Claudia Cadelo en Octavio Cerco:
Existen pequeños espacios para la catarsis ciudadana en mi ciudad, son instantes que disfruto a plenitud aunque no sean numerosos. Puede ser una parada de guagua, una cola interminable para algún trámite burocrático y absurdo, o simplemente, un taxi de diez pesos.
La ruta Habana Vieja-Vedado-Playa es famosa por las dificultades y las demoras de las guaguas -claro, nunca tan impresionante como la del Vedado-Nuevo Vedado donde coger “algo” es agónico- es por eso que la presencia de los boteros alivia con creces la ineficiencia del transporte público. Con la llegada brutal del verano hace unos días, los que tratamos de movernos nos irritamos bajo el sol y la espera se vuelve insoportable. Cuando ya no das más sacas la mano y optas por la vía privada, siempre más eficiente.
El otro día yo estaba a pleno sol en 23 y me decidí por un almendrón. Dentro estaba repleto y las gotas de sudor nos corrían a todos por la cara, sin embargo sentí la bocanada de libertad desde que entré, la conversación era muy animada y el tema: los abusos policiales.
El chofer narraba las peripecias sufridas por su esposa durante doce horas en los calabozos de Zapata y C, había sido “capturada” por dos uniformados mientras se dirigía a su casa con dos litros de yogurt, confiscados –para colmo- como “mercancía de mercado negro” durante su detención. Una señora en el asiento de atrás detallaba las condiciones inhumanas de su estancia en la estación de Zanja, llegó hasta allí por tenencia ilegal de cuatro pomos de cloro y dos de salfumán. Otro señor a mi lado se lamentaba, le habían incautado en el Casco Histórico su cuota de pasta de dientes y cigarros, que infructuosamente trataba de vender.
Yo, por mi parte, les conté cómo una vez, mientras disfrutaba con algunos amigos del mar en Guanabo, nos robaron todas nuestras pertenencias y nos dejaron sólo las trusas que llevábamos puestas. Fuimos a hacer la denuncia a la estación de la PNR y, como no teníamos carnets de identidad, nos quedamos detenidos hasta cerca de las diez de la noche.
Llegué a mi destino ligera, el calor ya no me molestaba tanto y me deleité, al menos durante unos minutos, con la inefable satisfacción que se siente cuando uno dice bien alto lo que piensa.