Jesús Rosado
El título de
estas notas puede aparentar ser tendencioso o amarillista. Pero ni lo uno ni lo otro, al contrario. El
acontecer sanguinario que ya se repite una y otra vez logra superar toda
expectativa sensacionalista al punto de generar, junto al estupor y el terror,
una consecuencia tan disfuncional como las causas que la motivan. Me refiero a
la gradual desensibilización en la percepción colectiva hacia el acto cruel del
asesinato múltiple.
La reiteración de
las siniestras matanzas ha hecho que estas comiencen a perder efecto como
noticia para convertírsele al espectador lejano en referencias comparativas dentro
de la cada vez más apretada cronología de sucesos brutales. Entre los segmentos más desapegados
emocionalmente, no solo se espera con morbo el próximo evento, sino que se revisan
con toda frialdad las estadísticas, se cotejan cifras como si fuesen marcas
deportivas y hasta corren las apuestas.
Esto es, si no se
cambia abúlicamente el canal de TV o la estación de radio para dejar atrás una violencia
que por reincidente ha dejado de merecer la atención prolongada a no ser que su
ubicación geográfica se halle alarmantemente próxima.
Una y otra vez
los cadáveres cubiertos, la fuerte presencia policial, los agentes del FBI, las
conferencias de prensa, las declaraciones de las autoridades de gobierno, el
llanto desgarrador de las familias, las vigilias, la competencia de los medios
por cubrir la noticia, el rostro del asesino, las condolencias del jefe de estado…la tragedia que va dejando de ser novedosa. Que se va
abriendo paso hacia la resignación y su aceptación como fenómeno cuasi
cotidiano.
“No es saludable
estar adaptado a una sociedad profundamente enferma”, comentaba Krishnamurti.
Por lo que cabe preguntarse ante la saga de hechos sangrientos que cada vez se repiten
con más frecuencia, abatiendo el entorno, si el modelo norteamericano contemporáneo
ha entrado en una etapa extrema de la disfuncionalidad social que Erick Fomm
describía en su obra The Sane Society en 1955, en la cual la inopia ante el crimen es
parte del trastorno.
El Presidente Trump ha declarado que todo se trata de "un problema de salud mental de alto nivel". ¿Habrá querido decir de alta intensidad? ¿O se refería a la elite de los cabilderos de la NRA?
El Presidente Trump ha declarado que todo se trata de "un problema de salud mental de alto nivel". ¿Habrá querido decir de alta intensidad? ¿O se refería a la elite de los cabilderos de la NRA?
Pareciera que la sociedad estadounidense estuviera irrumpiendo en una fase distópica, paradísiaca para el sicópata. La respuesta solamente la tiene la actitud de los miembros sanos del cuerpo
social. Excluyo de ellas a los rifleros. El control irrestricto de las armas es también un síndrome sociópata. Por ello, refuerzo, y no creo pecar de tremendista, que el peligro
radica, no sólo en la potencialidad de la masacre, sino en la aberración de asumirla como hábito. Eso nos toca a todos los que amamos la vida, aún con sus asperezas.
La masacre, efectivamente, se ha incorporado a la civilización del espectáculo y como tal queda sometida a sus leyes, incluido el aburrimiento por reiteración.
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