Ernesto González
Para ti, mujer-Visnú, diosa preservadora de la vida.
I
Se asomó el recuerdo, una herida
y lo odiaste.
Pero él era otro. Tú también.
No te sustentes de palabras
no avives la memoria
al estar con tu amado.
No pierdas la vida: el instante.
Al reto siempre nuevo
no respondas con lo muerto.
Él, como tú, tiene un solo cuerpo
pero mil deseos enanos en conflicto
afloran por turno
según gire la noria.
Eres el zócalo infinito
donde él quisiera reposar
como un guerrero manso.
Pero no puede.
Esas almas enanas pretenciosas
definen tu destino diciendo
lo que callarías a la espera.
Y lo arrastran a él
a buscar el sagrario que ya tiene
aunque no lo sabe.
No puede.
II
Del vals de la muerte
solo sobrevive lo que es.
Sin palabras ni pensares
posposiciones ni alharacas
pastoreos o salvadores.
Dancen esta noche, esta misma mañana
déjense morir para probar la vida.
Reverberen la llama, insúflenla de ahora.
Dilaten sus poros hasta borrar la piel:
que el fuego transite en dos sentidos
y fusione y mate todo lo que parezca.
No más un antes hacedor del después
ni un más tarde idéntico a lo previo.
Rompe el atadero
descuaja el péndulo
asesino de vidas.
Crea la única pausa
donde desaparecen,
como un soplo bendito, incultivable
él(s) y tú(s).
A ti, mujer,
te basta una emoción para entender.
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