martes, 22 de diciembre de 2009

"Éstas no deben ser nunca más las calles del silencio"


Wendy Guerra reclama la calle:

¿Desde que aprendí a caminar los transeúntes, todos los que he visto son y han sido revolucionarios? ¿Qué esquema nos da el derecho de embotellar, de ideologizar a un peatón?

"La calle es de los revolucionarios", decían esta semana las voces desde la televisión nacional. ¿Las limpiarán y las restaurarán sólo los revolucionarios? Esas vías las transitan quienes conocen y quienes desconocen la dimensión semántica de la palabra. Quienes han dejado de creer y a quienes aun les va la vida en ello van a salir juntos de sus casas y transitarán juntos estas mismas calles. Quienes llegan queriendo creer, pero aun no conocen... ¿no pueden acaso transitar las avenidas? Sentirlas.

La calle es de quien la camina con decencia. En todo caso no será de quien pasa en su automóvil sin mirar y hace muchos años que no da un paso por ella, que no se moja cuando llueve, ni hace la cola del pan, ni lleva a sus hijos a la escuela, ni les 'inventa' la merienda, ni sortea los mil huecos para no torcerse el tobillo. Pero ni así, la calle en realidad es y ha sido siempre de todos, dije sonriendo mientras atravesaba la Plaza de Armas. Miré los libros viejos, los diccionarios hechos para comprender las palabras. Recordé cada persona con la que me he encontrado aquí. La calle es un plano tan infinito como el pensamiento del hombre. Cada cual tome la acera del sol o de la sombra.

La calle es de quienes pisan con naturalidad y respeto, y como en todas partes de este mundo, la calle en que naciste es una parte inalienable de la geografía de tu cuerpo.
Existe un pasadizo secreto, que, desde cualquier lugar nos conduce irremediablemente a nuestras calles. El patrimonio donde anclar nuestra memoria.

Cuidado con estas fallidas, vacías consignas que tanto angustiaron la vida de nuestros padres. En su nombre se quemaron en la hoguera muchos sueños limpios. Se humilló a buenas personas y se corrompieron ideales sublimes. Cuidado con las trifulcas entre cubanos, azuzar cualquier gesto agresivo entre nosotros es lamentable, doloroso, y al final, incontrolable en su secuela. Respetemos las mil opiniones que genera una realidad mil veces compleja, revolucionada.

¿No será que hablamos de lo mismo y no nos entendemos claramente por el ruido que genera la calle misma?

La escritora cubana Dulce María Loynaz, premio Cervantes, salió muy poco o nada de su
casa en El Vedado durante cuarenta largos años. Recuerdo a Bárbara, el personaje de su novela Jardín, vivía encerrada tras altas rejas que ponían coto a la realidad. Cito palabras de la autora:

"(...) Me he mantenido enclaustrada en mi casa habanera y al margen de la política que es terreno minado para un escritor. Las autoridades revolucionarias no me han tratado bien ni mal, pero me han respetado. Han sido 40 años de silencio".

Éstas no deben ser nunca más las calles del silencio.