martes, 24 de enero de 2012

La memorable desmemoria de Ela Calvo

Ela Calvo, circa 1961
Ernesto González

El sitio queda por la Plaza Vieja (remozadamente nueva), y está repleto de cubanos y extranjeros. Llegamos cuando el espectáculo iba por la mitad, es parte del proyecto Tradicionales de los 50 con el Conjunto Roberto Faz y voces setentonas que suenan como acabadas de estrenar. Nos envían a una especie de ático (o BBcoa cubana), donde tampoco quedan mesas, y al instante nos llama la atención una voz que canta abajo.

Es Ela Calvo, ochentona, desgranando un bolero con idéntica fuerza a la que desplegaba tres décadas atrás en el Patio del Habana Libre (y quién sabe en cuántos patios más), y con la cual nos volcó los tragos a mi acompañante y a mí durante una de esas noches habaneras descargosas.

No recuerdo bien con quién estaba, creo que era un gran amigo ya fallecido, pero hubiera podido ser algún amante reciente, uno permanente o alguno ocasional. No importa. Algo nos vio aquella Ela, que la atrajo hasta nuestra mesa de dos a cantarnos y a agacharse hasta estar perfectamente a nuestro alcance, a decirnos la letra de cualquiera de esas canciones que hacía suyas.

Y parte de esa fuerza cantadora nos viró los vasos de tom o roncolen, tragos de moda que mi acompañante y yo habíamos relegado para inclinarnos hacia una Ela visitadora. El gesto de la intérprete al disolver nuestra triada cómplice e inesperada, removió la mesa y volcó los tragos, colocando un sello de infinito recuerdo a ese instante en que la cantante nos susurró tanto de lo que no podía decirse.

Sin percatarse del hecho o reafirmándolo con una falsa indiferencia, váyase a saber, nos dio la espalda y regresó al pequeño escenario, casi a nivel del piso del local, como si esas dos o tres pulgadas de altura contribuyeran también a suscitar códigos comunes, miradas y gestos de anuencia hacia amores y desamores, hacia encuentros inconfesables, leves y falaces o profundos e imborrables (aunque inmensamente cortos), testigos y confirmadores de una diversidad incomprendida, rechazada, pero absolutamente reales e inevitablemente presentes.

Mientras se destapan mis recuerdos de adolescencia, se ha formado una conga de paso muy chévere que está llegando a nuestra mesa. Ela es la tercera en la fila, aunque goza como la primera, sandwicheada entre un cubano y uno de afuera.

Ela, Ela, grito. Y ella me lanza besos con ambas manos, me sonríe, quiero pensar que me reconoce, sin abandonar la gozadera ni el paso chévere que la envuelven. Dónde estoy, dónde estoy?, nos cuentan que pregunta una Ela desmemoriada por unos segundos, antes de recolocarse y agarrar el micrófono sin equivocar una sola sílaba del bolero, ni perder el tempo o descarrilar la melodía, qué decir de su interpretación.

Varias noches a la semana Ela termina su parte del show, conguea con el público y sale como una ventolera para El gato tuerto a cumplir su compromiso de cuarenta y cinco minutos descargosos, sin errar ni mellar, en el justo medio donde lo ha hecho siempre.

Tengo muchos negritos, nos cuentan que responde cuando le preguntan por qué no descansa.

Pero yo aseguraría que aunque solo tuviera un nieto, Ela se mantendría descargando o congueando en este lugar y en El gato y dondequiera que la llamaran, luego de ese dónde estoy que la recoloca y la relanza de nuevo en pos de la gente, volteando vasos y copas, botellas de Bucanero o de vino, platos de comida y manteles, disolviéndose entre su público en una conga de paso tan chévere como el de ella misma.

7 comentarios:

  1. Puede parecer descabellado lo que voy a decir. No me imagino a Ela descargando en la Habana Vieja. Ela era tropicanera y glamorosa, o íntima y filinesca en el Pico Blanco.

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  2. Es una pena que mi generación fuera tan despectiva con la de Ela, que es maravillosa. Pero yo no la recuerdo de ninguno de esos lugares, que no frecuenté; la recuerdo de Buenas Tardes y Juntos a las 2, que evidentemente no fueron su mejor marco. De todas formas la vida me alcanzó para lamentarlo y soñar con un recuerdo riquísimo de ella y aquello; también, claro, para agradecer una nota como esta, que me trae regustos de tragos que no probé y que debieron ser deliciosos.

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  3. mulatona la ela, y de calva nada... ernestico, estás suelto y sin vacunar por la isla tú? tan ido en medio de los eneros nórdicos que te echan de meno, viejo, y tu oyendo boleritos y tomando roncito

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