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No hay mayor peligro para una democracia que desmarcarse de los intereses de la ciudadanía. La sismología política ha registrado consecutivamente cuatro sucesos críticos en el hemisferio sur de América. Estallidos sociales en Haití, Quito y Santiago de Chile. Más una confrontación en Bolivia resultantes de unas elecciones secuestradas por el régimen de Evo Morales.
La suspicacia de los que hemos asistido por seis décadas a las tácticas y estrategias del castrismo en el continente no dejamos margen a interpretaciones extraviadas. Quito ha zanjado la perturbación con una mezcla de contén y negociación. Un aperturismo que marca una diferencia con respecto a los errores de los gobiernos de derecha del siglo XX. Santiago no parece enfriarse, continúan las protestas, aunque el presidente Piñera reproduce las tácticas de Quito. Puerto Príncipe permanece en medio de un caos.
En el caso de Bolivia, las próximas horas dictarán el rumbo de su historia. La izquierda pretende a través de Morales perpetuarse.
En meses atrás observamos cómo se organizaron desde Centroamérica varias marchas de inmigrantes para llegar a la frontera de México con Estados Unidos e intentar entrar en territorio soberano norteamericano. La política de muro invisible de Trump, a través de negociaciones y presiones económicas a los gobiernos de la región, logró la disuasión de las mismas.
¿Y quiénes organizaban las caravanas? ¿Eran fenómenos espontáneos o había un plan meditado para desestabilizar la frontera sur norteamericana? La sucesión de caravanas y el soporte suministrado a las mismas en su recorrido evidencian que respondían a una conspiración articulada.
Al parecer un nuevo horizonte político se dibuja al sur del Río Bravo. Un escenario parecido a los años de la guerra fría. El eje Habana-Caracas perdió a Chile, Ecuador, Brasil y Argentina y los intenta recuperar. En este último país se trama la vuelta de Cristina. Simultáneamente se organiza una campaña para lograr el indulto de Lula. Hasta en Cuba se ha reclutado a un conocido escritor para que se preste como pregonero de la causa.
Las guerrillas en Colombia han comenzado una discreta reestructuración. De bajo perfil para no dañar la imagen de La Habana como negociador en el conflicto, pero los nuevos núcleos ya se reagrupan.
Hay quienes fijan el liderazgo de esta nueva empresa de subversión en Caracas. Otros analistas apuntan a La Habana. Muy difícil definir la subordinación entre ambos países. El paisaje político ha sido muy cambiante desde la muerte de Fidel. Uno provee el petróleo a Cuba. El otro, veinte dos mil agentes de inteligencia que soportan al madurismo. Una simbiosis de poder sin lindes distinguibles a estas alturas.
Tras ese maquiavélico eje, secundado por Nicaragua y Bolivia, se erige el respaldo de Putin, el indiscutible hombre fuerte del siglo XXI, gestor y administrador de un curioso híbrido, fusión de estalinismo y zarismo. Conoce mejor que nadie que Rusia carece de la pujanza económica de China, y por tanto sus aspiraciones se proyectan hacia el establecimiento de zonas de influencias, acuerdos militares y calculados compromisos económicos que le abran puerta a la paulatina penetración rusa según lo permitan los recursos del capital nacional.
Por tanto, la estrategia del putinismo a través de los movimientos, organizaciones no gubernamentales de izquierda y partidos infiltrados por agentes de Cubazuela se orienta hacia el aprovechamiento del más mínimo error de los gobiernos democráticos, para generar la combustión social y crear frentes subversivos.
La carne de cañón, como es habitual, se nutrirá de descamisados y jóvenes ilusos. De nuevo la mecánica engavetada de los movimientos de liberación nacional, activismo obrero y estudiantil y las alianzas procomunistas internacionales se ha lubricado y echado a andar.
Es decir, una vez más la vieja guerra indigna contra la democracia. Toma de calles, enfrentamientos con las fuerzas del orden, cocteles molotov, contenedores de basura incendiados, gases lacrimógenos, intoxicados, sangre sobre el asfalto, madres desgarradas, detenciones, ropas manchadas de carmín, ojos colgando de la órbitas, desorejados, frentes abiertas hasta el cráneo, la gran propaganda mediática, ahora multiplicada por las redes sociales, proclamas demagógicas, falsas noticias, cifras de muertos, cadáveres útiles o inútiles...
¡Ah!, se extraña a Reagan. Un presidente capaz de dinamitar con elegancia política y ejecución indetenible a potencias, gobiernos y movimientos subversivos extremistas. Puedo imaginar por un momento las estrechas alianzas con China, el estrangulamiento económico de Moscú, la pisada firme sobre los alardes del cookie face norcoreano, a Venezuela plagada de guerrillas contra, la presencia de tropas norteamericanas en Colombia o en Haití, las emisiones de ayudas de emergencia económica a Chile y Ecuador...
Pero Reagan no está y una vez más lo umbrío de la historia del sur americano se recicla.
Y hablando de esas oscuridades que se ciernen sobre el continente, viene a tema lo que me han contado de primera mano fuentes próximas a los militares que custodian la roca funeraria de Santa Ifigenia, quienes relatan espantados que en tiempos recientes, durante los turnos de madrugada, han visto desbordarse de la tarja que sella el repositorio del polvo satánico iridiscencias tan intensas que lastiman la retina envueltas en un denso humo sulfuroso.
Posiblemente, pienso yo, conociendo la naturaleza folclórica de mi pueblo, no pasan de ser inventos de mitómanos. O sea, pura narrativa de cementerio. Comprendo que hay fantasmas que inspiran un pánico eterno por la inquietante posibilidad del regreso. Más que por la repetición poco posible de su presencia, por la influencia en los adeptos. Por esa legión de seguidores incondicionales provenientes de las sombras que intentarán, bajo su espectro, perpetuar los espacios ajenos a la luz en cualquier época. Son esos los que pudieran sabotear con nafta y pólvora las democráticas alamedas del continente.