JR
Para mis
coetáneos (60 +) es sabido que los cálculos de tiempo y la precisión de los
recuerdos se hacen evanescentes. ¿Cuándo fue? Quizás hace dos o tres años. O
más ¿Dos años con trescientos diez días? ¿Había muerto Fidel? No creo. Porque
mi contendiente me hablaba enfáticamente de la desaparición de Castro. Me
argumentaba con pasión sobre la visión de las nuevas generaciones en Cuba.
“No, JR, olvídate
del putinismo”. Eso no va a suceder en Cuba. Desaparecido los Castro se acaba
todo”. “Y ahí la juventud se impone. El futuro viene con otro color.” “Eso se
jode.”
En este amigo que
polemizaba con entusiasmo siempre he elogiado su optimismo. Si de su
imaginación dependiera, La Habana a la altura del 2018 se estuviera devorando a
Miami.
Pero tristemente
no es así. Mis vaticinios de entonces se han cumplido. La fórmula del castrismo
postfidelista ha amalgamado cuatro asideros: Rusia, China, Viet Nam y Corea del
Norte. Cada uno con sus peculiaridades y contribuciones específicas a la
supervivencia del régimen cubano.
Pero,
indiscutiblemente, y la actualidad no da pie a otro debate en el balcón, que la
vía sellada por la reciente visita de Díaz-Canel a Rusia es la de clonar el concepto
putinista, tomado en cuenta que putinismo es la prolongación de un stalinismo
modernista hibridado con un zarismo reciclado en la nueva burguesía
seudomarxista de los autócratas cubanos.
En el caso Cuba,
esta tendencia previsible desde que altos oficiales licenciados de las FAR y el
MININT en los años 90 se hicieron del control económico y empresarial de la
dinámica financiera en la isla, puede interpretarse como la combinación de la
gestión monopolista de una jerarquía revolucionarista con (a falta de zarismo)
prácticas ancestrales de la oligarquía capitalista prerrevolucionaria. No se
distingue mucha diferencia entre el poder de un Julio Lobo y las prerrogativas
financieras del yerno de Raúl Castro, Luis Alberto Rodríguez Callejas,
ascendido a general en el 2004, el hombre que dirige el emporio empresarial
GAESA que controla el 80% de la economía cubana.
El putinismo es
una Cosa Nostra surgida de una élite de la intelligentsia y del exmando armado
soviético que conocían a cabalidad los entuertos del comercio internacional
blanco y sucio. No hay transacción económica blanda, contrabando o lavado de
dinero que no conozcan.
Una clonación que
está en proceso en Cuba. Con la ventaja a nivel regional para la mafia habanera
ante la metrópoli moscovita, de que tienen penetrado todo el submundo delictivo
estadounidense y latinoamericano.
No en balde Putin
busca alianzas con el mandato de un Díaz Canel-Castro, siempre vigilado de
cerca por Díaz Callejas. No son casuísticos los cuarenta y tres millones
ofrecidos por Rusia como crédito para rearmar a la estructura protoputinista
que se gestiona desde ya en la jerarquía militar que administra la economía
insular, cuyos tentáculos se extienden por todo el continente americano y
ejerce influencias en la política española. Nos son millones para armar un
ejército. Esa sería una suma exigua para ello, pero sí suficiente para apertrechar
a cerebros gangsteriles que sabrían multiplicar negocios mediante la coacción
de un arsenal de estreno.
Se añaden
inversiones en ferrocarril, aviación, posibles asentamientos militares y de
espionaje, infraestructuras portuarias, turísticas, convenios en los servicios
médicos, negociaciones en el comercio del azúcar, otorgamiento de créditos bajos en intereses, facilitación de los convenios con los países asiáticos…Componendas todas con un negociador inestafable.
Y téngase en
cuenta que Venezuela está sometida a merced de La Habana. Bolivia está sometida
a merced de La Habana. Nicaragua está sometida a merced de La Habana. Y Madrid,
con el gilipollas de Sánchez, posiblemente será puesta de rodillas. Todo eso,
con Putin, detrás.
Estamos hablando de
un eje en términos sociopolíticos y en
idiosincrasia narco, en tráfico de
indocumentados hacia USA, comercio ilegal de armas, penetración en círculos
académicos e intelectuales, subversión ideológica, inteligencia, soporte de una izquierda extremista y compra de políticos e influencias en diversas partes del hemisferio, incluido Estados Unidos.
Putin, para mí,
se los confieso, es la figura del siglo. Perverso, carismático, egocéntrico,
influyente, ha desplazado a muchas otras figuras líderes candidatas al
liderazgo contemporáneo. Ha sido
pertinazmente competitivo con el obamismo y el trumpismo. Ha fomentado una actividad
de inteligencia sofisticadamente tecnológica que le ha servido para sabotear
pactos, influencias, elecciones en Estados Unidos, España y otros países. Se ha
erigido líder en causas globales ante la ONU. Ha predominado en su estrategia
en el Medio Oriente. Es el efecto indirecto con sus maniobras diversionistas en
los resultados en la bolsa de New York. Alcanza a supeditar al mundo con cada
decisión directa o derivativa a través de las rutas de la piratería informática.
Y Cuba ha caído
en los antojos de Putin. Dato que implica la resurrección de evocaciones
sovietistas y promesas ostálgicas de devolverle el impacto que tuvo la isla en
el plano internacional durante la época de la guerra fría. Esa es la táctica
cautivadora del putinismo y a esa estrategia responden los comportamientos de
los actuales militantes partidistas de la élite cubana, que nada tiene que ver con el discurso fidelista
demagógicamente sacrificial que le puede haber precedido.
El putinismo entraña pragmatismo y desempeño empresarial. Es la cámara hiperbárica de la supervivencia del régimen. A eso responde la actualidad cubana donde un dueño de una corporación con sombrilla estatal tiene el control del poder y el derecho al voto al que un olvidadizo opositor al gobierno que solo cuenta con el desencanto y carece de programa para conquistarse espacios públicos y prominencia social no puede aspirar.
El putinismo entraña pragmatismo y desempeño empresarial. Es la cámara hiperbárica de la supervivencia del régimen. A eso responde la actualidad cubana donde un dueño de una corporación con sombrilla estatal tiene el control del poder y el derecho al voto al que un olvidadizo opositor al gobierno que solo cuenta con el desencanto y carece de programa para conquistarse espacios públicos y prominencia social no puede aspirar.
Con el putinismo,
Cuba ahora está más cerca de lo que un Batista megalómano de ideario
socialistoide, autoritario y pandillero aspiraba como meta para la nación, que
de la figura del Robin Hood guerrillero que no supo resolver y destruyó la
historia posterior.
A esos dos
legados se abraza la actual doctrina de Moscú en una Habana inundada de
millonarios rusos: el fulgencismo bogante de los 50 y al fidelismo épico fracasado
durante más de medio siglo. Maravilla de fusión de aparentes antípodas. Como si
a partir del 52 o del 59 hubiese que contar de nuevo desde cero. Y en ese
conteo oscuro todo cubano decente, por supuesto, tendrá que sentirse definitivamente
excluido.
El monstruoso
fantasma encerrado en piedra convulsiona claustrofóbico. Es apenas un símbolo ante el cristal lucrativo del
presente. Putin permite la iniciativa empresarial y ciertas flexibilidades
liberales. ¿Puede la Cuba sobrecogida por la miseria resistirse a los
resplandores de ese vidrio? La oligarquía cubana tiene la palabra. La respuesta
en el tiempo no está muy distante.