Ernesto González
Aparece la protagonista, de enormes senos, con una vaporosa y escotada bata de casa de floripondios rojos, sentada en una butaca de bar en medio del escenario. Según el monólogo, Tita había sido dentista en Cuba. Se había graduado muy joven de la carrera y había tenido que ir a cumplir el servicio social en la campiña cubana. Había tenido que levantarse de madrugada en el albergue para que un tractorista la llevara (me diera un rai, yunó), hasta la clínica localizada en el centro del pueblo. Algunos de estos tractoristas la habían enamorado (contriman, yunó, goryus, unos guajiros fabulosos), pero Tita había hecho lo posible por mantener intangible su condición de dentista rural recién graduada.
Una mañana, sin embargo, no pudo más, se rindió ante la evidencia y decidió complacer a uno de los tractoristas de manos grandes y ásperas, hermoso (rili, rili goryus, durísimo, vaya). Tita hace entonces un discurso sobre los torsos masculinos: los describe como carreteras de diez vías que conducen al paraíso (son superjaigüeys, ¿alguien lo duda?), los compara con una ascensión al Turquino, con un irreversible ataque al corazón y con una embolia (vaya, es que dan hasta hemiplejía). El nombre del tractorista era Pedro. Una mañana, desecho por el rechazo de la hermosa Tita, decidió dar un paso convincente: abrió su portañuela y expuso ante los trastornados ojos de la dentista, un enorme y torturador falo blanco (metí un grito, grité, sí, yunó, bicos nunca había visto nada parecido, y me asusté muchísimo previendo el irreparable daño que pudiera ocasionarme aquel miembro desatinado, me aterroricé en verdad, aimín, yunó). Tita desplegó sus diversas mañas adentro del tractor y el hombre quedó hechizado para siempre (foreveranever, yunó, nunca creí que nadie fuera a amarme así, nunca, hasta que ese tractorista del rai me amó como lo hizo, aimín, como sólo sabe hacerlo un contriman). El tractorista resultó ser un adicto sexual, especialmente a las mañas de Tita.
Cada mañana, de lunes a viernes, se repetía el ritual mañoso de la futura balsera. Una vez, demasiado ensimismada en el placer que recibía, en plena llama, Tita encendió con una de sus sabias sacudidas el chucho del tractor que echó a andar lentamente hasta el pueblo. Ya las mañas de Tita habían engatusado lo suficiente al tractorista, no acostumbrado a aquellas cosas de ciudad que hacía la doctora. De manera que muchos guajiros en la calle pudieron ver cómo Leda (estaba hechizada, enloquecida, sudada, yunó, como crazi) subía y bajaba en la cabina del tractor que se desplazaba despacio por la Calle Real del pueblo. Un montón de curiosos se fue formando detrás del ingenio agrícola agitado por los movimientos mañosos de Tita, encima de las piernas de su campesino. Los trabajadores que se dirigían hacia sus labores, los niños y los adolescentes que iban hacia sus escuelas, prácticamente todo el pueblo, se incorporó al desfile encabezado por Tita, quien con sus ojos apretados, su pelo sueltísimo y su cabeza levantada hacia el techo del tractor, subía y bajaba desaforadamente en la cabina (aturdida, yunó, en otro mundo con el contriman, aimín).
Cuando por fin el tractor chocó con una palma real y se detuvo frente a la clínica donde la dentista trabajaba, un carro de la policía los estaba esperando. Sacaron a la dentista sudada y carmesí por un flanco del maltrecho tractor y al tractorista por el otro. Los oficiales de la policía no quisieron oír las explicaciones que ambos querían dar (Nobadi, yunó); sobre todo Tita, que deseaba decir que había sido cosa del destino, no nada inmoral ni nada de eso (era algo que ambos sentíamos, algo muy fuerte que no soy capaz de explicar, sólo Dios sabe por qué, sólo Él lo sabe, yunó, aimín). Ante esta confesión exultada por Tita con un vibrante llanto, el Anciano Mongo, muy atento al monólogo desde su butaca en el centro de la platea, no puede menos que volver a asentir y comprender. Los Declarantes de Jesús, que no habían perdido pie ni pisada del rostro del Anciano, se miran y también asienten.
—Recuerden siempre que odiamos el pecado, no al pecador —susurra el Anciano echando una mirada indulgente a los Hermanos por los alrededores, quienes escuchan el recordatorio y transmiten la enseñanza de boca a oído. Los Declarantes alejados del líder observan su aquiescencia, asienten y continúan oyendo a Tita.
La futura balsera sigue llorando en silencio, bajo el haz de luz que se torna rojo tomate. Un joven y emocionado Declarante sentado detrás del Anciano, salta de su asiento y grita enarbolando sus brazos: ¡Alabado sea el Señor! ¡Alabado sea el Señor!.
Tita, estática en el escenario, mide aquella reacción y da un orgulloso sacudón de cabeza.
—¡Así sea! —grita.
El Anciano Mongo rompe en aplausos. Los hermanos aplauden y se miran asintiendo. Pasados unos vibrantes segundos, Tita se sumerge nuevamente en su personaje:
—Ese mismo día tuve que partir hacia La Habana, a cumplir prisión, acusada de haberle dado un uso inapropiado a los recursos del estado.
El auditorio murmura de asombro. Tita hace una pausa larga sobre el escenario cubierto ahora por un haz de luz violeta. Los Declarantes vuelven a observar al Anciano Mongo quien con uno de sus gestos asegura que la obra marcha bien.
Luego de cumplir unos meses de prisión y jurar sobre la Constitución de la República que jamás volvería a dilapidar los recursos del estado, Tita volvió a su trabajo como dentista. Con mucho esfuerzo pudo comprar un cuartico en La Habana Vieja (que estaba comindaon, yunó, como ahora, ifyunoguaraimín). Al principio Tita estaba muy contenta, trabajaba en La Habana Vieja e iba caminando a la clínica. Estaba cómoda, tenía casa por primera vez en la vida, amigos y un novio maravilloso. Tenía hasta teléfono público en el piso (a unos pasitos de mi habitación, yunó, estaba divina, lo que se dice divina, lo tenía todo, todo, era lo máximo, ¿a qué más podía aspirar una dentista como yo, nacida y criada allí, yunó). Pero como la felicidad es efímera, aún en el paraíso socialista, Tita volvió a tener problemas. Rompió su juramento, no el hipocrático, sino el teocrático, y volvió a malversar los recursos que tan generosamente el estado había puesto a su disposición. Tita abusó de la generosidad y del perdón estatales. Sí, eso había dicho el juez durante el juicio.
—Todavía la gente de La Habana Vieja me conoce como La Abusadora Estatal. Es náiz, yunó, que los hombres te llamen abusadora, ifyunoguaraimín.
En esta ocasión el objeto abusado no había sido un tractor, tan fundamental en la economía del país. El recurso del estado al que se le había adjudicado un uso indebido era el viejo y maltrecho sillón de la clínica dental, en el cual la dentista atendía a sus pacientes. (Nunca pensé que algo así fuera a ocurrirme, de verdad que no, yo tenía mi novio, joven y goryus me sentía querida y lo quería a él, ¿qué más iba a pedir?, era lo máximo, yunó, lo máximo). Sin embargo, ocurrió. Un atractivo y descarrilado mulato de La Habana Vieja, frecuente paciente de Tita, acabó por sonsacarla dentro de la consulta. La sonsacación tuvo lugar cuando la doctora intentaba alcanzar una muela demasiado escondida en el fondo de la boca del mulato (una muela del juicio enorme, yunó, que me dejó sin juicio arol). Tita hubo de inclinarse riesgosamente hacia su paciente (es que, como ven, no soy muy alta), desventaja que el mulato aprovechó para rozar el pecho de su doctora. (No soy de piedra, yunó, NO SOY DE PIEDRA, ¿OK? Estoy hecha de pura carne cubana, ifyunoguaraimín). El mulato tampoco era de piedra, y de un tirón, con gracejo de deportista (addchualy, es levantador de pesas, yunó), cargó a Tita y la sentó en sus piernas.
Estaba muy alterada, no me esperaba aquello, de verdad. No estaba dispuesta a dejarme invadir así por un paciente. Lo miré un
segundo y le dije: Espérate, déjame comprobar que la puerta de la consulta está bien cerrada.
Inmediatamente la dentista regresó a acomodarse por propia voluntad en las piernas mulatas del pesista.
Allí se meneó hacia arriba y hacia abajo; y como era su costumbre, con la cabeza dirigida al cielo. En este caso concreto dirigida hacia la lámpara de luz fría fundida y llena de telarañas que había en el techo de la consulta. Al cabo de una hora, como nadie respondía a la puerta del consultorio, cundió el espíritu de preocupación revolucionaria por los pasillos de la clínica dental. El director, apoyado por el sindicato y el del núcleo del Partido, llamó por teléfono a los bomberos y les explicó la situación con alguna dificultad pues no se trataba de ningún fuego obvio ni en ciernes.
El jefe del núcleo del Partido fue quien encabezó la ascensión por la escalera del camión de bomberos, recostada a la ventana abierta de la consulta. Con un pie colocado en el último escalón y uno adentro de la consulta de Tita, el jefe de núcleo comprobó lo que ya imaginaba. Detrás subieron cuatro bomberos, el director y el representante del sindicato de los dentistas en la clínica. Todos, choqueados por la magnitud de la escena: dos seres, adheridos en un núcleo macizo —o en una masa nucleada—, convulsionaban y gemían en el sillón dental que se encorvaba hacia la derecha con peligro para los presentes. Ni los bomberos, ni el director, ni el ladeo del sillón lograban separar a Tita del mulato, ni al paciente de su dentista (estábamos estiqui, yunó, pegados con goma, llenos de un deseo loco, interminable, qué sé yo, no sé qué era aquello, aidonrrilino, guarever, yunó).
Seis integrantes del Destacamento de Respuesta Inmediata se personaron en la consulta a pedido del Partido. Luego de analizar qué respuesta más rápida sería la apropiada para este hecho inédito en la historia del Destacamento, pusieron manos a la obra y en unos minutos consiguieron salvaguardar la clínica de aquel núcleo de gemidos, convulsiones y gozos. Tita tuvo que comparecer de nuevo ante el juez, acusada de ser una malversadora reincidente de los recursos del estado, y de desacato a los bomberos, al Partido, al sindicato y a la autoridad policial. Durante el juicio, el abogado de Tita trató de que este último cargo fuera desestimado (era un carguito menos, yunó, podía ayudarme a llevar el resto de la carga ifyunoguaraimín). El defensor exigió otros elementos que explicaran mejor el desacato de Tita. Los agentes plantearon que la doctora y su paciente habían des¬obedecido la primera, la segunda y la tercera orden de terminar el coito, abandonar el sillón dental, cubrirse y dar una explicación racional a lo que había ocurrido. Los acusados habían permanecido en una actitud demencial y desobediente de la ley, en especial la dentista, que de alguna manera había bloqueado con sus propias partes las de su paciente. Se usaron cuantos recursos persuasivos había disponibles para llamar a la cordura de los acusados, sin que sirvieran de nada.
—Es que no sé lo que tengo o lo que me da cuando me sonsacan de esa manera, ay no sé, pierdo contacto con la realidad; me vuelvo, no sé, guarever y tranco lo que hay adentro de mí, vaya, es algo inconsciente y mágico, qué sé yo, que me saca del mundo.
El rostro del Anciano Mongo reaccionó con una mezcla de asombro y curiosidad a este bocadillo de Tita. Su expresión se volvió descontroladamente intrigada; tanto, que optó por solaparla dirigiéndola hacia la alfombra del teatro.
Tita continúa: Dicen que todo el mundo nos habló, que hasta el director me habló, muy náiz él. Yo no oía nada, había perdido mi capacidad auditiva, yo misma estaba perdida, fuera de mí, yunó.
Había un gran sentimiento de desconcierto y frustración en la clínica. No había esperanza de que la pareja se desacoplara por propia voluntad, cuando se personaron los seis integrantes del Destacamento de Respuesta Inmediata que resolvieron el dilema. Mientras la doctora y su paciente continuaban convulsionando, dos de los integrantes del Destacamento se tiraron al piso con llaves inglesas de diverso calibre. Serpenteando con cuidado llegaron a la base del sillón dental por su costado derecho, aprovechando la cobertura que les daba el ladeo hacia la izquierda. En unos minutos lo desatornillaron, tiraron una sábana por encima a los adheridos y los montaron con sillón incluido en un camión. En el hospital Calixto García los adormecieron con calmantes inyectados y consiguieron separarlos. El abogado reiteraba que Tita y su paciente se habían trabado como consecuencia de una atracción desconocida y fatal. Aquel largo y desgarrante coito había dejado secuelas no sólo en las partes de la dentista, sino también en su psiquis ceñida al misterio e incapaz de razonar y dar una respuesta. La incapacidad lógica constituyó la estrategia de la defensa.
—Déjenme decirles que me han examinado científicos y todo, yunó, y lo único que encuentran, dicen, es una especie de zíper o cierre de carne que se activa en ocasiones en que hago el amor con demasiado gusto, ah, y mucho vapor, dicen que tengo una caldera ahí, yunó, literalmente. Yo, como nunca he entendido lo que me pasa... Sólo me he dejado arrastrar por la inocencia del momento.
Buenisimo relato Ernesto.
ResponderEliminarTitusobao dice, abajo el Anciano Mongo!!!
ResponderEliminarbueno pero largo. a ver que actriz se anima a representarlo en escena plateau vivant en el karl marx
DE PINGA
ResponderEliminarTITA ES DE LAS QUE SE IBA AL ACTO DE REPUDIO.
ResponderEliminar¡Qué fuego tenía esa dentista!
ResponderEliminarAnónimo de las 12:44, tienes razón. DE PINGA!!!
ResponderEliminar¡Ay Tita! así que pura carne cubana...
ResponderEliminarSaludos,
MI
Eso, todas las cubanas del mundo, mantengan en el alto la llama uterina, iluminen los mustios falos del planeta y no se descarten entre sí de ninguna manera. Mejórense los tiempos entre sus piernas.
ResponderEliminarI tend to believe that these oppressive acts are fueled by the dictartorships desperation and fear of losing control. It reminds me of the last days of Nazi Germany, when Hitler went on a rampage, and the German nation ended up paying the price. These are the signs of the last days of the Castro's, and they know it.
ResponderEliminaresto me recuerda a las bichas de la rampa en los finales de los 70' jajjaja asi eran y si eran bacadas mejor todavia......
ResponderEliminarJAJAJAJA.....lo máximo.....Que cubaneoooo!!!!!!
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