Vengo conduciendo por la 37 Avenue acercándome a mi redil en la 20 del NW. Ya saben, justo en la frontera con el conflicto. En el Real Jazz de Sirius rompe Herbie Hancock con la voz de Joni. La luz roja me obliga a parar en la 17 Street. El reloj digital del auto marca la 1:24 a.m. A mi izquierda se detiene un RAV4 color blanco. Echo un vistazo y veo el rostro de piel oscura amenazante y la pistola apuntándome. El alcohol que me acompaña es mi mejor consejero. Elevo a todo volumen a Herbie y Joni y bajo la ventanilla del conductor. La ventanilla del pasajero del RAV4 también baja. La silueta del arma se hace más nítida. La mirada del potencial tirador es desafiante. Me viene momentáneamente a la mente la apología de Sócrates sobre la muerte. La melodía transcurre de carro a carro. Están al cambiar la luz. O, tal vez, al cambiar mi destino. La trama melódica va adentrándose en intensidad. Herbie es un maestro y Joni, nuestra trovadora hippie setentosa, es el agarre a la fiesta existencial. ¡Qué mezcla! De repente, vislumbro que la pistola baja. Hay una piadosa concesión. El hombre de piel oscura se extiende hacia la guantera de su auto. No más armas. Comprendo, la intuición etílica no me traicionó. Se yergue, me mira, adivino en la semioscuridad una mueca amistosa y como que me hace un saludo militar con dos dedos en V. El jazz es un armisticio entre la jungla urbana y la sensible permanencia del prójimo, Cambia el semáforo de roja a verde y los dos carros corren ahora sincrónicos, ventanillas abiertas con el teclado de Herbie y la garganta de Mitchell a toda voz hasta la 19 Street en que hago derecha apaciblemente. La pieza se va acercando al final. El reloj digital marca la 1:29 a.m. Miro el retrovisor. Todo despejado. Nadie me sigue. Medito en los cinco minutos de inmediatez que pueden separar a esa frontera frágil entre vida y muerte, mientras prosigo aliviado hasta mi cueva. Llego y desenfundo el resto de un Merlot y prendo un lancero. Entre copa y humo no tengo palabras de agradecimiento para Herbie y Joni. Me gustaría descargar sobre ese dueto de otra manera, pero no sé cómo. Algo si queda claro del trance, el hombre que amo, el que satisface mis antojos, soy yo. (Jota Erre)
jr: le debes la vida al jazz.
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