lunes, 2 de julio de 2018

Carlos Acosta, columpios y alegrías


Ernesto González


"…el grandísimo cronopio Nijinsky descubrió
que en el aire hay columpios secretos
y escaleras que llevan a la alegría".- Julio Cortázar

En el pináculo de su carrera de bailarín lo llamaban el Nijinsky cubano. Su cuerpo, en pleno dominio de la técnica, era el personaje romántico o clásico que interpretaba. Sus galardones nacionales e internacionales, su tránsito por importantes compañías del mundo y su retorno a casa con importantes proyectos bajo el brazo dicen más que cualquier texto que se le dedique. Pero también hay una historia personal, plasmada en una autobiografía, que por sus connotaciones merece divulgación. Y por ahí va, parece, la película recién filmada.

Criado en Los pinos, una barriada de La Habana, como cualquier otro muchacho jugaba fútbol o bailaba break dance en la calle con sus vecinos. Asistir a la escuela y aprender no estaban entre sus intereses. No obstante, la vida le había preparado un regalo: un padre capaz de ver las potencialidades de su hijo, disciplinarlo y enseñarle a estar alerta y a lidiar con las asperezas de la realidad sin dejar de soñar. Un progenitor que por encima del machismo circundante supo calcular y decidir para bien, los pasos de su descendiente, en contra de los prejuicios que los bailarines enfrentan.

Debió ser duro para Carlos asimilar la reacción de sus amigos cuando se enteraron de lo que estudiaría. Y él, imagino, porque no me he leído la autobiografía, les habrá hecho entender primero a puñetazos y luego por el diálogo, cuánto de esfuerzo físico, concentración y entrega demandaría de él esa carrera.

El deporte y la danza comparten los vasos comunicantes de la disciplina férrea, de una mente que debe desarrollarse para ganar en concentración y arrojo; de la expresión de belleza que resulta al empujar el cuerpo hasta sus límites, de la sana competencia y el triunfo del esfuerzo personal que impregna de alegrías a un colectivo y a un país. Todo eso deben haberlo acabado por comprender sus amistades.

Su formación lo convirtió en exquisito partenaire. Con la apropiación técnica vinieron sus impresionantes saltos. La fuerza, estabilidad y belleza de sus giros, poseían la firmeza heredada, del eje familiar, estático, de su padre, quien a no dudar sabía que el sacrificio es la raíz de las flores exóticas, cuyo perfume se multiplica hasta cubrir de aromas la periferia entera.

Acosta no quiere guardarse para él sus triunfos pasados ni presentes. Desea realizar algo con esas ganancias espirituales, devolverle a la vida lo que le dio, con creces de ser posible. Por eso, además de crear una exitosa compañía hace dos años, y una escuela receptiva a todas las tendencias de estilos y técnicas de la danza, desea ampliar las posibilidades del talento joven. Y no solo el nacional. Está brindando oportunidades de superación a talentos del mundo de los menos favorecidos en otras latitudes.

No puede asegurarse que Acosta poseyera la habilidad de Nijinsky para realizar alardes técnicos en pointe, algo muy inusual en los inicios del siglo pasado. Si eso era parte de un estilo que no asimiló el ballet, o un don elitista, tampoco sabría confirmarlo.

Es evidente, no obstante, que el cubano se acercó a la grandeza de aquella figura en lo concerniente al despliegue técnico y la interpretación. Aunque donde es seguro de que la sobrepasó fue en su victoria contra la ruta de vida que hubo de transitar, en su creatividad como director de una compañía que ha colocado vertiginosamente en lugar cimero y en un humanismo probado.

Bienvenido, entonces, ese filme biográfico de Carlos Acosta, acerca del amor paternal que edifica futuros y de la osadía de construir sus bases en un ambiente discrepante. Felicitaciones al equipo que lidera este proyecto, por llevar al público esta historia de esfuerzo personal y de una entrega en permanente dinámica, por encima de los lauros personales, a una de las ramas más exigentes y efímeras del arte.

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