Canibalismo de otoño, Salvador Dalí
Ernesto GonzálezUna tarde Tales conoció a Thaití, famosa y joven estrella de las telenovelas nacionales. Ambos estaban paseándose frente a la entrada de una tienda limitada, tanteando el terreno, cuando se encontraron de frente y se detallaron de la cabeza a los pies.
—Jai jao —exclamó Tales.
—Jai jao —contestó Thaití.
Este saludo usual en el peor país, se había vuelto una imprescindible clave de conocimiento y armonización en el ambiente puto. La portañuela del yim Archie, de Tales, está en el punto hirviente, sin retroceso. Las bragas de Thaití se empapan. Ahora, a unos centímetros, cara a cara, se reexaminan, se oliscan.
—¡Será posible!, ¡tú usas sayas Archie! —a Tales esta visión le desciende la líbido y su falo se acomoda en el calzoncillo limitado.
—¡No, no, no!, ¿tú usas yim Archie? —la emocionante coincidencia detiene el surtidor en las bragas de la famosa actriz.
—Yo me visto con Archie de pies a cabeza —repone Tales.
—¡PEROESQUENOLOPUEDOCREER!, —exclama Thaití boquiabierta—. Yo también me visto con Archie de la cabeza a los pies.
Se devoran con las miradas, y hay un trémulo e insondable bache en la conversación.
—¿Estás sola? —reacciona Tales.
—Espero a un amigo que no me interesa mucho, ¿y tú?
—Espero a una amiga que tampoco me interesa. ¿Vamos?
Juntos atraviesan el Gran Boulevard —ahora apellidado De la Resistencia— y regresan la humedad a las bragas de la joven y el punto hirviente a la portañuela de Tales. Apenas pasan frente a una de las ruinas del sitio, el clavadista susurra al oído de la actriz:
—No puedo seguir aguantando.
—Ni yo —responde ella sintiendo el peso de sus bragas empapadas e hilillos de humores deslizándose muslos abajo.
Una lasciva inspiración los empuja a meterse en la ruina que divisan. Tomados de las manos irrumpen en la oscuridad a través de lo que fue un portón y un recibidor, oyendo exclamaciones de placer, grititos y malas palabras en lengua enemiga (kao jao, ay). Se apretujan tras una columna incomprensiblemente en pie, y se besan y aprietan con desafuero. Sus ojos se habitúan a la oscuridad y se divisan rodeados de parejas, de grupos embridados por el sexo y revolcados encima de tejas, fragmentos de paredes, ventanas, puertas; y hasta distinguen a tres disparadores encaramados y repartidos por unas vigas del techo intactas.
Diferentes maneras de autocomplacencia habían florecido en sucefols o no, como reacción a los gravámenes de la existencia diaria. Un integrante de la Academia de Ciencias Inspiradas se atrevió a escribir una tesis donde probaba que los sucefols sobrepasaban en un ochenta por ciento al resto de la población, en las prácticas disparadoras o autocomplacientes. Para el investigador, la mente de la población enfrascada en los peligros de la supervivencia, funcionaba a plena capacidad las veinticuatro horas del día, sin atenerse a pensar en el futuro, mientras la mentalidad suceful, ahíta de éxito, se la pasaba preguntando qué hacer después. El recuerdo de su mortalidad era una constante amenaza para el suceful miabanense.
Thaití y Tales reconocieron el palacio del goce al cual habían entrado y adonde acudían los putos, acompañados de sus amantes foráneos para que no malgastaran un centavo de verdadero dinero real sobornando a porteros, ascensoristas y guardias en hoteles y posadas. El amor incómodo era mil veces preferible a la incomodidad de desviar dinero fuera del campo de las operaciones y los gozos administrados por el puto amado.
—Olvida donde estamos —musita Tales y baja la saya Archie.
En la lógica insular la negación de la putería es una característica permanente además de brillante.
—¡Oh! —respondió ella con cierto reproche, mirando a los grupos embridados, los disparadores semi ocultos y las vigas.
—¿Te sientes mal?
—¡Qué importa! —susurra Thaití abriendo la abultada cremallera Archie, de Tales.
Extrae la poderosa verga del clavadista, se la acomoda dentro de sí con dificultad, la sorprende un orgasmo y vocea: Kao, kao, KAO
—¡Kao-kao! —murmura él sujetándola para que los sacudones corporales de Thaití no la lancen hacia el polvo y la basura.
—¡Kao-kao! —vocea Thaití.
—¡Qué rico, estás mojada y caliente!
Thaití se agarra con fuerza a los brazos de Tales, para que él pueda empezar a zarandearla, su implosión no ha dejado espacio para el goce de su amante. Su tacto identifica algo que la hace detenerlo, mirarlo incrédula y gritar:
—¡No, no, no! ¡No lo puedo creer!
—¿Qué? ¿Estás bien?
—No puedo creerlo. ¿Tú usas Cekio, Tales?
El clavadista, metido en Thaití, se detiene en seco:
—Thaití. Es imposible. ¿Tú usas Cekio también?
—Pues claro. La primera vez que los vi me enamoré de ellos. Es el reloj más bello del mundo.
—Te pasó igual. Igual-igual-igualitico que a mí.
La verga de Tales descansa encogida dentro de Thaití cuyas humedades detienen su curso muslos abajo. Se acarician, tiernos, hablando un buen rato de las increíbles coincidencias de sus destinos. Se prende de nuevo el fuego insular y ella disfruta de cuatro orgasmos seguidos que le doblan la cabeza y el torso hacia atrás. Su aprendizaje actoral en la escuela de arte inspirado, le permite realizar esta voluptuosa audacia, aprovechada por Tales para darse mayor satisfacción y brindársela a ella.
—¡Kao-kao! —vociferan los dos amantes.
—¡Kao-kao! —responden los disparadores.
—¡Kao-kao! —se unen al coro de placer los embridados en acciones colectivas, asombrados por la audacia de la actriz a quien ahora le preocupan los comentarios.
—A esa cirquera la conozco.
—Igualita a la de la novela.
—Ay, sí, verdad.
—¿Será ella?
Thaití regresa de sus implosiones, se sube la saya Archie, agarra a Tales por el brazo del Cekio y escapan del palacio del goce.
—Adiós Thaití —la despide un disparador.
La actriz no se inmuta, pero afuera de las ruinas le explica a Tales, pésimo televidente, quién es ella. Él la escucha observando las partes de la artista.
Ambos disfrutaron con extraordinario deleite las semanas siguientes, siempre se les veía juntos, a no ser cuando la actriz tenía que encerrarse a estudiar un libreto de las telenovelas insulares, de complicada factura. La sabiduría femenina de Thaití le había revelado lascivia en ciertos centímetros cuadrados de la rabadilla, los codos y la nariz de Tales. Aplicando las inspiraciones de la escuela de arte, la actriz lograba contraer su lengua y afinarla para entrar en los orificios nasales de su amante, después de haberlos dilatado con dos dedos embarrados de crema de belleza Archie. Esta vertiginosa prestidigitación en la nariz de Tales, a quien sin los cuidados de su madre de crianza se le habían intensificado la faringitis y amigdalitis crónicas, le provocaba una especie de asfixia cuya consecuencia era la exhalación rítmica a través de la boca o del conducto nasal libre, de mocos, sangre, pus coloreado por tonalidades verdes y amarillas, y gargajos profundamente negros. Una vez que Thaití hubiera decidido cuál emplear para poseer a su amante, casi siempre el de la derecha, hacía penetrar su lengua para acoplarse ambos amantes en un armónico ritmo: Tales desplazando hacia detrás y delante su cabeza en una suerte de sí convulsivo, y ella introduciendo y sacando de la nariz de él una lengua férrea, persistente, satisfecha. Cuando se empapaban de estulticias nasales y guturales, el clavadista, poseído por las lenguaradas de la artista a las cuales se sumaba aquel sí de increíble velocidad, yeyaculaba en abundancia sin manipularse los genitales y chillando kao-kao, kao-kao. Descansaban unos segundos, y entonces Tales se paraba en la cama a poseer a su amante intro-duciéndole el pie derecho en las peludas entrepiernas de ella, y le provocaba diez o doce orgasmos si la penetraba hasta el calcañal, con el correspondiente desgarramiento de los órganos de la actriz.
—¡Sigue, sigue, ay, kao-kao! —ordenaba ella viendo la cara asustada de Tales y la cama ensangrentada. Y suplicaba—: Sigue amor, sigue, kao kao.
Al terminar el coito, Tales retiraba el pie impregnado de fragmentos de vulva, trompas de Falopio y vellos púbicos e interiores. Accidentes indeseables y temidos que terminaban en operaciones de urgencia para reacomodar los restos de órganos y coserlos en la interioridad de la actriz, desgarrada por el nueve y medio de calzado de Tales.
2 comentarios:
Que maravilla tener tantas cosas en comun. :)
Porno, riko, escatológico. Caliente y morbosamente acumulativo. Impele al desahogo. Pero con el orgasmo que vendrá? Chorros de semen, sangre o pus?
Publicar un comentario