Foto de cubierta: Fausto Canel |
Rosie Inguanzo
La angustia del sábado (Editorial Silueta 2015), relatos de René Jordán, compilación y prologo de Carlos Velazco, se presenta hoy en CCE. El librito me llegó en muy buenas manos, por anticipado. Y es que simpatizo con René Jordan, más por haber seguido religiosamente sus críticas de cine que por haber bailado con él un par de veces durante el Festival de cine de Miami —al que era asiduo.
He saboreado bien La angustia del sábado, colección de relatos habaneros cincuentosos tardíos (atmósfera que ya de por sí, una siempre devora), aliñados con acíbar los rasgos nocivos de la nacionalidad —el hábito de la delación, el machismo y su contrapartida el marianismo, la disposición a la violencia, la mujer objetivizada, la madre posesiva, la banalidad existencial con la abulia sensual, etc.
Porque aunque los personajes oscilan entre ser alimañas o rumiantes entrampados en vidas triviales, el narrador los expone con “odio” sí —como bien apunta Velazco—, pero también de manera autocrítica con penetración analítica y humor ácido. Plasmados quedan los personajes tipo en el leguaje habanero y en los juegos de apariencias destilando veneno: “sus ojos inocentes, levemente malignos”, “tranquilos e incómodos”, “ovejas cansadas al llamado de ese gran cencerro”. Luego prefiero “Una madre ejemplar” y “La angustia del sábado” porque les veo potencial para ser representados; incluso “In articulo mortis” se me ocurre como un ejercicio teatral delicioso. Me pregunto dónde hubiera llegado su estilo. Porque a Cabrera Infante todavía le quedaba benevolencia con la ciudad y las mujeres (o muchachitas, preferiblemente); pero a Jordán tal vez el desengaño lo alcanzó muy joven —según destilan estos relatos. Y para la ficción habrá que tener provisiones.
Hay que agradecerle a Velazco —y a Editorial Silueta—, que a pesar de la resistencia del autor (expuesta en el prólogo) y los accidentes sociopolíticos, compilara y presentara estos cuentos, rescatándolos felizmente. La angustia del sábado se incorpora luego a la producción literaria desigual de una generación que se disolvió en estampida inmediatamente después.
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