|
"Exodus" / Willy Castellanos |
Antonio Correa Iglesias
Para Beatriz Borges y para todos aquellos que arriesgaron su vida defendiendo el humano derecho de soñar con la libertad.
El Éxodo es un trágico acontecimiento que embarga al hombre, un hombre que súbitamente se ve arrancado de sí, de su entorno, de sus condiciones fundantes. El éxodo nunca es un acontecimiento en plural, el éxodo siempre obedece a una aplastante singularidad, a una individualidad que se coteja en existencias agonizantes, des-territorializada en el vacío; un vacío que se construye en un desvanecimiento secular que todo lo reduce.
El Éxodo es el desliz filoso donde las laceraciones y las esperanzas confluyen en los deseos. El Éxodo es el pasaje trágico donde dejamos de ser con la esperanza —con la vaga esperanza— de renacer en una tierra que nos es ajena; ajena en las memorias, en las vivencias y en las alucinaciones.
El Éxodo, pero sobre todo, la experiencia del éxodo viene asociado a un desgarramiento inevitable, pues una suerte de desasosiego carcome las carnes del sujeto migrante, un sujeto que se sumerge en el vacío en ese no ser que no puede ser explicado desde la experiencia racional.
Pero el Éxodo también es un tránsito de un estado a otro, suerte de osmosis que paulatinamente va ganando terreno en el cuerpo del otro, como si de una enfermedad terminal se tratara. El Éxodo como travesía construye un atajo por donde se canalizan las esperanzas. El Éxodo como transcurrir desmiente a la física elemental una vez que el punto de partida —ese “inocuo” momento de las decisiones y las despedidas— no garantiza un destino. Un destino por demás incierto, un destino más deseado, imaginado que probablemente vivido.
El Éxodo, los éxodos se nutren y alimentan de los deseos, las esperanzas, los sueños rumiados una y otra vez. Pero también los éxodos se nutren de las desesperanzas y las desilusiones; de las frustraciones y los sin-sentidos de una vida que muy poco se parece a la vida. La historia de los éxodos nunca ha sido narrada en primera persona, desconociendo —de este modo— las individualidades que en la oscuridad se desvanecen. Por ello el éxodo no solo es ese peregrinaje que en las premonitorias alucinaciones atisban un destino; el éxodo también es un viaje al interior de uno mismo, a ese éxodo interior que es el principio del in-xilio. “Si no me voy, de Cuba, no pienses que me quedo” como dice esa noble canción.
Uno de los pasajes más terribles asociado a los éxodos es el rostro cubano que persistentemente ha mostrado su forma lacerante en la que co-existe. Quizás la historia del éxodo cubano ha sido aquella quedó, a base de cuerpos, de huesos y vísceras ha construido en el estrecho de la Florida, un muro de lamentaciones que ha llenado de dolor y fantasmas a la familia cubana. El rostro del éxodo cubano no es solo ese joven rozagante que se pasea distraído por las calles de la ciudad, el rostro del éxodo cubano también es -y es por sobre todas las cosas- esos cuerpos que en el mar flotan y que se descomponen paulatinamente para vagar sin rumbo fijo en la eternidad ausente de todo humano consuelo.
El rostro cubano del éxodo, es también un rostro afligido, sobre todo para aquellos que en la travesía han visto morir en circunstancias trágicas a sus compañeros de viaje. Un rostro atrapado en el pánico de quien se sabe solo frente a la inmensidad del mar.
La historia humana no recuerda un éxodo tan prolongado, sangriento, manipulado y sostenido; un éxodo donde las condiciones que le han dado origen han sabido prolongarse y sostenerse y lo que es peor aun, han asumido —en un delirio trepidante— un carácter anti-natural; deseando, más que imaginando un estado irrevocable de un sistema que ha institucionalizado el éxodo en el imaginario y en las heridas que aún cicatrizadas laten, pues recuerdan la forma brutal en la que fueron concebidas.
Si un punto de comparación debe ser buscado, el éxodo del pueblo cubano solo puede ser comparado con aquel que el pueblo hebreo tuvo a bien iniciar, con el único propósito de mantener viva la memoria y dirimir el dilema de la esclavitud.
Aunque muchos no son consciente de ello -y suelen sucumbir a la lujuria de la mercadotecnia y las lentejuelas travestidas de opulencia, de una opulencia vana que en-rostra en desigual duelo a quienes dejaron atrás- el sujeto del éxodo, carga consigo la conciencia de su unidad étnica, filosófica, religiosa y sobre todo, nacional. La conciencia de la nación -aunque este sea concepto trasnochado en la secularidad decimonónica- pesa en el sujeto del éxodo, lo lastima y -aunque no se reconoce siempre- llena de dolor esos gratos momentos de felicidad; una felicidad rara, una felicidad casi a tientas pues no es compartida por todos. Y es que en el sujeto del éxodo hay una suerte de duelo, una suerte de via cuxis que no siempre termina con el calvario de la crucifixión.
Sin embargo, la inversión simbólica del éxodo, la burda manipulación que solo pretende expurgar una culpa, un sentimiento de culpa que no se reconoce —pin pon fuera, abajo la gusanera— ha sido al mismo tiempo una herida abierta. Y es que "Los artificios y el candor del hombre no tienen fin (...)" como dijera Borges en El Golem. Y la culpa es aun mayor pues quienes reniegan de su responsabilidad no encuentran el fundamento de la huida. ¿Y que es lo que fundamenta ese deseo de huir, ese deseo irrefrenable de decir adiós? Otra vez adiós!
Al mismo tiempo, los éxodos entran en la esfera de la narratividad; y entran no solo como pasajes asociados a la aventura, sino que se constituyen a si mismo en esfera semiológica, suerte de instancia que gravita en la cultura. “Hasta aqui las clases” “Me voy” “Me largo” “Brinco el charco” “Me tiro” “Voy tumbando” “Montaré el tubo” “Zafo” “Tumbo catao” “Me echo a la mar” “Fastear” “Malecón y 90” “Me esfumo” “Voy abajo” “Voy echando humo” “Me salgo” “Voy a tomarme la Coca Cola del olvido” “Voy quitao” “Me piro” “Me voy con los malos” “Pa la Yuma” “Acomódate que el viaje es largo” “Me voy para el monstruo” etc.
Sin embargo un evento de esta magnitud es licuado por los historiadores de la isla cuando afirman con veleidad y vocación y al mismo tiempo monolítica "convicción" la frase "historia de Cuba”. Una historia que desconoce -una vez que se niega a hablar de ello- los pasajes asociados a los éxodos, tratando de sepultar en el olvido para, una vez allí, reducirlo a un torpe re-juego ideológico donde el patriarca barbudo y alucinante acompañado siempre de sus elites vegetantes, hacen siempre uso de la última palabra. Por eso, los éxodos pasados, presentes y futuros —porque muchos están por venir— no han sido más que el chivo expiatorio para un re-juego ideológico que ha aturdido a un pueblo.
El éxodo, los éxodos han convertido a los hombres en despojos territoriales, en sujetos apátridas, obligándolos a un exilio concurrente. El éxodo, los éxodos han significado -condición de paradoja en los significantes- al exilado, un sujeto que ha logrado emanciparse de toda tutela secular —en el sentido nietzscheano del término— devenida de un sistema totalitario ya sea desde lo político, lo simbólico o lo religioso.
Es curioso que para Hannah Arendt las pérdidas que sufrieron las personas en su condición, son unas de las condiciones fundantes de los éxodos. Para Arendt la aparición de los sistemas totalitarios -ex-temporalmente hablando- ha sido la condición fundante de los éxodos, de esos terribles desplazamientos, donde la "des-ontologización" del humano adquiere su mayor "significación". El desplazado deja de ser un hombre para convertirse en un ser miserable que deambula entre las morfologías de un gusano hasta las siempre repugnantes fisonomía de una cucaracha, suerte de paroxismo que somatizado, adquiere un carácter patológico.
Cuando los éxodos se producen algunos, por no decir muchos elementos del engranaje social han dejado de funcionar. Conceptos fundamentales como ciudadanía -argüidos de T. Hobbes y luego retomado por Foucault- son desmantelados en el sentido de que ya no pueden funcionar como mediadores entre un estadio de naturaleza total donde “todos” tienen derecho a todo, por tanto a nada. Como dijera J. A. Ponte en ese excelente documental "El arte nuevo de hacer ruinas” si un ciudadano no puede decidir lo que ocurre en el espacio familiar del “feudo”, nada puede hacer en el espacio del reino.
Si el principio de civilidad permite prevenir la “guerra de todos contra todos” —ese axioma por el que siempre es recordado el viejo T. Hobbes— cuando una sociedad cierra las puertas al debate, al diálogo y a la construcción participativa, abre las puertas para los exilios, a los éxodos y a los sistemas totalitarios. El Estado, el gran Leviatán bíblico -tal como lo atisbó Hobbes- engulle a Jonas, ese ser indefenso que deja de ser, que sucumbe en los exilios o en los in-xilios a su condición fundante, eso que la propia Arendt en contra la filosofía política (2006), llamó la condición impolítica de lo humano.
Y es aquí donde el miedo aparece como meta-condición y la civilidad pierde su escenario desplazada por una construcción política auto-télica. Por eso el ciudadano deposita sus esperanzas en un peregrinar que no tiene asegurado un destino. Y es que este mismo miedo aterrador es el que establece una alternatividad en términos de acción. El miedo que una vez nos inmovilizó, es hoy uno de los mecanismo que activan los éxodos. El miedo y el terror que fueron una vez instrumentos de co-acción y que escalaron posiciones en los imaginarios, en las conductas y en esos espacios de subjetividad donde antiguamente el sujeto solía refugiarse, son hoy el vehículo de la emancipación.
Por ejemplo, si reconstruimos el mito judeo-cristiano de Adán y Eva, descubrimos que el “temor a Dios” —el miedo— es uno de los vehículos —además de la tentación, que sería el mundo sin las tentaciones— para acceder al árbol prohibido. Tanto Adán como Eva desarrollan un nuevo sentimiento, una nueva actitud. Y la condena por esa actitud viene apuntalada por una imposición ético-moral que trae consigo consecuencias indeseables. Por eso se esconden, pues el conocimiento ha invadido todo su ser, por eso también son expulsados y condenados. Porque todo miedo es principalmente una extensión de un ejercicio de poder cuyo interés radica en la dominación absoluta.
Finalmente, la naturaleza de los éxodos suponen necesariamente varios factores que han ido moldeando su fisonomía como estructura y como práctica.
Esencialmente los éxodos se producen una vez que la pluralidad como condición de la existencia humana ha sido negada. Un éxodo se produce cuando la pluralidad como condición de la vida política ha sido condicionada, manipulada o sencillamente secuestrada. Los éxodos se producen cuando la igualdad como condición de la vida política ha sido monopolizada por un grupo de hombres que —ignorando la naturaleza de los procesos— deciden por la mayoría y ostentan —sin previa determinación de tiempo— un poder que, paulatinamente se va secularizando.
Y como muy bien dijera Arendt, en el marco de todo este proceso, aparece el
paria —suerte de figura paternal— sobre la cual se va construyendo una mitologización que, en última instancia procura desbancar cualquier figura otra que suponga o que, presuponga esta u otra condición de paternidad. Y finalmente. Los éxodos se producen una vez que la acción —cualquier acción, ya sea en la esfera pública o política— está ausente de devenir, una vez que los discursos —en tanto articulación de una estructura ideológica— niegan todos los elementos anteriores que son resumidos en uno: la libertad.
Quien por alguna razón viven o han vivido la experiencia del éxodo, ingresa por derecho propio en una categoría que arrastra consigo para toda la vida; como ese personaje mitológico que Albert Camus recrea en su texto “El mito de Sísifo”. El sujeto migrante es un sujeto que ha perdido la relación con su centro, por eso se vuelca hacia el exterior donde nuevos valores estéticos y morales entran dentro de su imaginario. Por eso, cierto estado de desasosiego y zozobra invade al sujeto del éxodo que siente en carne propia una suerte de levedad. Levedad que estaría precisamente en el desmoronamiento de las ilusiones, en la perdida del sentido de relacionalidad con el en torno y con las nuevas condiciones, condiciones que disuelven al individuo dentro de una normativa.
Los éxodos, son heridas abiertas en la memoria y en las ensoñaciones, son los sobresaltos de la irrealidad. El sujeto del éxodo es un sujeto desmantelado, precario como las propias “embarcaciones” que construye. El éxodo, los éxodos son catástrofes, pero son al mismo tiempo una puerta de salida de una realidad que ha negado la condición humana.
Ahora, la pregunta que se impone es: ¿estará dispuesto este sujeto del éxodo a regresar? Estará dispuesto -como lo han hecho todos los pueblos en sus éxodos históricos- a regresar y restaurar un proyecto de nación? Esperemos que así sea pues en los últimos 60 años en Cuba, se ha instaurado una indiferencia que es una suerte de inhibición y apatía que ha tenido como resultado el empoderamiento del nihilismo en la tradición política cubana.
____________________________________
“Exodus: Alternate Documents”
Centro Cultural Español CCEMiami presents | An Open and Interactive Community Art Project by Aluna Curatorial Collective
Artist: Willy Castellanos | Guest artists: Coco Fusco and Juan Si González
From September 11th through October 31st/2014