fotos: león ichaso |
vengo a hacer abdominales en el muro y pienso que estás ahí adentro. miro a través de los visillos, donde hace cinco años viven otros. pero nosotros vivimos ocho años aquí. nos veo por todos lados. cuando vivíamos aquí yo salía por esa puerta siempre a correr en las tardes como ahora en bicicleta, cuando caía el sol, y de regreso me tendía en este muro a mirar el cielo y hacer abdominales. sube y baja las piernas mientras tú cocinabas la cena. si me asomo por las persianas estás ahí, trajinando en la pequeña cocina. allá en el nuevo apartamento estás cocinado también. te cortas el dedo. resisto el impulso de acudir en tu ayuda. miro por la ventana hacia adentro del viejo apartamento: vivimos ocho años aquí y estás cortando con precisión matemática unos ajos porros, zanahorias, cebollas, mientras la cazuela humea aceite; te observo succionar la sangre de la cortada en el índice —dedos sagrados de violinista. cuando llegue me enseñarás el tajo e iré alarmada al congelador, extraeré una venda adhesiva de las que guardo ahí. veo que te pones gris y los ojos ensombrecidos por el pánico. te lavaré el dedo te ordenaré lo presiones hasta desenfundar la tira, untaré agua oxigenada con un algodón y te cubriré bien apretada la herida. un susto coagula en la plenitud de la herida abierta, y se derrama. lo que siento ahora está fuera del tiempo. la marca de la vida cincelada al fuego de esa eternidad cifrada en tu dedo. ocho años allí en el apartamento de coral gables y cinco años aquí un poco más abajo en la misma calle. y sucede que estás allí cocinando y aquí cuando llego de mis carreras. no hay tiempo para dilucidarlo. lo comprobé esta tarde cuando iba trotando y me asomé por la ventana del viejo apartamento que habitamos: por las hendijas de la ventana enrejada salía el olor de lo que preparabas cuando llegué aquí y me enseñaste el dedo sangrante. te lo cubro con una servilleta para detener la sangre. estabas cocinando cuando te llevaste un tajo de yema de dedo y no fui en tu ayuda hasta llegar aquí. palideciste y pedaleé frenética para socorrerte hasta comprobar que no te habías ido del presente. de niño todas las mujeres de la casa corrían y gritaban angustiadas cuando te cortabas un dedo. ¡ah, cómo harás los sostenidos, los bemoles y los trémolos! palideces como un muerto y yo te contemplo por la ventana y hago tripas corazón por no socorrerte ahí sino en la otra casa donde seguramente no sabes qué hacer cuando piensas que tu carrera se ha malogrado y ves pasar toda la vida tirada a la basura y cómo un accidente estúpido ha barrido con lo más importante: las notas tan cerca del oído, los sonidos dentro de la caja de madera y una tensión de las cuerdas que tú pulsas con las yemas de los dedos, el instrumento y su poder sobre ti y ese descomunal amor de madre y abuela que cuidan tus manos de violinista ahora sumido en el espanto. todas las prevenciones, llevarte, esperarte y traerte del conservatorio, tantas horas de de prácticas. en la cinta fílmica de la memoria las ves comprobar el daño de la herida y gritar algo en árabe, algo que parece un alarido árabe y tú enmudeces y se va enfriando la sangre del espanto porque ellas corren en un hilo de tu historia, un temblor sube el brazo izquierdo. tu madre unta en azúcar y aprieta tu dolor con gasas blancas que se van cuajando de sangre rojísima, lilia presiona y grita como que llora algo en árabe y se lamenta: habibi mi amor, farid, mi hijito. presiona tu dolor produciendo otro dolor que pincha —no entiendes un susto que acabas de estrenar, un susto como el de la muerte de alguien. suelo observarte, vigilar tus movimientos, tu respiración…y sé que te vas a desmayar. alguien ha debido saber de esto, alguien debió advertirme y yo te hubiera alejado la posibilidad, hubiera escondido fuera del mundo todos los cuchillos de la casa.
mentira, esos cuchillos nos son necesarios: para mantenerme asustada y trémula, y a ti al borde de la catástrofe. un cuchillo teatralmente ridículo nos enfrenta a lo esencial, lo puro: el susto atado a la emoción de la muerte.
rosiña, bella prosa. las palabras bien puestas, no hay forejo entre ellas, se cuidan, se quieren ... nada fácil criar una familia de palabras así. Los dedos de éste relato son maestros de música. T.
ResponderEliminarBello. Ternura hecha letras, para que las notas nunca callen. Asi anda la vida entre poeta y músico.
ResponderEliminarOh my….! . Este texto está narrativamente bien resuelto: un pequeño e intrascendente accidente domestico es suficiente motivo para que la autora meta el dedo en la llaga y, simultáneamente , mantenga la tensión y el horror hasta las últimas líneas. Impecable e implacable prosa. Pero pleeeeeaase cuídense!. Saludith de Judith
ResponderEliminarBello Rosie.
ResponderEliminargoog byeeeeeeeeeeee! obamaaaaaaa!
ResponderEliminarRosie me gusta de tres en tres.
ResponderEliminarEn lo que respecta politica GANOOOO OBAMAAAA!!!!
¿Se le curó el finger al maestro finalmente? Gracias por la promo de mi exhibición. Yo sí me desmayé. Me dio una extraña sirimba y me tuvo que sacar el rescue. Por poco me voy en la guagua de Morgan Freeman y el Senador McGovern. Thanks again.
ResponderEliminarTodo esta en un escenario lleno de cuchillos de cocina, sangre, mujeres y una identidad semita que lo aclara todo...Hay muchas maneras de amar...la escritura sobre el amado es una forma especial de honrarlo. Un beso. Muy lindo de verdad
ResponderEliminarAmilcara Barca
Pdta> Teclado en ingles...sorry.
Sorry Rosita, me equivoqué de postino para poner mi comentario. Por favor borralo pues no quiero que empañe tu magistral texto. LS
ResponderEliminar..quiero decir que lo empañe con otro tema...Discúlpame!!!! Luisito
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