qué le llevó a éste punto. Descubre que necesita tener la idea de una convicción sagrada. Siente que va de un lado a otro, sus ideas corren de cuarto en cuarto sin dirección. Quisiera que el pensar fuese como abrir la puerta y tropezarse con un rostro conocido y amable. Siente que camina sobre un sentir imaginario. No reparó que ha llegado al último fajo de billetes. Y la realidad lo substrae de ponderar, de desenterrar ideas interminables, encadenadas por los más nimios motivos. De ahora en lo adelante comienza una nueva vida, se dice (o acaso fue una idea en un espacio sin paredes). Cierra el zipper de la maleta que contiene los fajos y se dispone a salir.
Justo antes de abrir la puerta percibe que alguien se dirige a la oficina. Puede ver a través de los cristales ahumados la figura de alguien conocido. La silueta que se mueve hacia la puerta que él necesita cruzar. Alguien vestido con una ropa negra, ese color que le sugirió a su jefe para el viaje. ¿Es que no se ha marchado aún? ¿Habrá tenido un accidente y canceló sin avisarle? ¿Habrá dejado un mensaje en el contestador telefónico? No tiene tiempo para decidir y siente que no puede esconderse y le asalta la idea que oye claramente la cerradura de la puerta que cede ante la llave y que el picaporte muévese a la izquierda y que un clic seco y metálico indica que la puerta ya se abre y entra un frío colosal por esa rendija y tiene la idea que alcanza a mirar el débil quicio que muestra un rostro que no puede distinguir con claridad precisa pero que sin embargo (en esa cuestión de un instante) le produce la vaga intuición de una certeza que debe ser imposible.
La figura, o la cara de la figura vestida de negro, se mueve. Parece dejar el rastro de su propio movimiento como coagulado en el aire, la cara a la izquierda y ese perfil emerge con la claridad mas exacta que haya visto jamás. Una faz sin un asomo de sorpresa, sin miedo alguno. Una cara que conoce desde hace muchos años de verla todos los días en el espejo.
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