la belleza no

Rosie Inguanzo

Escribir para mantenerse vulnerable. La poesía me mantiene vulnerable. Por eso escribo en primera persona sobre lo que más me asusta lo que más estremece lo que más me avergüenza de lo que más me arrepiento el sitio que duele. Uno días libres de inconciencia febril y busco la fe en la escritura. Una escribe porque conserva esa fe en ir ensartando imágenes, pinzando palabras al vuelo, juegos sintácticos, apurando ráfagas de sentido, atisbando lo raro, adivinándole a la emoción, la de vivir. Y de ese otro designio que nos acosa y que barrerá con todo: la muerte. Escribir a sabiendas de que la belleza no puede seguir siendo las manzanas de Cezanne. Hay que rimar distinto, en el Kitsch mediático postmoderno, en el rap, rajar poesía con la cápsula pictográfica del text message, en la alegría lúdica dadaísta del niño no contaminado por la (in)cultura -machista; nunca banalmente, riámonos. Lo importante es vivir en mi tiempo -siento; o mejor, en el futuro. Evitar la autocomplacencia, alimentar esa inquietud de las palabras dichas una y mil veces; desdecirlas. Huir del discurso engolado, grave, el enunciado denso nerudiano (por el que optan tantos colegas varones), tanto como de la gordura mental. Una trata de nombrar ese desorden, juntar palabras salidas de la nadería de Dios. Y de la urgencia ante la muerte. Y dice así: 

salgo a comprar flores para el espacio vacío 

transfiero pequeñas agonías florales a donde estuviste 

cuando llegues a las once

concluirás el ciclo de esa falta 

y ellas beberán el agua del búcaro 

como si chuparan tus pensamientos

saben que sus vidas dependen de ti.