martes, 17 de septiembre de 2013
El ejemplo individualista de La Sol
Ernesto González
Y La Sol, quien tampoco había podido irse de Cuba a pesar del dinero gastado en brujerías para que emigración le diera el permiso de salida: Emilito, si mi destino es no ir al consumismo, haré que el consumismo venga a mí. Se puso a dieta para bajar de peso, Javy, si la ves no la conoces. Desayunaba una taza de té, almorzaba col y remolacha adobadas con toronja (el vinagre es horrible, Emilito, elimínalo de tus comidas que atrasa, espiritualmente hablando, el vinagre atrasa), pasaba la tarde a té y por la noche se comía una naranja. La Sol había venido a la capital desde su provincia Las Tunas, a vivir en casa de unos parientes, y pronto se aburrió de la plaza de bodeguera que había comprado. Y: Llevé a unos españoles a conocer el estilo elíptico de El Cerro (querrás decir ecléctico, ¿no?); sí, claro, y después unas amigas mías argentinas me invitaron a comer en La Torre y rompí la dieta, ¡qué atraso!, espiritualmente hablando, estoy atrasado, vendiendo este jean que me regaló un canadiense, Emilito, por si te enteras de alguien que lo quiera, es la talla 36, atrasadísima. Y luego: Tengo que conseguirme lo mío para vivir, estoy cansado de luchar la salida, qué va, tengo que conseguirme lo mío, un apartamento, un cuartico, lo que sea, mío.
Mientras bajaba de peso, a La Sol se le aclararon las ideas acerca del nuevo proyecto de vida que debía formularse: En definitiva, Emilito, aquí uno se tira buenos machos que afuera cuestan un ojo de la cara y la mitad del otro, y además hay menos peligro de coger sida. Sin embargo, en ocasiones La Sol volvía a ser atacada por la ansiedad: Que cada día es uno menos que se vive, y uno metido en esta miseria, con lo que atrasa esta isla, ¡qué chusmería y qué atraso! Sol, si tú estás metido en la brujería. ¡Mi padrino es blanco, mi amor!, se me tiene que ocurrir algo, Emilito, o algo me tiene que pasar, no puedo seguir así. Y mientras meditaba, La Sol practicaba aeróbicos, levantaba pesas y corría doce pistas diarias. Perdió las masas de las caderas, la papada y la barriga, y su cara redonda se le acotejó y se volvió medio macha con los machos, asere, qué volá, compadre, qué vuelta. Y se relaciona y hace excelentes negocios con la mafia nacional rectora de la economía subterránea, y revende desde pitusas, joyas y computadoras, hasta casas, autos y empresas completas, suministrando a los cubanos con lo que la economía aparente no puede suplir. A La Sol no le bastaba: Es que no tengo lo mío, no me alcanza para comprarme lo mío, un apartamento, un cuartico, lo que sea, mío. ¿Y por qué te gastas todo lo que ganas con los pepillos? ¡Ay, no digas eso, qué atrasado eres, compadre, qué lengua, asere!
Durante una borrachera en la residencia de un capo socio suyo, La Sol escucha una conversación muy atrayente. Había un pequeño puerto en la provincia de Las Tunas, donde cargaban azúcar barcos de tripulaciones mixtas: filipinos, griegos y eslavos, y el dólar invadía por oleadas el pueblo. Como no había tiendas para extranjeros, las putas no tenían en qué gastarlo, a pesar de adorarlo con furia. En ese pueblucho rodeado de tierras fértiles, que por alguna paradoja estatal no producían lo suficiente, se pagaban en dólares la carne de puerco, el ajo y el arroz, ¿qué no pagaría esta gente por los productos del mercado paralelo de La Habana?
¿Te das cuenta, Emilito? En ese pueblo corre el dólar como el agua, y no hay nada de nada. Podríamos comprar productos en dinero cubano, en el mercado paralelo, y vendérselos a esos guajiros, ¿te das cuenta, Emilito? Ya sabía que algo se me tenía que ocurrir, que algo tenía que pasar, preparemos el viaje en seguida, en ese pueblo vive una tía mía y nos podemos quedar en su casa. Yo me ganaba mis pesitos revendiendo lo que revendía La Sol, y me entusiasmé. Y preparamos el viaje como quiso La Sol.
Fragmento de la novela Mariquitas (Las propinas de Yoko Ono).
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