Rosie Inguanzo
Teresa María Rojas lleva la cháchara cantante de un desasosiego raigal, mujer que es toda nuestra entraña, parloteo inaudito, embestida jacarandosa, metralleta atropellada de nuestras inseguridades. Dispara hasta abocarnos conmovidos a la aceptación de la hecatombe, la vida y sus paradojas. Jorge Hernández es el marido que aguanta la diatriba interminable hasta hartarse. Javier Siut es el hijo de ambos. Servida en un trío de primeros actores, la vida y su mal entendido. La vida y su desvivir a pedacitos, su dulce acíbar. Un reguero de sillas –que mientras más regadas y más pateadas por los actores, más atravesadas en sus caminos truncados -prendidos a una felicidad asida con alfileres -más convencen del estorbo. La tramoya rosada se derrite como algodón de azúcar en la boca, revelándome el concepto del director Rolando Moreno: somos personajes de una novela rosa. Teresa nos recuerda que una siempre podrá inventarse el asidero, cuando ese desorden de la realidad nos deja sin aristas. Y el que pueda que se invente una torre de sillas -que son posaderas donde asentar el peso con que llevamos nuestra menuda soledad, el descanso del guerrero. Que nadie se deje engañar por el título que no hallará épica soviet. La obra nos vierte al perdón y a la tristona alegría, ofreciendo, al mejor postor en la sala de lunetas, el más grande consuelo.
Teresa María Rojas lleva la cháchara cantante de un desasosiego raigal, mujer que es toda nuestra entraña, parloteo inaudito, embestida jacarandosa, metralleta atropellada de nuestras inseguridades. Dispara hasta abocarnos conmovidos a la aceptación de la hecatombe, la vida y sus paradojas. Jorge Hernández es el marido que aguanta la diatriba interminable hasta hartarse. Javier Siut es el hijo de ambos. Servida en un trío de primeros actores, la vida y su mal entendido. La vida y su desvivir a pedacitos, su dulce acíbar. Un reguero de sillas –que mientras más regadas y más pateadas por los actores, más atravesadas en sus caminos truncados -prendidos a una felicidad asida con alfileres -más convencen del estorbo. La tramoya rosada se derrite como algodón de azúcar en la boca, revelándome el concepto del director Rolando Moreno: somos personajes de una novela rosa. Teresa nos recuerda que una siempre podrá inventarse el asidero, cuando ese desorden de la realidad nos deja sin aristas. Y el que pueda que se invente una torre de sillas -que son posaderas donde asentar el peso con que llevamos nuestra menuda soledad, el descanso del guerrero. Que nadie se deje engañar por el título que no hallará épica soviet. La obra nos vierte al perdón y a la tristona alegría, ofreciendo, al mejor postor en la sala de lunetas, el más grande consuelo.