Omar yace boca arriba sobre la hamaca. Exhausto. Llueve pero el calor de julio no amaina. Duelen las manos encallecidas. El canto de los grillos no logran adormecerlo como otras noches. Se mueve para acomodarse en el fondo del bolsón de yute. Siente el escozor del tajo de la hoja de caña que le tomó desprevenido el pómulo derecho. Se mueve inquieto. Padece. Esto tiene que ser karma, se dice. Escucha el corretear de las ratas por el horcón del albergue. Por un momento desfilan las imágenes de su circunstancia en la pantalla imaginaria frente a sí. Parque Fe del Valle. La protesta. El choque con los uniformados. La recogida. Jaula y jaleo entre guardias y los adolescentes de pelo largo. Libra de milagro. Sin cárcel pero de cabeza para la Columna Juvenil del Centenario. Sol, caña, tierra colorá y machete. Se le entumecen los dedos dentro de las botas rusas. No ha tenido fuerzas para quitárselas. Desmadejado, se abandona a su suerte. Diez millones… ¡no jodas, Fidel! Has reventado a un pueblo. Esto tiene que ser karma, se repite. Lo que comenzó con libertad tiene que terminar con ella.
La cabeza de Omar descansa sobre la diminuta mochila. Corre la brisa sobre la playa. La arena se le antoja un colchón ideal. Hace meses, desde la fuga, que dejó de saber de su familia. De sus queridos viejos. De su viejita adorada. Por un momento vislumbra el rostro tierno de su hermanita Nena, perfilado contra el cielo estrellado de Varadero. Se extasía con la visión, interrumpida por el jolgorio de los festivaleros acampados. Escucha a los músicos como afinan instrumentos. Rompe a tocar un grupo que canta en italiano. El escenario está apenas a setecientos metros. Suenan cojonudos. Tienen vibra los muy condenados. Tentadores. Bien sabe Dios cuántas veces ha soñado con momentos como ese. Pero no puede distraerse. La señal desde el punto de partida puede iluminarse en cualquier momento. No puede quedar mal con sus amigos de Matanzas. Los que le escondieron con celo. Los que le buscaron esta oportunidad de librarse de los cuchillos del tiempo oscuro. Del acoso de sus carteles, sus altavoces, sus tribunas, sus chivatos, sus policías grises, sus barrotes. Y, sobre todo, no puede incumplir con el karma. Lo que comenzó con libertad tiene que terminar.
Los Dik Dik debutaron en Cuba en el Festival de Varadero, la noche del jueves 19 de noviembre de 1970. Creada en 1960, esta banda italiana fue asumida por sus coterráneos con el mismo fervor que los británicos idolatraban a los chicos de Liverpool, aunque jamás alcanzarían ni remotamente el relieve de The Beatles. De sus piezas, algunas se engancharon al repertorio internacional como Il primo giorno di primavera e altri successi con la colaboración de Lucio Battisti, Zucchero con Rita Pavone y la que muestra Tumiami, Isola de Wight, dedicada a la versión europea del mítico Woodstock y que, de cierta manera, sirve de tributo a aquella efímera ventana abierta que representó la versión del festival rockero en los trópicos matanceros en 1970. Esa noche, mientras Dik Dik descargaba en Varadero y los agentes del G-2 vigilaban paranoicos a 150,000 asistentes desatados, Omar corría sigiloso hacia la lancha. Al ritmo del rock mediterráneo. Corría desesperadamente al encuentro de todas las orillas al margen de la fatalidad. Siete horas y media después estaba arribando serenamente al destino de su karma.
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Nota de JR: El protagonista de esta historia vio el post les choses de la vie (1970) e inspirado por los recuerdos me solicitó le reseñara este episodio crucial para su vida.
Muy buena estampa, JR.
ResponderEliminarGracias, at. En la misma hay algo de cada uno de nosotros.
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