Ernesto González
El último regalo de Liuba María Hevia a sus seguidores, un precioso álbum de cuatro discos titulado Vidas paralelas, es un golpe despedazador a la psicología del incrédulo. El tópico “si no lo veo, no lo creo,” ha encontrado su definitiva implosión en estas canciones, mayormente de la autoría de esta artista completa.
Su sensibilidad la ha comunicado eficazmente con lo invisible, lo emocional, cuyo rango cubre desde la infelicidad y el dolor hasta la alegría inocente de los niños por el solo hecho de sentirse vivos. Y no quiere pasar de largo sin advertirnos lo que ha visto. Su poética nos incita a identificarnos, o sea, a volvernos uno, con lo positivo que hay en esa gama de estadios internos, y diríase, hasta nos ha insinuado la posibilidad de transformarlos en un peso ligero que a corto plazo dejaremos de cargar. Ella es la cantadora de la experiencia individual, nos está asegurando que la poesía es la única que ve.
Lo inesperado de un encuentro, de un probable comienzo que nace en el invierno y se propaga por calles y parques como una epidemia de esperanza, pues “algo de ti me está arrimando al cielo, me está arrimando”; la necesidad de preguntarse “qué hacer con la belleza de esta hora”, ante la ausencia de quien la completaba; la búsqueda del “amor tantas veces buscado” y la invocación a los ángeles para que curen el dolor y no pueda volver, arman una narrativa sobreabundante en matices, empeñada en iluminar rincones y enaltecer los caminos del oyente.
La Habana, siempre presente en el enhebrado de estos temas, como aliada fiel durante cualquier circunstancia. Es asidero, roca donde reposar entre los vaivenes de lo cotidiano. Permanencia y resguardo que se hacen sentir, como una emoción más, visible e invisible, a través de los pasos demasiado lentos de la soledad, “sin tu amor la vida se demora”.
Por otra parte, el mar calmo o deslavado, para esta creadora no es ninguna circunstancia maldita. Es, al contrario, una fortuna, sentirlo atado a la ciudad y a sus habitantes, a sus mundos individuales. Y transmite, como nada puede hacerlo, la remembranza de la eternidad a lo largo del infortunio, en las pérdidas irreparables, en la felicidad casi plena donde también late la melancolía, en las batallas perdidas y las tan difícilmente ganadas, en las oportunidades que no deben dejarse fenecer, en las dudas y sobresaltos de cada minuto.
Una tras otra, cada canción se convierte en el espejo de nuestras vivencias, de las vidas juntas que hemos disfrutado o del paralelismo que lo ha impedido. En cada interpretación un invitado de primera, de la Isla o Latinoamérica, de cuyo rico acerbo se toman ciertas cadencias y evocaciones. Hasta el melodioso portugués tiene su parcela aquí, un añadido que sorprende y se agradece. El empaste de las voces y sus particularidades, fluyen apoyados por arreglos livianos, funcionales. El diseño de la cubierta del disco es atractivo e insinúa el espectro de letras y melodías que nos aguarda. La distribución de las obras en cuatro bloques y su consecución dentro de cada uno de ellos, está realizada con gusto.
Una obra se vuelve logro artístico cuando en su vuelo nos descubre el común denominador de lo humano. No estamos solos en esta increíble aventura, aunque una emoción despechada trate de convencernos de que sí. Lo han demostrado estos cuatro discos y el talento de la autora puesto en función de un objetivo, cumplido con creces, de generar belleza en un mundo cada vez más necesitado de ella.
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