Ernst Robert Curtius
Ángel Velázquez Callejas
Fue delicioso leer apenas hace una semana Diario de lecturas de Ernst R. Curtius, autor que Lezama cita y de quien acepta casi a ciegas –supongo que la tomó de los Ensayos críticos sobre literatura europea– la idea “imprescindible”, total, de que la “técnica de ficción” –reconstructiva, por supuesto– yace en la literatura y debe contraponerse –véase en los principios del ensayo La expresión americana– al “método mítico crítico” –que es el “uso de la poesía y el uso de la crítica”– de T. S. Eliot, es decir, a su imposibilidad de precisar en la historia las imágenes que brotan del mundo inconsciente, del mundo de lo no establecido y precisado.
Pero Diario de lecturas en este sentido es sorprendente y revelador para quienes tenemos la esperanza de algún día individualizarnos frente a los hechos colectivos de nuestra historia pasada, pues se diría –después de una revisitación juiciosa del libro– que junto a Eliot, y no hay otra perspectiva al margen por el momento, Curtius se franquea ante el hecho –también sobre la metodología crítico mítica– de que la literatura, en un sentido primordial y absoluto, es justamente la elaboración mítica del inconsciente, de fuerzas que están más allá del control del ego. La literatura, según creo visualizar de Diario de lecturas, comienza con la atestiguación del “mito de las ideas” y finaliza con el “mito del héroe”, que le reconoce y lo asume como su idea. El mito del héroe hace de la literatura –no hay otra posibilidad, a no ser la del antihéroe– un encanto por la aventura, la búsqueda de lo real y la técnica de lo ficcional.
“En cualquier caso –dice Curtius sobre su trabajo crítico literario, sobre lo que denomina la latinidad literaria, emblema de 'estabilidad cultural' y que se precisa en las ideas que estuvieron en boga sobre la teoría del inconsciente junguiano por aquellos días–, uno nunca es libre en la elección del propio camino, sino que sigue a un guía espiritual más o menos ciego”. Camino que por supuesto a Curtius le viene refrendado por antiguas imágenes inconclusas e incomprensibles a las cuales el inconsciente colectivo intentó reservarle una racionalidad crítica (cosa que Eliot admiraba profundamente). Esa incomprensibilidad ante las imágenes inconclusas e incomprensibles, al menos tenidas como consciente, provocó en Curtius y, por qué no, en Eliot, el acto de asumir lo literario al mismo tiempo como acto crítico mítico.
Lo que Lezama desechaba del “método mítico crítico” de Eliot era precisamente lo que Diario…, revelaba para toda crítica de la literatura europea moderna: que del inconsciente, de los mitos, nace el impulso por la literatura y el relato de sí mismo, y del relato por la historia y de la historia como análisis por la imagen. Curtius lo llama abiertamente el hecho antiguo de la continuidad –y Lezama “causalidad”–, cuya corriente advenediza entonces no se podrá separar de la tendencia a recobrar, del tiempo y el espacio, las fantasía tenidas como conciencia astral. Conciencia que da sentido al hecho literario.
De ello se desprende, en líneas generales, el pronóstico –hoy ausente en la crítica literaria– de un esquema de dicha continuidad, que puede ser –siguiendo cierta lógica interna dentro de la regla del inconsciente– del siguiente modo:
De la psicología de Jung (el inconsciente colectivo) a la crítica literaria de Curtius, de ésta a la era imaginaria de Lezama y de ésta a la imagen de la tradición. Es decir, para que se aprecie mejor el juego –y retomo el término juego a partir de una sugerente exposición plástica que por estos días se expone en Miami, “Juegos del inconsciente”– de la causalidad, ahora al revés, los copistas y epígonos recrean la tradición (inconsciencia total sobre el mito) de la imagen critica sin contener en sus experiencias existenciales ninguna era imaginaria (literatura textual, por supuesto) a la crítica literaria tenida como espejo del inconsciente colectivo, hasta apreciar en la psicología del mito la representación de ese camino a ciegas que gustaba, al decir de Curtius, como un guía espiritual.
Si analizamos en Paradiso la labor del mito del héroe – y Cemí ante Lezama es su propio mito extraído de la crítica literaria de Curtius sobre la literatura moderna europea–, podemos entender con facilidad cuál es la finalidad con que el mito de Anteón sobreviene a Lezama después del cansancio clásico. Cemí, cuyo símil es revelador del inconsciente colectivo cubano, promete devolvernos dentro de la expresión americana (y criolla, por qué no) esa continuidad –causalidad– que insinúa estabilidad ante toda decadencia cultural. Cemí se nos presenta como un símbolo, arquetipo sobre el prejuicio, que pudiera debilitar las razones de la cultura americana dentro del lenguaje de la cultura occidental establecida.
La expresión americana no podrá estar en los cielos, tal y como Anteón, su protagonista, no podrá estar en el aire. Perdería su fuerza y de ahí la potencia para resistir cualquier adversidad cultural. Debido a los va y viene de las culturas, el arraigo a la tierra y de ahí a la nación serán el propósito de la iniciación y trabajo esotérico en los tiempos de Cemí, que es lo mismo en los tiempos de la revolución. Es por eso que la expresión americana será siempre, míresele como se le mire, según la crítica literaria del método mítico y de la técnica de la ficción, una cultura para la resistencia, ya anunciada por el mito en el inconsciente colectivo americano.
Lo que pasa en estos tiempos –separándonos del tiempo de la crítica– es que los epígonos de esa imagen nunca han estado interesados en desentrañar el origen del mito. Han sido – y creo que seguirán siendo– espectadores de los juegos profundos del inconsciente colectivo sin tener apenas una conciencia sobre ellos. Han hecho de ese juego lo que se denomina hoy “el lenguaje de la metatranca”, con la única finalidad, en el sentido recto del término, de extraer con ella, mediante una jerga intelectual, el contenido vital de la vida. A eso iba dirigida tanto la crítica de Eliot como la de Curtius, aun cuando el segundo se empeñaba en ofrecer un redescubrimiento de la necesidad del mito en la Historia.
Y esta es la historia de la imagen como tradición, de que sus artífices nunca sabrán hasta qué punto han sido manipulados por esa idea del “mito que nos falta”. Jung en su Libro Rojo lo advierte así: el camino es para ser usado retrospectivamente, hacia adentro, hasta toparnos con el mito que nos acecha. No se trata de reconstruirlo a través de la ficción, sino de disolverlo naturalmente cuando es encontrado. De ahí que toda la literatura adeude un tópico significativo y crítico con la psicología. La latinidad es –a pesar de que no tengamos todas las coordenadas para comprobarla– la representación psicológica, imaginaria, de una época de profunda estabilidad, y no porque la estabilidad fuera psicológica en sí, sino porque a través de esa psicología se podía entrever la naturaleza mítica de esa época.
Y en eso estamos, tratando de salvar la cultura, la decadencia y el caos en que nos hallamos, a través de la reconstrucción de un mito. Para mí, nada más falso.
Angel, gracias, por ti (y por Lezama) he conocido a Curtius.
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