Ernesto González
Mi primera salida con Manuela fue sorprendente y muy alocada. Manuela no puede oler varones, y si son militares o choferes, peor, porque se desespera, habla altísimo gesticulando, se suena el elástico del calzoncillo bajo las nalgas como si fuera un blúmer, me ahogo, qué calor. Abordamos el ómnibus en medio del tumulto de viajeros. Enseguida, una súbita metamorfosis transforma el modo de hablar de Manuela que ha olido varones.
Uuy, qué de andrógenos en esta Ruta 2, qué maravilla. Ahora Manuela habla una jerga, mezcla del español más castizo, mexicano y uruguacho. Manuela no se decide por una nacionalidad, o ignora su modo peculiar de expresión. Pero eso no es obstáculo para que pegue su maletín de médico a cuanta portañuela se le cruza en el pasillo de la guagua, hasta hallar una que responda a su estímulo manual.
En ella Manuela se detiene hablando frenéticamente conmigo, saltando de un tema al otro: las compras que va a realizar a la mañana siguiente, el viaje de regreso a su país de origen —tierra de lengua exótica, en definitiva, geográficamente ilocalizable—, que muy a pesar suyo debe emprender en los próximos días, lo mucho que le gusta la cerveza cubana... Entabla diálogo con un joven que le queda delante, mientras pega el maletín a la portañuela del que tiene al costado y uno le vacía su aliento en la nuca contestándole preguntas. Manuela hace una veintena de preguntas a ese que está detrás, estoy húmeda, Enos, bajeado por el aliento del andrógeno todo el viaje, me ha arrebatado, mira cómo estoy de húmeda. Y se suena el calzoncillo debajo de la nalga. Nunca fue Manuela menos mexicana que loca excepto en una guagua llena de La Habana, a cualquier hora del día o de la noche.
Varias veces estuve a punto de bajarme de aquella Ruta 2 previendo un escándalo, pero nada ocurrió. Al contrario, Manuela cae bien. Es ocurrente, conversador, ríe a menudo. Y eso es típico del cubano que cae bien. Llegamos a Párraga, mi antiguo reparto. Entramos a la iglesia llena, además de católicos, de los santeros que celebraban la fiesta de Ochún. Enseguida, en una veloz transición, Manuela cumple con el ritual dejándose llevar por la atmósfera de la misa como a pocos creyentes he visto hacer; y menos, en aquel ambiente caluroso, de gentes inquietas. Al final, Manuela fue santo por santo, cripta por cripta, a manosear las imágenes de rostro beatífico y a rezarles mirándoles los pies. Intercambia saludos con algunos santeros, soberbios hijos de Ochún que se apretujan en los pasillos. Termina el recorrido y se me acerca: Ven, me dice, voy a presentarte al Padre Sergio. Ya antes me había hablado del cura: Me encanta, Enos, cómo me gusta el Padre Sergio, vas a conocerlo, es un cuarentón muy androgénico.
¿Tú sabes qué me hizo el mes pasado? Le llevé un ramo de rosas al Santísimo y fui y se las puse. ¿Tú sabes qué hizo? Fue y arrancó una y me la dio. Tiene cada cosas conmigo que me hacen un resorte tremendo. Me pone mal, muy mal. Otro día, hizo esperar a una de esas beatas que van a verlo, para seguir atendiéndome a mí. Venga mañana, le dijo a la vieja, que ahora estoy con el doctor, venga mañana sin falta... Así le dijo, Enos... Y para que tú veas, me lleva tenso en el confesionario, pero tenso, tenso. Eso me hace más resorte todavía. Pero cuando hablamos y yo le contesto, él se me acerca y me bajea bajito echándome el aliento arriba y me dice: Doctor, ya le dije lo que en mi opinión usted debe hacer. Vaya y hágalo de una vez. Eso es lo que espero de usted... Me presenta al Padre Sergio, que resulta ser en efecto un hombre muy atractivo. Estaba muy ocupado atendiendo a sus fieles. Manuela no parece darse cuenta.
En cuanto se va alguno de los interlocutores del cura, Manuela retoma la conversación. La interrumpe alguien que llega a saludar, y ella, inconmovible a un costado suyo, espera a que el feligrés se vaya para volver a dirigirse al sacerdote justo en la frase que se le había quedado colgada. —Manuela —le susurro—. ¿No crees que debías venir a verlo otro día? Hoy hay mucha gente que quiere saludarlo. —Sí —me contesta desalentado y se despide dándole un pellizco al abdomen sacerdotal en las cercanías de su ombligo—. Bueno, Padre Sergio, me retiro, vengo el domingo, cuídate, Padre, ¿conseguiste el Alusil?, ¿sí?, ¿mandaste a buscarlo donde te dije? Menos mal. No lo dejes de tomar como te lo indiqué, una hora antes del desayuno, almuerzo y comida. No lo vayas a dejar de tomar... Manuela vuelve a pellizcarlo por encima de la sotana. Le soba los hombros, la espalda y repite que se va, pero en realidad sigue manoseando al cura. Un grupo se ha formado esperando el cierre de la despedida de Manuela. El padre se da vuelta y se dirige a sus feligreses en tanto Manuela se le grita que no se olvide de tome el alusil.
3 comentarios:
Manuel o Manuela me da igual, mas bien la ambiguedad. Otro tema de mariquitas. Un poco repetido pero bien contado.HLM
"I think it's really going to be very harmful to the morale and effectiveness of our military," said Sen. John McCain of Arizona, the top Republican on the Armed Services Committee and a leading opponent of the repeal.
Esto dice de los gays y lesbianas este senor, abanderado de la cultura retrograda de los supuestamente "conservadores".
Cambiemosle el nombre de una vez....son "reaccionarios y retrogrados", sin dudas, van diez pasos atras con los tiempos.
El partido del NO....los ultra -Repu.
Los abanderados de una llamada pureza americana que no es mas que la discriminacion atrincherada y disfrazada de patriotismo.
Y han logrado confundir a muchos incautos con encendidos discursos patrioteros y populistas.
Que quede claro: Con Manuela no se pelea.
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