Pretender, en pleno siglo XXI, que un puñado de burócratas en la Plaza de la Revolución, por muy universitarios que sean y muchas computadoras que tengan, y una caterva de cafres incompetentes en la Empresa de Acopio y en las “organizaciones de masas”, sean capaces de adivinar y determinar las necesidades, gustos, intereses y preferencias de más de once millones de cubanos en todo el país, y además satisfacerlas algún día, es lo más retrógrado, surrealista, tonto, cavernícola y contrarrevolucionario que se pueda imaginar