viernes, 13 de diciembre de 2013
La caricatura de un fantasma recorre el mundo
Antonio Correa Iglesias
¿Se puede sentir una fascinación casi exasperante por un libro? Solo con “Tuyo es el reino” de Abilio Estévez e “Informe contra mí mismo” de Lichi Alberto me había pasado lo que me paso con “El comunista manifiesto” de Iván de la Nuez. Veinticuatro horas me bastaron para consumir este libro y eso que lo estiré para que me durara. Los días que han seguido a esta lectura han estado cargados de cierta melancolía, como quien sigue rumiando esas yerbas ensalivadas que quiere regurgitar pero que no puede.
Fue cenando en casa de Rosie Inguanzo y Alfredo Triff -casa de iniciaciones- que tuve conocimiento del texto de Iván de la Nuez y no pasaron muchos días para que un amigo común, Emilio Ichikawa, tuviera la deferencia de dejarme un ejemplar que fue devorado sin escrúpulos y lleno de sobresaltos.
Coincidentemente con la llegada de este texto, otros libros de autores cubanos llegaban a mí y la primera sensación fue el nivel conceptual y analítico que había logrado cierta intelectualidad que había decidido abandonar la isla y tomar en sus manos su futuro. La intelectualidad cubana en la “diáspora” ha dado cuenta de lo que pudo haber sido el corpus intelectivo de una isla en condiciones normales. Dentro de este grupo por derecho propio se inscribe Iván de la Nuez.
El Comunista Manifiesto es un ensayo cuya raíz antropológica dibuja un mandala que viene a concentrar su fuerza telúrica en el sentido post-mortem del comunismo. El manejo simbólico y cultural del “cadavre exquis” en el sentido de la festividad y la adoración, construye una ritualidad en la conservación de la experiencia sensorial. De la Nuez desbroza cualquier indicio y de/construye cada una de las piezas de este rompecabezas mostrando como el desmoronamiento de un sistema ha tenido más implicaciones simbólicas que políticas, razón que fundamenta su sentido fantasmagórico. Quienes hemos tenido el privilegio de llegar al Muro, reconocemos la fuerza simbólica que en torno a él gravita. Ciertamente, el muro se derrumbó a ambos lados del océano y aunque su onda expansiva se contrae y dilata según los contextos, el Muro sigue estando presente en el imaginario una vez que se reproduce desde el deseo o la nostalgia, desde el coleccionismo o la subasta, desde la venduta con carpa callejera hasta el trozo de roca que adorna un anaquel de nuestra empolvada biblioteca. Todo ello refuerza aún más el sentido fantasmagórico del cual habla Iván de la Nuez.
Cuando en el año 2000 Karl Marx es seleccionado una de las figuras más influyentes en la cultura occidental, también es lo fantasmagórico lo que viene a reforzar este criterio de selección.
Por mucho que lo neguemos, después del derrumbe del Muro de Berlín el manejo simbólico de la imagen de Karl Marx ha estado asociado al pastiche, re-significado desde el diseño y el graffitis. Y es precisamente este uno de los valores antropológicos del texto de Iván de la Nuez, una vez que genera un inventario sobre sus prácticas e implicaciones.
Lo cierto es que hay una nostalgia empecinada y triste, -como quien ha perdido aquello que le constituye- que arranca suspiros y propicia sobre-mesas. La nostalgia no solo es visible en aquel deseo trasnochado por los dibujos animados soviéticos -verdaderas obras maestras de la animación y la exasperación- sino también por toda aquella evocación siniestra o no donde fielmente se concebía la hoy inocua posibilidad de un mundo posible. Quienes vivieron de forma consciente esta etapa de la historia, no dejan de lamentar esta pérdida y asisten a la exhumación de este cuerpo para descubrir finalmente lo que en vida negaron ser.
Pero en el campo de la nostalgia Iván de la Nuez nos muestra no solo un nuevo significado sino también una suerte de remembranza donde se explora este sentimiento de pérdida y desasosiego. Lo curioso es que esto que Iván llama Ostalgia, puede ser entendido como un limbo donde la precariedad de la imagen eidética, da paso al predominio de lo fantasmagórico. Es por ello que la evocación, la remembranza y la recomposición de un pasado, se nos es permitido solo desde la memoria. Iván se sumerge en la idea de la memoria para desacralizar la melancolía de un sujeto trasnochado, de un sujeto destemporalizado, por ello, “(…) algunas veces, la ostalgia ni siquiera se asienta en un recuerdo, sino en una simulación de la memoria”. Este pasaje del texto tiene un valor extraordinario una vez que reconoce que incluso en nuestras formas de recordar la simulación se ha instalado como condición fundante. Y es cierto, si uno revisita parte de la producción cinematográfica a la que hace referencia Iván de la Nuez descubre como la simulación es el nudo que entreteje toda la dramaturgia de esta puesta en escena.
“El comunista manifiesto: un fantasma vuelve a recorrer el mundo” es un texto donde se disecciona un Cuerpo-Cadáver-Fantasma. Esta propensión lógica es precisamente la que utiliza Iván de la Nuez para organizar en capítulos la estructura de su más reciente libro. Esto es muy sintomático pues hay una lógica invertida, una vez que es lo ingrávido es lo que permanece como entidad. Lo fantasmagórico se va “corporizando” y adquiriendo un sentido oblicuo. Lo fantasmal en su condición de fetiche se reescribe desde su pasado, aparece y reaparece en diferentes morfologías por eso la añoranza desde el presente se refuerza como actitud.
Al mismo tiempo, lo mórbido atraviesa todo el texto y se establece desde la adoración y contemplación de los desechos, suerte de excitación necrofílica, similar a la que experimentamos cuando miramos un cuerpo que reposa en un ataúd. Es la misma desazón que se advierte al entrar en la tumba de Lenin o cuando imaginamos como será el cortejo fúnebre de un líder caribeño. En todo ello hay algo de estupor y libido, eso no cabe duda.
Si lo mórbido y lo fantasmagórico desbanca a la utopía, la distopía, la atopía parecen ser formas más consustanciales en esta nueva heteronomía. Una heteronomía que se expresa en el revival estético del pastiche y que pretende desde un esfuerzo seudo-cultural revalorizar prácticas discursivas y estilísticas. Como todo buen revival, la mirada al pasado mezcla con aditivos nostálgicos u ostálgicos la simulación como actitud. La misma que tanto alarmó a Baudrillard en Simulacro y Simulación y que ha hecho las delicias de las más importantes páginas de la literatura cubana desde Jesús Díaz con sus “Palabras perdidas” hasta Padura con “La novela de mi vida”.
Cuando lo ubicuo y volátil es señalado por Iván de la Nuez, lo fantasmagórico refuerza aún más la tesis del derrumbe a ambos lados, pero también se genera un contrasentido pues la estetización de la experiencia fantasmagórica va a adquirir resonancias a cada uno de estos lados donde los escombros del derrumbe aún persisten en entorpecer el paso a los nuevos ciudadanos del mundo. Con el derrumbe del muro la virtualidad de estas realidades se desvanece. El muro en el derrumbe arrastra con todo. Esa individualidad restringida y pre/elaborada da paso a una ontología precaria donde se deja de ser uno para ser uno mas, donde la insinuada idea de la supervivencia, licua a las identidades contraculturales.
Pero no sería justo singularizar lo fantasmagórico. Muchos son los fantasmas que vuelven a recorrer el mundo; algunos de ellos, aun no lo son, pero aplican por su condición espectral y sobre todo, por el manejo fantasmagórico que han hecho de su imagen. Marx, Lenin, Stalin, Mao, Kim Il Sung, Fidel Castro son también retablos en este mosaico de lo fantasmagórico. Es cierto, algunos de ellos son más aterradores que otros; otros son momias en cajas de cristal ironizando y parodiando la imagen hedónica de una “damisela encantadora”. Algunos de estos fantasmas habitan en majestuosos mausoleos donde una turba desenfrenada de quejumbrosas plañideras hacen lo suyo. Pero en uno u otro caso son muchos los fantasmas que claman protagonismo.
Con “El comunista manifiesto” De la Nuez construye una genealogía una vez que viaja al epicentro del Hades y desde allí, exorciza y desmembra lo fantasmagórico. No son solo restos mortales a lo que estamos asistiendo, es cierto, son fantasmas pero al mismo tiempo y por esas raras cosas de la burocracia cósmica, los espectros del post-comunismo son muertos vivientes, suerte de zombis que tratan de atrapar un tiempo al que ya no pertenecen. Paradójicamente, estos fantasmas encuentran en la liquidez de la sociedad -esa misma de la que hablaba Bauman- un estado natural, en contra de la propia solidez de la que hablaba el cuerpo de Marx.
Pero al mismo tiempo Iván de la Nuez en su libro rememora la puesta en escena del socialismo, no desde la contradicción que se animó y se abrigó en la guerra fría y su factibilidad histórica sino mas bien desde la ironía de una gestualidad kitsch, como muy bien recordara Milán Kundera. Un kitsch trágico que se reinventa en la comedia. Para quienes vivimos la opulencia neo-barroca de esta puesta en escena, para quienes vivimos sumergidos entre los “muñequitos rusos” y su precaria industria ligera, la presencia, ubicuidad y ese sentido de omnipresencia enrarece el ambiente y desencaja el rostro con una mueca estremecedora.
Finalmente, el elemento que aglutina todo ello es la fugacidad. Si la fugacidad y la fragilidad del sistema se expresan en su impermanencia, las ilusiones por este generadas no son nada más que contrasentidos estructurales, formas que no tienen como llamarse, una vez que carecen de una ontología. Ahora bien, si ciertamente ya han muerto todas las ilusiones -como dice ese son de los Matamoros- una especie de olvido se instala en la comprensión del pasado, un pasado que -como bien diría Iván de la Nuez- es decapitado desde los discursos hegemónicos, una vez que la desilusión se instala como normatividad.
Es cierto, “un fantasma vuelve a recorrer el mundo” pero lo hace desde una visión maniqueísta más cercano a lo quejumbroso de la ironía y la comicidad que al efecto verdadero de una versatilidad histórica. Sus nuevas encarnaciones no son mas bromas desafinadas en una obertura disonante. No nos llamemos a engaño. Si “un fantasma vuelve a recorrer el mundo” lo hace sigiloso pues a su paso encuentra, todas las voces que pretendió callar y todos los libros que pretendió incinerar y descubre, para su sorpresa que ya no hay embalsamadores de cuerpos y recuerdos pues estos, en las nuevas condiciones prefieren enterrar a los muertos para que finalmente, descansen en paz.
Excelente reseña, motiva a salir a comprar el libro, incluso para quienes como yo, ya no quiere comprar ninguno. Justo salgo en un momento a Coral G. así que me doy una vuelta a B&B a ver si está allí. Saludith
ResponderEliminarMuy buena reseña. Antonio. Muy bien argumentado.
ResponderEliminarBravo, autor y comentador están igualmente en talla. Da verdadero gusto esta conversación de sobremesa después de habernos devorado un cadáver exquisito que ya pasó…y nos salió debidamente procesado por el otro extremo del aparato digestivo.
ResponderEliminar¡Bravo! Autor y comentarista están igualmente en talla. Da verdadero gusto esta conversación de sobremesa después de haber devorado, digerido y debidamente eliminado el cadáver de otra ilusión más en la larga Historia de las Fantasías Humanitarias que regular y sucesivamente han aquejado a esta especie nuestra, tan propensa a emborracharse con sus buenas intenciones.
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