La nota de blues es la que le da el sello al género. Su fruición en el pentagrama colorea las derivaciones con que el jazz emprende sus horizontes a partir de los ancestros africanos. Esta incidencia le dio nombre a unos de los más prestigiosos centros de jazz en New York, por donde ha transitado la crema de sus cultores. A su vez, la franquicia ha extendido tentáculos a diversas capitales del mundo. No se concibe megápolis sin esta referencia sonora. Hoy día, uno de los más prestigiosos es el Blue Note de Tokyo. Además de lo que ha significado como meca de cocina gourmet, por la plaza del cenáculo asiático del jazz han transitado Sarah Vaughan, Tony Bennett, Roberta Flack, Chick Corea, Oscar Peterson, Maceo Parker, Dr. John, David Sanborn, the Milt Jackson Quartet, the Jim Hall Quartet, and the Kyle Eastwood band. Su éxito es reflejo de que el diálogo musical entre Occidente y Oriente es un hecho y de que el jazz es un lenguaje plural entre los enamorados de la poesía melódica. El Blue Note de Tokyo ha demostrado con el tiempo que tiene swing, ese término tan vernáculo que retrata cuando un escenario combina sabor y avant-garde. Por ahí, en estos días, ha estado en el trasiego perfomático un pernoctante de este blog, repartiendo violinazos a diestra y siniestra entre otras figuras prominentes del starring jazz. Y acá, andamos aguardando noticias de ese trajinar bohemio. Mientras tanto, he aquí un ejemplo de como en Japón se le hace culto a una expresión imprescindible al entendimiento universal. (JotaeRre)