foto Martin Klimas |
estoy en esa edad peligrosa en que el fuacatazo puede llegar en cualquier momento y no sería una barbaridad incomprensible el zas y adiós a medias sin despedidas previas. después de los 50 todo se vale, como en la guerra y el amor, dicen. y pienso esto porque ya van dos (¿o tres?) seres amados que mueren prematuramente. o así lo definen los prematuros en decidir qué debe madurar antes o después. y aunque yo siempre me entero al cabo de meses o años, el desconsuelo es —como debe ser— hondo, dañino, complicado. y sincero. sentido y llorado porque jamás niego —y todo lo que implica— a quienes estuvieron dispuestas un día a hacerse harakiri emocional y sexual en mi líquida presencia de turbia efervescencia. tal acto de fe en mí, aunque sea pasajero, hay que respetarlo, me digo a pesar de las consecuentes malas ac(tua)ciones de tantas leves cica(c)trices.
por eso, el otro día, leyendo en la terraza, cuando vi una inmensa libélula empecinada en no irse del pasamanos, abriendo y cerrando sus alitas y mirándome a bocajarro con insistencia, no pude dejar de preguntarme si sería una reencarnación de una maravigliosa italiana que insistía en definirse libélula en mi vida de universitaria mariposona. y si era así, entonces, encogiéndoseme el corazón, ¿habría muerto también ivamei y sus alas multicolores halláranse podridas ya en el capricestfinílavie? se lo dije a la libélula que me visitaba, bajito para no espantarla. y qué pesar sentí cuando la libélula, habiéndome transmitido eficaz el mensaje, se fue.
suspiré. no tengo forma de investigar esta cadavérica hipótesis, ni quiero. la verdad se autoflagela de importancia siempre y en realidad no resuelve mucho más que el inicial latigazo brutal del impacto. algo así sucedió con la mora, que cuando dejó de ser viva, sin yo saberlo de facto, sentí su presencia hirviente como una soga apretándome el pecho durante días. casi nunca recuerdo mis sueños; sin embargo soñé con ella sin tregua aquel invierno del 2000-2001. era un esplendor de mosaicos rotos la mora desbocada en mis nocturnos devaneos de ambivalencia y persecuciones. y para colmo, su madre se me apareció, viva pero casi muerta en la navidad del 2001. con mi madre y mi tía en un odiado día de tiendas, decidimos comer algo. al mirar a la mesa contigua, noté dos mujeres sentadas de frente. la primera era sin duda la mora-reina, una mujer bella si las hubo, quien entonces se veía mustia. la otra me pareció una dama de compañía. miré y aparté la mirada. la reina mora no me dedicó ni un pestañazo, absorta como estaba en el esfuerzo silencioso de comer bajo la insistencia de la otra mujer. la imagen de la madre debilitada se me quedó, ella que había sido imponente fiera ante mi joven arrogancia un día. y pasaron meses, pero el ángel de la mora insistía, traqueteándome la realidad en medio de incidentes “raros”. y es que hacía tiempo ella, mora sutil y musical, me lo pronosticó a su modo, dejándome la canción “descártame” en mi máquina contestadora allá en el lejano, salvaje y sidaviciado nueva york de finales de los 80: si no me quieres más, descártame… que no quiero… que el fantasma de tu cuerpo entre en mis noches….
tanto fue el desvelo de esos sueños con que comenzó mi siglo 21, que tuve que comunicárselo a la domadora de mi egofiera. “llámala”, me dijo, siendo su mejor cualidad el desprecio al drama. tras varios intentos, no di con la mora por los infinitos cables ni tampoco cuando me aparecí en su casa, que resultó vacía. al cabo de casi dos años de búsqueda sin captura, y como último recurso que aliviara mis obsesivas pesadillas, decidí preguntarle el paradero de la mora a ella-mi-ella. se conocían, aunque al fondo de su baúl del olvido ésta también me había tirado por aquello del érase otra vez el malquerer. acudí a ella sin ánimo de sacudir nuestro también fructífero árbol de traiciones de pasiones de carne y el consecuente picadillo que hicimos de ella. fue ella-mi-ella entonces quien escuetamente me informó que la mora había fallecido, en el 2000, rodeada “de sus seres más queridos”.
y entonces, después del más profundo desconsuelo, llámesele también rabia y desplome de ánimo, me cuestioné obsesivamente por qué vino la mora muerta a anunciármelo envuelta en tules y olores lívidos de recuerdo; por qué insistió tanto en su pérfido nomeolvides si antes en vida me clausuró entrada a la profundidad de su carcajada. y sin respuesta, desde entonces me cundió el pánico de esa muerte tan lejos de ellas-otras-ellas que tanto se iba a repetir. de hecho, sería mi propia muerte una y otra vez lejos de mí misma, porque soy todas y sus pedacitos malcosidos en mi piel, sin duda, yo tan fragmentada y hecha añicos en el desgaste continuo de no quererlas para luego quererlas in absentia. esto se va a repetir más de lo que tú y tu irreverencia pueden soportar, me dije sabiéndolo inevitable. porque dime cómo no amas y te diré cómo no mueres.
y volvió a ocurrir hace un par de meses. el platónico pero real amor adolescente, el del temblar de las hojas de otoño en nuestro apenas recién estrenado libido. su memoria nunca ida regresó un día como tantas otras veces, pero esta vez me aturdía con una particularidad insaciable. nos aturdía, rectifico, pues la domadora escuchaba paciente mis nerviosos relatos. ya se sabía el cuento de memoria. inicio, desarrollo y dénouement inconcluso. un rollo enrollado apretado en mi lengua a través de los años, caído en oídos de tantas que lo escucharon en prosa y verso. tan cortésmente delicadas entonces, durante el toque de queda antes de la matanza. y así, sabiendo que llevaba yo todaUNAvida en su busca, la domadora me aconsejó que la buscara en las nuevas redes sociales. cosa que yo ya había hecho, en la red de redes araña experta yo. pero ni rastro. hasta un día cualquiera, con la memoria inspirada, en que recordé nombres que tal vez me llevaran adonde debimos haber estado ella y yo, tomando café, hablando de cualquier cosa que no fuera el hueco de la ausencia. y así hallé al hermano que me llevó al sobrino y a la mujer del sobrino que me llevó a la hija y a la inesperada noticia de que mi adolescente primer amor platónico pero real había fallecido en el 2007. así, de cuajo. y el derrumbe, claro, seguido de la rabia y la impotencia y las maldiciones. y el miedo, el miedo de que era sólo el segundo pavor de una muy larga lista. dime cómo no quieres querer y te diré cómo no quieres morir.
y lo peor, me repetía, ¿qué si me muero yo antes? antes que las tantastodas que faltan, yo fuacatazo y punto final. y si fui tan despiadada en vida, huidiza, insufrible cascarrabias que no merece el torniquete de un sobrio adiós, como cadáver convertido en fantasma nostálgico seré atroz, me digo ansiosa. hay que aprender de estas experiencias… de la mora, de la adolescente, de la libélula, me repito. pero cómo, cómo podré dejarles saber, a las que faltan, que fui de ellas obra de principio a fin, a pesar de los intermedios, pausas y desvíos. a pesar del mevoy, tefuiste. cuando se lo dije a la domadora, que bien sabe que mi mejor obra es ella y quien tan campante me dice que toda mi catibía se salva sólo por el factor creativo con que la embellezco, me contesta, solícita, sonriente, que si quiero, ella se encargará de informarles a “todasellas” cuando yo me muera. y añade, pragmática: “cuando se me pase a mí el fuacatazo, claro”.
así de sencillo. y se ríe, enigmática, camino a su jardín cíclico de vida y muerte, ella experta en hacer renacer anuales y perennes por igual.