miércoles, 11 de agosto de 2010

Penthouse

Carlos Michel Fuentes

Entró en él edificio dejando atrás el ruido de la ciudad que tanto le agobiaba y el silencio dominguero que vivía entre la sombra prisionera de sus muros lo recibió con un apretón de manos y un beso fraterno como el saludo de un padre distante. Sus piernas se ablandaron un poco cuando creyó sentir cierto olor a gasolina y las púas de una barba emergente pinchándole los labios. En una pared despintada del hall alguien había escrito una mala palabra tras un nombre de mujer con despecho o con rabia tal vez y había un banco de madera bajo una ventana de cristal muy sucia y un enredillo de líneas de papel precinta que se cruzaban sobre ella, obra inconclusa de algún abstraccionista anónimo habanero. Quizás hubiesen restos de huesos en algunas esquinas, círculos de cartón con espinazos, luna de queso crema sobre un mar añil que dejara una vieja para tentar a los gatos avinagrados y libertinos de camino al cementerio, o alguna cucaracha patas arriba, moribunda, fumigada o carteles con consignas y arengas solidarias e inquietantes cargadas de un humanismo exacerbado y tropical.

Dona tu sangre, salva una vida. ¿Qué culpa podría tener de que afuera se casara por segunda vez la hija casamentera del diablo? Pero sus ojos no vieron nada de esto, alcanzó solamente a escuchar el sonido chirriante de la puerta del ascensor que se cerraba. Apuró entonces el paso e interpuso su brazo fofo entre las hojas afiladas del aparato que cedieron indefensas y dóciles ante la violenta determinación de aquel hombre de entrar definitivamente en él. Tuvo el impulso de retroceder y utilizar las escaleras cuando notó que el ascensor no estaba vacío como esperaba, pero ya una señora muy amable había creado un espacio a su lado para que pudiese pasar, atrayendo a un niño regordete hacia ella de un tirón e invitándole a entrar con una sonrisa.

¿Cabemos?, aun así preguntó con esa rara manía de los cubanos de multiplicarse, de parapetarse tras un puñado de iguales invisibles, -brigadas de apoyo en tiempos de comunas-, de no asumir la responsabilidad total de sus actos ante ciertas situaciones comprometedoras. De diluir al Yo burgués y triste del pasado en el jugo fiestero de los nuevos tiempos. Nuevo amanecer. La mayor cárcel para ex-federadas del hemisferio. ¿Cabemos? repitió mientras se acotejaba entre la gente. Engurruñándose, apolismándose, apretando excesivamente los brazos a su cuerpo, congraciándose un poco, levantando los hombros y achinando los ojos. Con un temblequeo se cerró la puerta. Sintió entonces el enorme esfuerzo del aparato, la tensión de los cables. Calculó la suma aproximada en libras de todos los subientes incluyéndose y las constató con la capacidad máxima permitida por el fabricante, le restó una porción equivalente a un cuerpo con su alma intentando compensar así el lógico desgaste producido por los años de abandono y la instaurada desidia revolucionaria.No daban las cuentas.
¿A qué piso va? -le preguntó un joven de espaldas estrechas y una tenue sombra de bigote bajo una nariz aporronada coronada por un grano colorado. Infeliz, infeliz tiene un grano en la nariz.

-Al penthouse- respondió el hombre.

El muchacho pulsó el botón que se iluminó al instante. Veinte números consecutivos sobre un cartón destartalado. Una charada herida, manoseada, agujereada, derretida, mordida. Un éxodo de animales e insectos espantados. Suerte a la suerte. Artritis neuropática. Dedos cruzados. Un caballo desbocado, una mariposa bruja, un marinero amotinado, un gato maullando, una monja sin hábito, una jicotéa recogiendo todo lo malo, un caracol lejos del mar, un muerto que ha empezado a descomponerse, un elefante con impétigo de espaldas a la puerta, una ballena con un muñeco de palo en su barriga, un gallo muerto de sueño, una puta en cuaresma, toda la maravilla de dios sobre la simple cola de un pájaro, otro gato con ínfula, un perro en un saco, un toro en un encierro, el viejo y sus yagas, un pez fuera del agua, una lombriz solitaria, un orinal vacío bajo un aro punzó.

-El jueves cortan el agua. 

¿Otra vez? Van a arreglar el motor. ¿Quién viene? Los de la Compañía. Si viene el mismo de la otra vez habrá que decirle lo de la cisterna, que le ponga un candado o algo... Eso ya no es problema de ellos. Y de quién entonces. Eso es Poder Popular. Que se lo diga María del Carmen entonces al marido para que haga algo. ¿Qué vino a la bodega que vi cola? Jabón y café. ¿Qué vino a la pescadería que ví cola? Jurel. ¿Qué vino a la farmacia que ví cola? Algodón. Y qué vino al puesto que vi cola? Maíz. Y al Tencent qué vino? Champú. Que no cese el ruido, ni pare el motor; el trabajo es gloria, la vida es acción. Radio Progreso, la onda de la alegría y Henry Fonda junto a su hija comunista descompresionando una hoya de frijoles. Tren de Hershey a toda máquina derritiendo a su paso raíles de chocolate y de nueces. Y los patos nuevamente sobre la dorada laguna, centelleante, en riguroso blanco y negro desde la ventana indiscreta de Huracán, desprendiéndose las hojas ya leídas de su tronco engominado y del misterio londinense, debidamente encuadernado en la Federico Engels de Vía Blanca y el tirón de una puerta por el viento y un grito sordo de ¡Anayansi! que debe estar grandísima por cierto y un juego de pelota detenido por la lluvia y un documental de Kazajistanas estepas mientras tanto para entretenernos y educarnos y alguien dando agua a un dominó y la interferencia inútil a la emisora enemiga tras el sonido de las fichas chocando como carritos locos desquirlándose y la ciudad de los pioneros y el parque Martí y el parque Lenin y la oficoda y la pirámide en equilibrio de latas de jalea de leche con la silueta de una madre amamantando a su hijo.

Las fósforos univitelinos, monocigóticos. El vitíligo y la melagenina. Las dos Alemanias. El turbador sonido del taxímetro por la quinta avenida en el medio de la noche, escapando de los mosquitos y del miedo. Rótula que se desarticula a cada paso de regreso al Vedado. ¡Y la negra Rosa tan mala!, envenenada con su propio veneno y el señor Leoncio que se vuela la tapa de los sesos. Hasta el último capítulo estuvieron fastidiando a la pobre esclava, jorobandola, mortificándola, haciendo su vida tan espesa y ácida como un yogurt de litro porque el de pomitos ya no viene ni el de bolsa tampoco. ¡La pobre! Hoy seguro repiten el capítulo. Las personas que tuvieron apagón también tienen derechos compañera. No, si yo no digo nada. Yo lo volvería a ver una y mil veces Una y mil veces.

¿Y esos mangos, de qué mata?
De donde Fina Sarduy
Están buenos pa’ batido,
del suelo los recogí,
los tumbó una ventolera
la tarde en que no te vi.
Y entre los dientes un hilo
hilvanando un popurrí
de canciones amorosas
dedicaditas a ti.

¿Que es de la vida de Oscar? Esperando la tarjeta blanca, y la mujer esperándole en Miami. Ya tú sabes. ¿No está parando de nuevo en el cuarto? Hasta el sexto no para. ¿No lo habían arreglado? ¿Para abajo? Para arriba. ¿Para abajo? Para arriba. Mira como tienes ese cuello. ¡Y las rodillas! Una ropa acabada de poner, acabada de lavar, acabada de planchar. Yo no sé para qué yo me mato trabajando y trabajando como una negra.

¿Y eso que tiene el zapato qué es? 
¿Un agujero? 
Deja ver.
¿Un agujero? ¡¿Un agujero?! por la orillita Carlito 
¡Carlito sube a almorzar! por la orillita mi’jito, por la orillita del mar. 

Por la orilla una hormiguita del tamaño de un lunar y antes de morir la suerte de vivir en tu pulgar por la orillita hay un duende un fantasma original viviendo de los recuerdos que no puede recordar Poco a poco fue el ascensor aliviándose de su humana carga. Notó el hombre entonces – al quedar completamente solo- que las paredes laterales estaban forradas con dos sendos espejos que multiplicaban su perfil, desconocido y siniestro; encerrándolo, acorralándolo en una extraña dimensión cercana al infinito. Aquél encuentro con su imagen repetida en los espejos aumentaba sin embargo la sensación de soledad que siempre le acompañaba, su constante desasosiego, el eterno vacío que colmaba su vida. Fidel singao, habían rayado con la punta de una llave- de prisa y con miedo- sobre el esmalte de la pared del fondo y no con devoción y sangre como años antes, descascarándola, surgiendo de entre los bordes de las letras los restos de antiguos colores, capas de pinturas sobre capas de pintura y de churre. Jirones de piel abandonados entre los roces inevitables de los que ya se han ido para el norte o para el este.

Fidel singao. 

Pensó que la frase, aunque encerraba desesperación y odio también denotaba una dosis de amor profundo, de familiaridad, un cierto sentimentalismo doloroso y vil, mezcla de ternura y rabia. Le sonrió al espejo y notó que sus dientes se habían amontonado, que sus ojos habían perdido el brillo seductor de la juventud. La puerta se abrió de par en par al llegar al último piso dejando atrás la confusión de voces y sonidos del resto del edificio. Aquí en cambio, todo era silencio. La poca luz que le quedaba a la tarde llegaba de sopetón desde el tejado, iluminando el descanso de la escalera que se volvía considerablemente más estrecha. Notó también que las paredes tenían una terminación mucho más descuidada, más chapucera que en los otros pisos, que los peldaños carecían de cualquier revestimiento. Notó el viento húmedo que llegaba de la ciudad por donde hacía unos minutos transitaba. Recordó el calor infernal del asfalto bajo sus pies, la dureza de la acera, el charco a la entrada del edificio, la mancha multicolor de aceite sobre él.

Ahora oscurece temprano. Jamás soportó este horario en que a las seis de la tarde ya es de noche y todavía andan regresando los muchachos de los colegios y los autobuses están repletos y se escucha la asonancia propia de un lugar iluminado y jubiloso sobre la ardiente sombra de un país penumbroso y decepcionado. Desde hace unos años- pensaba el hombre- Cuba necesitaba del sol y del cielo despejado más que nunca y la llegada de la noche traía consigo, solo conciertos multitudinarios de tripas cesanteadas y poliformes maneras de temer. Sobre el tejado fue sorteando la madeja de antenas punzantes, habriéndose paso entre los paños empercudidos enredados en los cables hacia el muro, dejándo sin querer entre las telas, diminutos fragmentos de su alma. Miró a la Habana por última vez y saltó al vacío.

9 comentarios:

  1. Apretaste Michel. Narrativa de altura. Visual y cogitativa a partes iguales. Del penthouse al suelo pasando por las tendederas de ropa de la cotidianeidad cubana.

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  2. Muy simpatico el cuento. Eres familia de Carlos Fuentes?

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  3. Prosa sabrosa, Carlos, y bienvenida. Muy bien condensadas las viñetas de ese habanal mundo que, aún en su precariedad, es una memoria halagüeña comparada con el presente apocalíptico. Me apunto en la saga.

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  4. Fidel singao. Asi hasta el infinito.

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  5. Ma repeto conel coma andante... habrase visto

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  6. gracias a todos por el acogimiento,Apostol,A.T.

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