Leo este artículo de Fernando Savater, "Dar caña", en El País:
Ya sabemos lo que es “dar caña”: proferir enormidades truculentas e insultantes que acogoten sin miramientos al personaje público detestado, sea del gobierno o de la oposición. Lo de menos es que tal demolición esté bien fundada, solo cuenta que utilice munición del más grueso calibre y que no condescienda a ningún miramiento con su víctima...basta que aparezca en lontananza la silueta de alguien de la facción opuesta para que se desencadene arrollando todo a su paso como un tsunami inquisitorial y aniquilador.¿Inquisitorial? Tal pareciera que hay un problema con "dar caña". ¿Es "dar caña" y "crítica" lo mismo? Savater no lo aclara (él que ha sido un filósofo polémico). El problema es balístico: "la munición del más grueso calibre" y el no miramiento con "la víctima". Estamos al pie del cadalso. El subtítulo del artículo lee: "La conciencia moral es algo que desasosiega: en cierta forma, tener conciencia es siempre tener mala conciencia".
Para sorpresa del lector tenemos lo siguiente:
Este método vulgar, que ahora es también la norma del periodismo actual que no es de izquierdas, está diseñado para convertir a cualquier idiota ruidoso en un analista magistral”. Lo malo es que ... yo mismo, ay, y tantos otros, hemos incurrido a veces en esa práctica cuya mala fe nos resulta tan evidente cuando somos pacientes de ella…Esta mala fe asemeja la mauvaise foi del Sartre del ser y la nada. Pero para un voluntarista radical como Sartre "dar caña" sería siempre una calle de dos vías. Incluso hay cosas en el mundo a las que hay que darle caña. ¿Qué hacer?
¿La crítica dónde queda? Se infiere del artículo casi que una admisión de culpa ante la crítica. ¿Y qué hacer allí donde "hay falta"? Desde la ilustración conocemos que somos bestias normativas. Hallar falta no es nada raro, es, por el contrario una condición fundamental de la evolución de la cultura. La mala fe sería pretender no hallar falta allí donde la hay. El cómo es otra cosa. Hay críticos duros, otros más condescencientes. ¿Qué sería Samuel Johnson sin su verbo cínico o Barbey D'Aurevilly sin su erudito vituperio o Wilde sin su esnobismo nunca cursi? Todos daban caña: el casi ateo de Diderot, el políglota Schlegel, Hume el escéptico. Marx da caña (al duro) en sus mejores ensayos, Nietzsche escribe venenos nihilistas. Cómo no incluir el verbo lunático de Bataille, el ardor revolucionario de Trostky, el hondo y abrasivo estilo de Adorno, la sátira deconstructiva de Derrida, el teatro mordaz de Foucault. Por no dejar maestros de Savater, los irredomables Cioran y Agustín García Calvo.
Es hora de decirlo sin tapujos: la mejor crítica se da en el cañaveral.
De acuerdo a Savater, uno "da caña" y disfruta el asunto... y disfrutarlo es como una especie de ceguera de la conciencia... hasta que le den caña a uno...entonces duele. Ya para entonces la mala fe queda al desnudo.
Qué simplista la receta.
Defendemos la crítica como práctica axiológica fundamental en la cultura. El crítico sabe el juego que juega y lo elige como una elección de vida. El crítico no tiene por qué jugar el juego del paciente que alude Savater. Un crítico se sabe siempre en la mirilla. El precio a pagar es ser un paciente en estado permanente. ¿Y qué? Aquí aplica la máxima de Bushido: "Despiértate cada día como si fueras a morir". El crítico debe abrazar la crítica como una verdad, no un negocio sentimental. Y aceptar las consecuencias.
Me preocupa el tono moralizante y enredado que sigue:
Tener conciencia moral es algo que desasosiega y obliga a una permanente autocrítica: en cierta forma, tener conciencia es siempre tener mala conciencia. Pero eso puede arreglarse convirtiéndose uno mismo en la conciencia moral que critica a los demás y les recuerda los altos deberes que han vulnerado: de ese modo, la conciencia es siempre para uno buena conciencia. Dar caña a quienes no son de los nuestros nos hace sentir morales sin padecer los agobios del examen de conciencia. Uno se convierte en exigencia para los otros, sobre todo si ocupan puestos social o políticamente relevantes, mientras se envuelve en la autocomplacencia de ser el dedo que señala pero nunca es señalado.Savater por fin menciona la palabra "crítica". Uno critica para arreglarse la conciencia, pero no hay tal arreglo, pues conciencia equivale a "mala conciencia" de acuerdo a Savater -ahora hecho un existencialista. La crítica queda reducida a una actividad que justifica la conciencia "para uno", que es como decir la peor. "Dar caña" es como una pulsión tribal contra "quienes no son de los nuestros", y la crítica queda a merced de esta pulsión (de la peor clase de conciencia).
Pregunto: ¿No se puede acaso criticar a los nuestros? Y criticar duro a los nuestros.
De lo individual a lo social no hay más que un paso:
Los problemas de nuestras sociedades son siempre arduos, inciertos, llenos de aristas y aspectos contrapuestos. Ser honrado frente a ellos, sopesar sus matices y distintas perspectivas, es condenarse a la insatisfacción de no saber nunca del todo.Savater supone que el hecho social de la primera oración implica la segunda como tesis moral del individuo. Mi querido y respetado filósofo es víctima de la paradoja del pato o el conejo y parece ahogarse en un vaso de agua.
En efecto, los problemas de la sociedad son siempre arduos e inciertos. Pero sopesarlos no nos llevará necesariamente a "la insatisfacción". Qué clase de filosofía es esa que no comprenda que los problemas sociales son una parte del gran problema universal, sin solución, que es la existencia. No hay solución total a los problemas. Solo hay soluciones locales y temporales. Las que nos tocan.
La zafra en breve: "Qué clase de filosofía es esa que no comprenda que los problemas sociales son una parte del gran problema universal, sin solución, que es la existencia. No hay solución total a los problemas. Solo hay soluciones locales y temporales. Las que nos tocan."
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