Hoy, cuando en el
Teatro Dolby de Los Angeles rompan fanfarrias y premiaciones, nunca estará más
clara para la percepción de los cinéfilos la división entre lo que desfila en
pos de la estatuilla dorada y lo que realmente ha estado sucediendo a lo largo
del año con el séptimo arte a escala global.
Este 2014
transcurrido fue una jornada árida para el cine norteamericano. No recordaba tan
pésimo paquete de estrenos hasta llegar a octubre cuando comienzan a
distribuirse las posibles candidaturas a los premios tradicionales. Ese
panorama monótono solo me lo rompió la aparición bastante cercana en fechas de dos
filmes: uno es Rudderless, un drama
musical dirigido por William H. Macy, que narra la historia de un padre que
redescubre a su hijo muerto en las canciones que el chico ha legado. El montaje
de la trama y las actuaciones de Billy Crudup, Anton Yelchin y Selena Gomez son
contundentes, pero el relato tuvo en su contra en términos de taquilla que el
chico muerto se trataba de unos esos adolescentes sicópatas que han
desencadenado masacres sangrientas en las escuelas del país. Macy fue valiente
al abordar el tema, pero la distribución se plagó de tabúes y a estas alturas
son pocos los que pueden valorar la importancia de la película.
El otro filme fue
The Homesman, dirigida por Tommy Lee
Jones y protagonizada por el propio Lee Jones y Hillary Swank. La pieza juega a
convertirse en el reverso de un western.
John Ford quedaría espantado ante la ruptura de cánones. Brillante por
momentos, esta película no cuajó del todo, pero fascina por su anticonvencionalismo,
además del rol que Lee Jones le otorga a la presencia de las mujeres en la
historia pionera de la nación americana y las actuaciones delicadamente intensas.
Después de estos
dos filmes, no quedó otro remedio que esperar por el ciclo de películas
guardadas para las postrimerías de año y que ya conocemos por los resultados de
los Golden Globe, los vaticinios de los circuitos de crítica y las nominaciones
para el gran evento de los Oscares. De más está decir, que las dos grandes
contendientes que se perfilan son la kilométrica Boyhood, una cinta fruto de un experimento interesante de Richard
Linklater, quien logra una pieza vital, única y ambiciosa, aunque tal vez
demasiado larga y con un guión carente de mayores accidentes. Su gran rival es Birdman (mi favorita en el marco que se
circunscribe al Oscar), filmada en un aparente plano secuencia, pero donde la
estrella oculta del truco es el director de fotografía Emmanuel Lubezki. La
película de González Iñárritu rompe con la ortodoxia hollywoodense y se erige
junto con esa joyita de cine neo-noir que es Nightcrawler como exposiciones problematizadoras acerca del gran
espectáculo y el mundo mediático.
El resto son filmes
que descansan en actuaciones virtuosas y guiones bien diseñados:
Still Alice, American Sniper, The Theory of Every Thing, Whiplash, Selma, The
Imitation Game, The Grand Budapest Hotel, Foxcatcher, etc.
Sin embargo, el gran festín para la cinefilia de estas
latitudes tropicales comenzó cuando arribó la gran invasión del cine allende
los mares. Temprano en el año habíamos tenido la oportunidad de ver Calvary, interesante obra del realizador
irlandés John Michael McDonagh, la cual se mueve entre el drama y la comedia
negra con tintes de thriller y en la
que destella la actuación de Brendan Gleeson en el papel de un sacerdote
amenazado de muerte por un sujeto víctima de pedofilia en su niñez, cometida
por otro cura que nunca conoceremos. Repito, interesante.
Pero, entre
finales de 2014 y principios del 2015 desfiló ante nuestros ojos un bloque
selecto de lo más sólido del cine del orbe. Gracias a la consolidación de una red de cines
de arte en la ciudad y por la significativa gestión de ese importante promotor del
alto cine que es Orlando Rojas, pudimos apreciar la calidad excepcional de
títulos como Il Capitale Umano, Force
Majeure, Ida, Timbuktú, Leviathan, The Dark Valley, Der Kreis, 1001 Grams, Deux jours, une nuit, Mr. Turner…
Las facilidades alternativas
que nos proporciona la red online nos
permitió ver dos obras mayores del cine iberoamericano: La Isla Mínima, un thriller rural que arrasó en los Goya y es comparable
en magnificencia a la memorable No habrá
paz para los malvados (2011), y la otra fue Relatos Salvajes, dirigida por Damián Szifrón, una recreación de
las oscuridades humanas contemporáneas que rinde culto a esa pieza monumental
que es el Il Mostri (1963) de Dino
Risi. La película de Szifrón junto a la crudeza de su crítica social, conduce inevitablemente a la reflexión sobre el impacto de la ley
causa-efecto en la trayectoria humana.
No me atrevería a
señalar esta vez a una elegida personal, sino a restringir mis propuestas de
excelencia a un grupo más reducido.
Empiezo por Ida, una vuelta
poética al cine polaco de los 60 donde destacaban autores como Krzysztof Zanussi, Jerzy Kawalerowicz y Andrzej
Wajda. Una película en la que Pawel Pawlikowsky extrema el esmero en la
narración, proponiendo al espectador el curso interior del personaje principal.
La fotografía es imponente y no concibo otros colores para este filme que no
sean el blanco y negro, ni otros ojos que no sean los de la joven actriz Agata
Trzebuchowska.
Sigo con Der Kreis, docudrama suizo, escrito y
dirigido por Stefan Haupt, que a partir de los testimonios de Ernst Ostertag y
Röbi Rapp, relata la historia de una organización gay que contaba con la
publicación de un magazine en la Europa amenazada por el Tercer Reich. Stefan
Haupt hilvana magistralmente una reconstrucción y recreación magistral del club
underground. Los que logren ver el
filme se toparán con una pieza perfecta.
Paso a Il Capitale Umano del realizador Paolo
Virzi, continuadora de esa tradición del cine italiano de enfocarse en las
maneras más actualizadas que asumen los vicios humanos. Virzi logra involucrar
a la audiencia en el ensamblaje de un rompecabezas aparentemente policial, pero
donde lo que prima es desnudar la impiedad dentro del conglomerado contemporáneo
primermundista.
Termino con Timbuktu, recomendándoles que si quieren
saber que está pasando con el fundamentalismo islámico en sus regiones más
afines pregunten a Abderrahmane Sissako,
el realizador mauritano de esta cinta. Poesía visual color arena de principio
a fin, el film nos entrega junto con el Keaton de Birdman paseándose en calzones por Times Square, una de las
secuencias más delirantes del cine de los últimos tiempos: un partido silencioso
de fútbol entre chicos que lo disputan sin balón. Si la de Birdman es una imagen hilarante y sensacional, esta de Timbuktú que recuerda a los mimos de
Antonioni en Blow up es telúricamente
conmovedora.
Ah, Risi, Antonioni…!
Volutas de gran cine que se elevan desde la hoguera de los viejos autores. Placer para los aquejados desde pequeños por
la cinefilia. Por eso, si me obligan, confieso mi debilidad por las elegías de
Szifrón y Sissako a los maestros italianos.
Meto cuchareta otra vez, con perdón. Las películas de Urbizu me parecen infinitamente mejores que "La isla mínima". Urbizu encontró, para empezar, la España mínima, despojó su cine de cualquier algarabía al uso -guerra civil, memoria histórica- y dejó en toda su aspereza a los seres humanos que todo eso representa pero no sabe narrar.
ResponderEliminarVale, Iván. Tú tienes más elementos de referencia sobre la obra de Urbizu que nosotros acá. Mi comparación fue más bien genérica y a priori, sin mucho estudio de las respectivas cinematografías. Pero bueno, hombre, no me vas a negar que el thriller de Rodriguez Librero engancha. Al menos, es mucho más cine que el basurero que se acumuló en esta orilla durante casi 11 meses. Lo que si me resultó un purgante intragable fue El Niño.
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