jueves, 24 de junio de 2010

Los coaxiales

Ernesto González

Se estaba instalando el cable coaxial, grueso y complejo falo de comunicación que hendiría el subsuelo del Este al Occidente de la isla. Para emplazarlo, el gobierno contrató en el interior del país a veintenas de técnicos y obreros cuyas caras renovaron las noches habaneras, sobre todo las de Prado, zona donde se hallaban los albergues. Todo buen bugarrón, de visita en La Habana, sabía que su obligación era ir a Prado aunque fuera una sola vez durante su estancia capitalina. Esa era la regla, el mandamiento de la bugarronería. Nunca habría bugarroneado lo suficiente si no sacaba de Prado o de sus alrededores, alguna loca, o al menos un entendido de teatro y salón.

Yanez, dirigente de guajiros bugarrones, se había enrolado en el contingente del cable para irse un tiempo de Caibarién. En el albergue trabó amistad con cinco muchachones y los convidó a pasear. Cuando el tráfico de locas y la conversación evidenciaron el acuerdo de que ninguno dejaría de ser hombre por «darle un rabazo a un maricón», Yanez se acordó casualmente de la dirección de uno que había conocido en las parrandas de Caibarién. Se aparecieron en casa de Enos, quien los recibió encantado. Antes de notificar a sus amigos la presencia de esta remesa de carne fresca y androgénica en La Habana, Enos dejó pasar unos días. Dejó pasar, además, la pena que le daba decirle a Yanez que deseaba probar aquella remesa de coaxiales. Yanez, dirigente de bugarrones, corruptor de guajiros, luego de ir solo a visitarlo y pasársela muy bien, le contestó que no había tema: ¿Te gustan los muchachos? Pues mete mano.

En la siguiente velada, uno a uno fueron pasando al cuarto de Enos, mientras siempre quedaban cuatro coaxiales con Yanez en la sala, viendo la telenovela, la película, el noticiero de las doce de la noche, tomándose unos traguitos que Enos preparaba en la cocina entre disfrute de coaxial y coaxial. Entonces fue que Enos comunicó a sus amigos la noticia de las visitas coaxiales. Recomendó a los cinco de acuerdo con sus características peculiares, claro, nunca incluyó a Yanez, mulatón intocable, y nadie se lo censuró. Los coaxiales instalaron sus variados cables a todos los amigos de la casa. Y hasta a clientes de Enos que rompieron sus compromisos gays, a la vista de tanta hermosura y regalías androgénicas. Solamente uno dejó de comer coaxial: La Islámica, por esa manía suya de invitar al Club Árabe de Prado al posible amante, antes que a la cama. Cuando el coaxial designado la dejó esperando a las puertas del Club —te lo dije, que aprovecharas, ese se fue, seguro que regresó a Las Villas—, y La Islámica, histérica, decidió ser más directa, no había coaxial disponible para ella. Cada uno tenía ya pareja fija.

Enos regresó a Yanez, intocable mulatón que no aceptó jamás los requiebros amorosos de ciertos amigos de Enos. Yanez había trastocado su tortilla; en principio por hacer de todo, enseguida, por una extrema pasividad. Y Enos, deslumbrado de poder meterse dentro de un mulato de esa hechura, no demoraba en abrirle los muslos en la esquina de la cama para poseerlo interminablemente.

Cuando los coaxiales fueron trasladados a Pinar del Río, a instalar el cable allí, Enos se quedó sin pareja(S). Leyla, maricón con tetas, más maricón que lesbiana, se había separado de su amiga y fue a visitar a Enos acompañada de Jaco, admirador de las rancheras de Juan Gabriel cantadas por Rocío Durcal. Jaco había sido amante de Leyla, lesbiana maricona, quien se lo recomendó a Enos como un «ejemplar de magnitud».
En el umbral de la casa, Enos besa a Leyla y estrecha la mano que le tiende Jaco, examinándolo de un plumazo: rubio, de estatura mediana pero ancho de hombros, barbilampiño, labios muy colorados. La mirada de Enos asciende por las manos acabadas de estrechar, dedos inmensos, continúa por la muñeca proporcionada, la anchura del antebrazo, y adivina la solidez de los bíceps y del pecho. El abdomen se hunde, bajío terso, consagrable, y el sexo bajo el pubis, proporcionado, no inmenso pero sí robusto, grueso.
Jaco y Leyla fuman un cigarrillo tras otro. Leyla espera a una nueva amante. Viene a recogerla y parten. Jaco permanece recostado al espaldar de la cama, fumando incansablemente, oyendo las rancheras. Jaco, muy parco menos en el fumar, atento fan de las rancheras de Juan Gabriel cantadas por Rocío Durcal, impresionaba como un litoral acantilado, infranqueable. Es andrógeno puro, puro, insistía Manuela, dislocada, el día que lo conoció.

Y Enos: Me di cuenta de que estaba enamorándome de Jaco, aquella tarde en que me esperó en la escalera, a las puertas de casa, y se me encimó a darme un imperceptible beso en la boca. Una acción impensable en un andrógeno como él o en cualquier andrógeno que en realidad lo fuera. Ese recibimiento y el estilo de vida de Jaco —que introdujo cierto orden en mi existencia—, coadyuvaron a mi enamoramiento. Jaco impuso sus normas en casa. No había que gastar tanto dinero en ir a comer al Club Árabe de Prado. «¿Y quién va a cocinar, Jaco?, tú sabes que yo no resisto la cocina». «¡Cocino yo!» Había que planchar la ropa. «¿Cómo es que tú has podido vivir sin una plancha, Enos?» Tendría que restringir las amistades en casa. «Tú te sientes mejor con tus amistades que conmigo, no quiero ese entra y sale aquí, no le vas a alquilar a nadie más, no te hace falta».

Además de reorganizarme la vida, Jaco lavaba. Era adorable ver a aquel andrógeno, recostado a la batea, lavando con el cuidado de una lavandera profesional, restregando, enjuagando a la perfección mis calzoncillos. Jaco era muy limpio. Ni un pedo puedo decir que le escuché tirarse esas semanas que vivimos juntos. Ni un pedo, y tiene que haberlos tenido. En la cama, sin embargo, Jaco avanzaba poco. No soportaba los preámbulos tortilleros, por nada del mundo osaba posármele arriba. Cuando quería templar, Jaco hacía un movimiento con el mentón, señalándome que podía bajar, y yo bajaba a saciarme como una ternerita sedienta. Después —estilo vírate ya—, me clavaba sin nada de vicios, espejos, piso, bañadera ni butacón. Vírate y ya. Aquel beso en el pasillo había sido una esperanza falsa. Jaco era un bugarrón con alma de margarita. Bugarroneaba espantosamente bien y eso me encantaba; pero la conversación, fuera del ámbito de los problemas de la casa y su regusto por las rancheras, decaía sin remedio. Se encerraba en el cuarto a oírlas, mientras yo me quedaba viendo televisión en la sala. Allí recibía a mis amantes nocturnos mientras Jaco dormía.

Los sábados, para Jaco, no tenían mayor trascendencia que los lunes o cualquier otro día de la semana. Ese sábado hizo lo mismo que los seis anteriores que habíamos compartido: se encerró en el cuarto a fumar y oír las rancheras de Juan Gabriel cantadas por Rocío Durcal. La sala de casa se llenó temprano. La Chucha había prometido traer una película porno-gay, la única en su tipo que circulaba por La Habana y seguramente por el país, borrosa e inaudible. Era nuestra primera experiencia porno-fílmica, había que verla —vislumbrarla, adivinarla—, pues además era gay.

Jaco se insultó: No, qué va, ¿una película de maricones?, yo no veo esa mierda. Se trancó en el cuarto, encendió la grabadora y puso el casete de las rancheras de Juan Gabriel cantadas por Rocío Durcal. A pocos minutos de haber empezado la película, tocaron a la puerta. Salté de mi butacón a detener el vídeo rápidamente. La Chucha abrió las ventanas muy nerviosa, y el resto de los pájaros comentaba muy alarmado: ¡Qué horror!, ¡será la policía!, ¿los vecinos habrán oído algo?, si es que no se entiende nada de lo que dicen en la película, ¿y los suspiros?, ¿y los gritos? «Voy a abrir», dije, y ordené silencio y tranquilidad.
Regalo divino, era Yanez, mi dirigente de coaxiales. Había venido de Pinar del Río y estaba de tránsito en La Habana rumbo a Caibarién. Iba a visitar a su familia. Durante unos minutos el grupo se olvidó del filme. Las gays habían resortado pensando que Yanez venía acompañado. Pero nada, no traía ni un solo coaxial. Sólo mi Yanez, rector de bugarrones, mi mulatón abierto y pasional. Le brindé una cerveza y nos sentamos a continuar la función.

La trama de la película se desarrollaba en un cuartel. Los soldados tocaban a la puerta del urinario y entraban a hacinarse entre sus paredes, poseyéndose mutuamente. Los muchachos, rubios, trigueños, negros, forzudos, sin plumas, androgénicos —al menos en apariencia—, cogían y daban, se revolvían y eyaculaban. El vicio era tremendo, creo que todos estábamos excitados en la sala, adivinando lo que sucedía en aquella explotadísima copia de película porno-gay, probablemente única en el país. Yanez me miró. Con la barbilla le señalé la cocina. Él, de inmediato, se puso de pie y se dirigió hacia allí. Corrí tras él. Detrás de mí escuché a Chucha: Enos, ten cuidado, que Jaco puede levantarse, te puedes buscar un lío. Mi coaxial se bajó el pantalón, y sujetándose del techo del refrigerador se inclinó hacia adelante. Delante de mí, las nalgonas pétreas en las cuales me metí rápido acariciando la espalda extendida, los muslos inolvidables.

De súbito, la puerta de mi cocina se abrió golpeando el cráneo de mi amante. Jaco había ido a tomar agua. Al vernos, se escurrió fuera y clamó ensordecedor: ¡Enos! Me subí el short y lo seguí al cuarto. Estaba sacando su ropa del closet. Se detuvo frente a mí y me sonó un galletazo que se debe haber escuchado en los bajos del edificio. Manuela vino a calmarlo. Los dejé solos, conversando. Muy colorado, salí. Chucha estaba sola en la sala, repitiéndome: Te lo dije, te lo advertí, te va a matar, Jaco es un acomplejado y te va a matar.

Jaco atravesó la sala cargando su maletín. Lo seguía Manuela y algo como que él valía más que un negro y que no lo iba a permitir.

6 comentarios:

  1. jajajajaja. Crazy... jajajaja... Clasico cuento de maricones en la Habana.

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  2. http://cubainglesa.blogspot.com/2010/06/esperando-zoe-valdes.html

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  3. Ay no puedo tumiamblog con la noticia!!! Tambien acabamos con la tuna, y yo que soy vegetarian que hago? Anamaria

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  4. yes, it's soo gay but sooo good!

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  5. Indiscutiblemente Arenas dejó un legado y la literatura de este discípulo va a dar que hablar en su momento.

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