Luis Soler
Yo le fui infiel a mi mujer con su mejor amiga. Las dos trabajaban montando un show de cabaret con miras a una posible gira por el extranjero y ensayaban en la sala de la casa mientras yo leía o miraba televisión. Al final del ensayo me tocaba acompañar a Lisette a su casa pues Griselda estaba muy cansada y quería pasar un rato recogiendo todo el reguero. En esos recorridos de apenas cuatro cuadras Lisette me contó su vida y su relación con Vittorio; un italiano que la iba a ver dos veces al año a Cuba y la mantenía a ella y a su familia. Al principio me dijo que estaba enamorada de él pero poco a poco terminó confesándome que no lo soportaba. Una noche Lisette se apareció al ensayo con una botella de ron e insistió en que Griselda y yo tomáramos para celebrar que Vittorio le había propuesto matrimonio.
Ese día el mambo quedó perfecto. Para cuando ensayaban el cha-cha-cha, las dos estaban muy alegres, Griselda tan alborotada que me decía que esa noche habría función. Lisette me miraba con una mirada extraña, lasciva que yo no había visto hasta entonces. Para cuando llegó el "cuadro negro" con música acompañada de batás, Griselda estaba rendida en un sofá y Lisette bailaba sola una danza de Ochún, dando vueltas a mi alrededor. Yo, con aquellos dos tragos de ron aún quemándome la garganta y una rara excitación que me comenzaba a dominar los sentidos, le recorría el cuerpo con la mirada, sin asomo de disimulo. Ella se contorsionaba más que nunca y se mordía los labios con descaro, mirándome fijo a los ojos. Se pasaba las manos por las caderas y los subía por sus senos hasta llegar a la boca. Entonces entreabría los labios y se humedecía la punta de los dedos que volvía a pasar así mojados por sus pezones erguidos y desafiantes. Eso no estaba en la coreografía. Sin mucho rubor, cambié mi posición de pies cruzados y le hice notar mi obvia erección. Lisette se dio cuenta y comenzó a dar vueltas moviendo el cabello, acariciándose el cuello. Los oídos me zumbaban y un ardor en la nuca me producía un calambre que se me esparcía por todo el cuerpo. Creo que en uno de esos momentos en los que me rozó con los senos o con los muslos al pasar por mi lado me cruzó por la cabeza copiar una de esas acciones de Humphrey Bogart o de Steve McQueen cuando toman por el puño a las mujeres que los sonsacan y les dicen algo así como: “oye, deja esos jueguitos que conmigo no te funcionarán”, pero lo cierto es que apagué la música y le dije “vamos, que te voy a acompañar a tu casa”.
En la primera oportunidad que tuvo Lisette dió el esperado resbalón. Al ayudarla a no caer, la besé en la boca ahogando el falso “no” que comenzaba a preparar. El forcejeo no se prolongó mucho más que un merengue en la puerta de un colegio. Cuando ella sintió el bulto de mi pantalón me haló hacia adentro de una oscura escalera donde habían unas cajas de cartón. Me tiró encima de ellas y me abrió la portañuela mientras me aseguraba que ahora yo sabría lo que era una buena mamada. Cuando la sacó, cambió de repente: me miró a los ojos y me dio un beso en la punta mojada de mi pene. Lo guardó con delicadeza y me dijo resuelta: “¡Vamos!”. Me pasaron muchas cosas por la cabeza, entre ellas, que aquello era una jugarreta entre ella y Griselda, pero enseguida la deseché como una posibilidad descabellada y absurda. No insistí. Si ella tenía sus trucos, yo también tenía los míos, y manejar esos códigos faranduleros eran todo delicia y arte de morbo. Cuando la dejé en su casa me dio una bofetada tierna: “Cobarde”. Traté de besarla y ella se resistió. De nuevo, no insistí, y ella me dio un beso dulce y largo. Yo la dejé hacer. Luego subió a su casa no sin una ligera mirada que me dejó embelesado. De regreso, encontré a Griselda dormida profundamente en el sofá. La desperté y la llevé a la cama donde le hice el amor con la pasión brutal de los amores cuando se salen de los cauces y te desordenan la vida. La gira de Cabaret no se dio. Un año después, tanto Lisette como Grisel -y hasta Vittorio el italiano- me ayudaron a conseguir todo lo que necesitaba para construir la balsa que me alejaría como un torbellino de sus retorcidas vidas. Yo me dejé llevar por la corriente.
La historia destila sensualidad y deseo. Me encanta.
ResponderEliminarsexy
ResponderEliminarmmm...y de como una mamada me llevó a una balsa o la historia del pueblo cubano --narrada a sottovoce público-- a lo novelita rosé cargada de testaorina embardurnada de miradas que miraban fijo...y pa´que se sepa, cuando una mujer dice que no, siempre-siempre quiere decir que sí y más, mucho más, dame más papi...
ResponderEliminarLuisito se ve que eres multifacetico.
ResponderEliminarPadre Luigi?!
ResponderEliminara mi me dijo la jevita esa, k tuvistes un caso de eyaculacion precoz! pero bueno, eso pasa dentro de las mejores familias habanera...
ResponderEliminarNo hay duda que Lisette era una jodedorcita.
ResponderEliminarLA TIENES MUY PRIETAAAAAAAA!!!!
ResponderEliminarLA LISTTE SE QUEDO INTRIGADA.
OYE, QUE BOLA CON TU PITO?
Caramba Lusito, que intriga. Delicioso relato…pero ¿en qué le fuiste infiel? ¿Acaso llegó a concretarse? RI
ResponderEliminar...............
Anónimo, no te puedo subir ciertas groserías explícitas. Trata de reformularlas con mejor tino please.
un excelente relato para beber... desde el título hasta el sorbo final. ¡Muy bien Luis!
ResponderEliminarT.
oye soler...eres un octavio.
ResponderEliminardisfrutando del solar electronico.
botao.
una cajita de sorpresas.