The Artist (Francia, 2011) de Michel Hazanavicius
Rosie Inguanzo
Jean Dujardin, galardonado esta vez como mejor actor en el Festival de Cannes 2011, es George Valentin, el arquetipo de la estrella de cine silente atrapado en la transición al cine sonoro. Bérénice Bejo está deliciosa como Peppy Miller, sus grandes ojos diciendo un mundo —que a quien no conmuevan es porque padece de un cinismo incurable. Estilísticamente impecable, el filme cita a otros filmes: entre tantos, guiño a Hitchcock, cuando James Stewart anhelante coloca la cabeza sobre el esmoquin que exhibe una vidriera en Vértigo (1958). La exageración del gesto y los personajes clichés curiosamente resultan originales, ya de vuelta del desgaste manierista hollywoodense donde los buenos son demasiados buenos y los malos requetemalos —sin proponérselo. ¿Recuerdas cuando te tragabas la semilla de un limón y temías que te fuera a crecer un árbol en el estómago? ¿O cuando imaginábamos que una tropa de soldados meñiques, o todos los animales de la selva, vivían dentro del televisor? ¿Recuerdan, los cinéfilos, cuando la elegante silla de terciopelo se le pega a las nalgas de David Niven en The Bishop’s wife (1947)? Pues ese es el candor que se revisita al ver The Artist (y requisito para disfrutarla). Esa es la premisa candorosa. Aun siendo un filme para adultos, hemos de reírnos con el perrito Uggie (casi se roba la película), haciéndose pasar por muerto, o escondiendo la vergüenza entre las paticas delanteras. Hemos de conmovernos reflexivamente, y agenciarnos un candor recién estrenadito, cuando la conciencia de Valentin es su doble en miniatura. Después de verla, tal cual sucede al protagonista, habrá esperanza cuando hasta nuestra propia sombra nos abandone. Porque hay mucho que se nos arrebata en el trajín actual, demasiada evidencia, reality (que no real), escatología insulsa, demasiado ruido (hoy en día hasta los colores hacen ruido). Sobre todo nos socava la sospecha. De ahí que un filme silente en blanco y negro resulte un bálsamo a los sentidos. Leer labios, imaginar un timbre, confines primordiales. A este filme silente (solo se rompe el silencio en dos momentos claves), la música de Guillaume Schiffman —graciosa, petulante o idílica, según requiera el guión— nos va supliendo con ciertos mundos perdidos. Es un filme que libera el espíritu necesario para esta época del año. Corran a verla.
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Publicado originalmente en Diario de Cuba
Es uno de los films más líricos y de homenaje a los maestros del cine de los últimos tiempos. Y además tiene todos los ingredientes provocativos - principalmente el silencio- para llegar a donde ha llegado.
ResponderEliminarFelicidades por donde ha llegado.
Amilcar Barca
padezco un cinismo incurable, este post es una prueba del posterior...
ResponderEliminarmuy bien ano, que te aproveche tu cinismo (no todos somos tan bienaventurados. RI
ResponderEliminarYo nací estúpido. (Gloria a Dios, pues la única cosa peor es irse convirtiendo en estúpido.)
ResponderEliminar(patada lateral)