No puede ignorarse que las revoluciones de Túnez y Egipto (y las enciernes en Jordania, Bahrain, Yemén y Libia) son un producto de los medios tecnológicos y mediáticos creados por la globalización. Y esa es precisamente la pesadilla al-qaedista. Pesadilla doble, porque la revolución está en manos de los jóvenes y porque la revolución no es religiosa, sino cívico-política.