Ramón Alejandro
Pero no se vayan a creer que fue Abouraschid quien más me alumbró los faroles indispensables bajo cuya luz lograra elucidar ese ovillo que tenía enrevesado dentro de mi inquieta y laboriosa mente. En cuestiones del alma más nos vale empezar por el principio, y al principio fue el Cuerpo, asere. No el Verbo ni nada de eso. Porque todas nuestras actitudes vienen de ese substrato material que ni se crea ni se destruye, sino que se transforma sin cesar adoptando las más diversas formas. Que esa substancia única diversamente modificada que sostiene el variopinto mundo de los múltiples fenómenos y las ligeras y fugaces apariencias es la misma Madre Materia.
Y que es de su proteico cuerpo que brota inexplicablemente nuestra mente, tan simple y naturalmente que aún no hemos logrado elucidar su secreto mecanismo. Y que seguimos escrutando incesantemente todos los posibles encadenamientos causales esperando lograr satisfacer un venidero día nuestra legítima curiosidad.
Antigone Le Yaouanc, como su apellido indica, es una bretona bien fornida, atlética y que no tiene más de veinticinco años de edad.
Antigone ejerce muy cerca de mi casa esa útil e interesante profesión que consiste a aplicar terapéuticamente el saber de la ciencia ortóptica. Ortoptista es por lo tanto la joven y un tanto hombruna bretona que se ocupa de reeducarle a aquellos que tienen la vista ida, o que se les va, o en proceso de estársele yendo. O que en fin no logran ver con precisión un objeto que esto le puede suceder a cualquiera sin llegar al estrabismo como llegaban mi madre y mi hermana Regina. O como mi mismo hermano Carlos que cuando a veces ambos estábamos en plena y animada conversación me distraía de mala manera al poder observar, no sin cierta alarma, como la pupila de su ojo izquierdo se le empezaba a resbalar imperceptiblemente hacia la comisura de su nariz, mientras que la del ojo derecho seguía imperturbablemente fija en las mías.
Me era imposible concentrarme en lo que me estaba diciendo por la fascinación que ese insólito fenómeno me provocaba en mi distraída naturaleza. Llegaba el momento en que toda mi atención se concentraba en los saltos que esa misma pupila daba intentando heróicamente de volver a focalizarme. Porque supongo yo que él por su parte se daba cuenta de que me iba viendo doble, cada vez más desdoblado, y que de repente ya tenía dos hermanos menores delante de sus ojos, en vez del único y verdadero con el que estaba despreocupadamente conversando hacía solamente unos breves momentos, y el mismo que yo siempre fui. Y ni hablemos de Regina, que vino al mundo con un ojo tan mal encaminado que nunca logró aprender a ver con él.
Como nadie de la familia se percató a tiempo de que esa niña no podía ver ni dos montados en un burro con ese desviado órgano, acabó perdiendo la visión al no poder hacer a su debido tiempo las conexiones necesarias que todo ojo debe realizar con el cerebro para que el sistema nervioso central pueda interpretar los datos que eventualmente le envíe el nervio óptico que se enraíza en el globo ocular. Que no es razón suficiente de que por ser doble ese órgano, se desdeñe a uno de sus dos componentes. Y que resulta muy conveniente, y aún necesario y recomendable, conservar entrambos de manera a poder disfrutar de la profundidad de ese maravilloso espacio virtual que se llama el campo visual. Escenario donde nos delectamos gozando de ver tanto lo bello y placentero, como lo grotesco y repugnante, que se produce delante de nosotros en este valle de carcajadas, temblores, cosquillas, eyaculaciones, estertores y lágrimas, mientras nos duran nuestras precarias existencias. Que sin conquistar la visión binocular, no hay percepción del espacio posible.
Y Regina ha vivido toda su larga vida en un mundo absolutamente plano, tan pobre respecto a la plasticidad de los fenómenos, como lo es un mapa planisferio del tipo de la Proyección Mercator de corriente difusión en las escuelas de mi infancia, a la realidad de la esfericidad del Globo Terráqueo contemplada desde el punto de vista de un satélite artificial. Y que quizás sea por eso que debe estar llena de resentimientos hacia los que vemos simultáneamente con nuestros dos socairos bien dirigidos hacia un punto convergente. Y que a lo mejor fue por esos mismos sentimientos retorcidos que encierra en su corazón que me expulsó de su casa de Buenos Aires. Y que veinticinco años más hizo denodados amagos de trasquilarme sin el más mínimo éxito, pero con la más determinada intención de esquilmarme hasta el collín.
Pero eso se los contaré dentro de algunos capítulos, porque Roma no se hizo en un día, y que ya les advertí que mi descarga va para rato. Así que si se impacientan desagradablemente no duden en botar inmediatamente este libro proyectándolo vigorosamente por cualquier cuneta de carretera por la que estén transitando a todo meter para ocuparse de sus asuntos corrientes. Que eso es lo que en primer lugar debían estar haciendo en vez de perder su tiempo leyendo vaciedades.
3 comentarios:
Alejandro, el principio ES el cuerpo. Anamaria
Por favor Triff pon el titulo de la pintura, lo merece. Gracias, gracias
Simpatico,que se desquitara contigo por haber visto siempre el mundo plano.
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