Resultó conmovedor verlo asimilarse a la era digital a sus ochenta y tantos bien cumplidos y continuar creando incansablemente. Al igual, siguió asombrando esa mirada eternamente púber que ironiza la insistencia contemporánea en cosificar a la mujer o interviene en el culto veleidoso al bien de consumo.
Toda la revisión de Hamilton a las estandarizaciones de la cultura de masas conserva la misma frescura de cuando lo hizo compromiso y oficio, anticipándose a la cofradía pop en aquel primer acto de Just what is it that makes today's homes so different, so appealing?, que lo erigiera como un cínico a los ojos de la crítica conservadora.
Desde entonces ha venido lloviendo sátira, glamour, innovación, honestidad… Y ahora, se le hace difícil a uno abstenerse de esos itinerarios visuales que escudriñan la ética oculta en las formas contemporáneas. Imágenes donde se vislumbra un pacto de convivencia con las miradas anteriores a la transitoriedad de hoy. Viviendo y muriendo así, como Richard Hamilton, sin rastro de fibrosis en el corazón, sobra cualquier gesto póstumo.