domingo, 25 de diciembre de 2016

La Navidad y el sentido profundo de la existencia

Madonna, de Andrea Solario (1460-1524)

Rosie Inguanzo

Miami, desde Kendall, pasando por Westshester, Doral, South Miami hasta la Pequeña Habana, compite por la casa más y más alumbrada: un trineo de luces, siete venados con la punta de los hocicos prendidas, el muñeco de nieve gigante iluminado por dentro. Y no importa el costo de la luz, que ya se pagará en enero. El sector popular (digamos, el ganado vacuno), empuja y golpea, arrasando con cualquier civilizado que se interponga entre él y el carrito de compras o el artículo superrebajado. Se distorsiona el sentido: zafarrancho de tiendas y hasta fuegos artificiales contrapuestos a la imagen de la Navidad. La Virgen (dudoso calificativo para una señora embarazada de nueve meses), huía buscando donde alumbrar, ya de madrugada acomodándose en un establo paupérrimo. Y qué lumbrera trajo, misteriosamente, la doncella. Contrasta la materialidad exhibicionista del centro comercial y el bombardeo de publicidad con la escasez material en la que nació el Dios de los cristianos. Un niñito que a fin de cuentas circuncidaron al octavo día y cuyas pulsiones fundamentales surgieron de ese primer contacto maternal, como cualquier hijo de vecino. Un recién nacido que puede despertar adentro la sensación de lo sagrado (que conste que soy agnóstica), e impulsarnos a contracorriente al arrobo contemplativo, desde el hondo fondo más posible, desde el candor de un mensaje tan simple como difícil, y el cultivo de la abstinencia de consumo. De cualquier manera, la encarnación de Dios (crea usted o no), tanto como la vida de cualquiera, es un misterio cuajado de propósitos, pasiones, memoria fundacional, datación genética y fuerzas invisibles, milagros cotidianos, oscuridad y lumbre. La encarnación de Cristo llama mi atención sobre ese punto: Somos vida en la carne, y luminosidades en el magma infinito...Luego, ¡a gozar del cuerpo y ha renacer en Cristo o en su deidad favorita! Felicidades.

viernes, 23 de diciembre de 2016

The little drummer boy - Duke Pearson



Pianista de sólida formación, las destrezas de Duke Pearson no sucumben a propósitos más comerciales hasta entrada la década de los setenta del siglo pasado. Sin embargo, la trayectoria previa aporta momentos interesantes como su Cristo Redentor, incluido en el álbum de Donal Byrd A New Perspective de 1963. Fueron los años del 63 al 70 sus más fecundos en su breve paso por el planeta (murió a los 48 años). En esa etapa se concentran sus mejores trabajos como compositor y arreglista, destacando sus once proyectos producidos en Blue Note Records. En 1969, acomete la grabación de una serie de piezas navideñas tradicionales que al ser escuchadas, además de mostrar la intención de variaciones novedosas, revela la manera en que la impronta de Pearson se desliza inadvertidamente entre subgéneros del jazz, ritmos regionales y elementos del pop/rock sin que se noten las costuras. En el disco en cuestión, Merry Ole Soul, puede apreciarse al pianista de ejecución elegante y técnica consumada. De las diez piezas que contiene, mis preferidas son Sleigh Ride y la que he subido a Tumiami, The Little Drummer Boy, de arreglos y performances impecables, en la que piano y drum se involucran en un sugestivo diálogo al cual se incorpora la data registrada en la memoria acústica tradicional del oyente. Acompañan al pianista, Bob Cranshaw, en un bajo oportuno y certero, Airto Moreira, en la percusión y Mickey Roker, en una batería aprovechada con virtud. Lo que le saca el piquete a cada instrumento le cambia la cadencia a la Navidad. (JR)

viernes, 16 de diciembre de 2016

Dalí se pronuncia sobre Trump




Una polla xica, pica, pellerica, camatorta i bequerica, va tenir set polls, xics, pics, pellerics, camatorts i bequerics. Si la polla no hagués sigut tant xica, pica, pellerica, camatorta i bequerica els polls no haguessin sigut tant xics, pics, pellerics, camatorts i bequerics.