Luis Soler
Me pasó por la cabeza bajarme del camión y terminar con toda esa locura, pero permanecí tenso y callado al lado del chofer que también estaba cagado de miedo. Seguramente él tampoco hubiera querido prestar su vehículo para llevar la balsa hasta la costa, y sin embargo ahora no podía dar macha atrás. A medida que nos acercábamos a la costa transitando por toda la calle 60 rumbo a la 5ª Avenida sin ningún contratiempo, mayor eran ya las posibilidades de tirar la balsa al agua -y en menos de lo que canta un gallo estar yo en medio de las olas remando rumbo al norte. Durante los preparativos de la dichosa balsa todo me parecía un gran disparate, pero uno a uno fueron desechados mis mejores argumentos en contra de una aventura que tenía más de suicidio que de escapismo.
El exceso de entusiasmo y las prontas noticias de los que iban llegando los mantenía imbuidos en una euforia optimista donde al parecer todo iba a ser muy fácil. Ya se veían en la calle 8, en medio de un carnaval, bailando al compás de Willy Chirino. Para ellos nada podía salir mal. Además, estábamos protegidos por los santos (según el babalawo que nos había tirado los caracoles íbamos a tener "algunos sustos" pero nada que unos tipos con buenos cojones no pudieran superar). Mi problema era que nunca había sido claro. Debí haber dicho que no quería irme así de esa manera, y todo habría quedado solucionado, pero lo dejé todo en manos del azar, que este se encargara de salvar mi reputación de valiente, pues en cualquier momento se me iban a ablandar las patas y me iba a rajar vergonzosamente.
Para mi mala suerte, los imponderables responden sólo a patrones normales de conducta. Y en un lugar donde el surrealismo es cotidiano, se mimetizan de tal manera que ocurren pero uno no los percibe. O sí, pero los malinterpretamos. Todo parecía favorecernos, hasta en la manera prodigiosa en la que fueron apareciendo todos los materiales de la balsa: Sogas, poliespuma, tornillos, tablas y cuanta cosa era difícil de resolver.
Al llegar a 5ª y 60 la luz roja del semáforo nos hizo detenernos justo al lado de la garita del guardia que custodiaba una embajada ubicada en esa esquina. Respiré profundo y rogué porque el oficial nos diera un alto (asumir las consecuencias de estar preso un par de días antes que morir en medio del océano me parecía una opción razonable). El tipo miró la punta de la balsa que sobresalía por la parte de atrás del camión y lo vimos tomar el teléfono. El chofer, en un ataque de pánico manifestó que todo se había jodido, que él pagaría las consecuencias con años de cárcel. Jorgito le gritó que no fuera pendejo y apretara el acelerador hasta la costa que para eso le habían pagado. Nadie lo vio, pero yo sí; Jorgito empuñaba en su mano derecha, pegada a la manecilla de la puerta, una enorme navaja que afortunadamente no tuvo que usar. Muchas veces me he preguntado si él era el más valiente de todos y la visión de esa mano apretando la cuchilla me hace dudar.
El chofer hundió el pie en el acelerador por toda la 60 hasta llegar a 1ª y dobló hacia la derecha rumbo a la playita de 16. Todos estábamos callados mirando para atrás, donde el chino y Raciel nos hacían gestos de dale, dale...sigan. No paramos en ninguna luz, en ningún PARE. Nadie se atravesó en el camino. Casi al llegar oímos las sirenas de la policía. Sentí que mi suerte mejoraba. Estaba seguro que algo evitaría que llegáramos al mar. En una revisión que me hice unos días antes me había salido que estaba "osorbo" con Elegguá y que para que todo me saliera bien, yo debería hacer unos "trabajitos". Por supuesto que no hice nada. Todo aquello me parecía pura tontería, puro negocio, y por si acaso, no lo hice, para que todo nos saliera mal… hacer lo que no debía impediría que tuviéramos éxito (creo que este tipo de contradicciones filosóficas entre la relatividad del éxito, la aplicación dual de la fe y el tradicionalismo criollo vs. el pragmatismo me tenían sumido en una fuerte depresión existencialista con esos típicos resultados inertes de la personalidad).
El camión se metió por los dientes de perros sin dificultad. Avanzó hasta detenerse a unos cien metros del mar. Nos bajamos y comenzamos a desmontar la balsa. Yo mirando para la calle. ¿Cuándo llegaría la policía? Imagine las luces rojas y azules salir de todas partes con decenas de agentes rodeándonos en un cerco salvador. La balsa no pesaba mucho. De pronto unas siluetas aparecieron de la nada: Eran dos milicianos. Venían hacia nosotros. Jorgito grito entre dientes: SIGAN. Ya, estábamos cogidos. Los guardias se hicieron más visibles. Dos mulatos fornidos. Sentí ganas de iniciar una estampida pero me contuve, esperando la inminente intercepción de los milicianos (y con ella el resguardo de mi coraje). Un baño de agua gélida me cayó arriba cuando uno de ellos preguntó: ¿Cabe alguien más con ustedes? Raciel –mientras seguía caminando– les contestó que la balsa era para cuatro; que no aguantaría. Entonces nos ayudaron a cargarla y ponerla en el agua. Para cuando sorteábamos las primeras olas, oí el chirriar de las gomas del camión dando marcha atrás. Imaginé una sonrisa en la cara pálida del chofer y sentí el fresco viento del norte cargado de salitre pegarme en la cara.
Que ganas de seguir leyendo compadre,HLM.
ResponderEliminarLuis Soler: Que clase de historia.
ResponderEliminarLS, No pasa nada nuevo, esto sucede todos los dias.
ResponderEliminarSer balsero es navegar uno mismo en el mar de la vida.
ResponderEliminarRaysa
¡Magnífico relato! Gracias LS.
ResponderEliminarSaludos,
MI
Handimentalista Soler, Así leída La balsa luce excusa inflable para la narrativa que nos dicta la marea (el mareo) de vivir, metáfora flotante. La aventura del viaje y las posibilidades de renovación o muerte dan sentido al intento y forma a su artefacto.
ResponderEliminarSi estos escritos no se desvían hacia Relatos de un náufrago en Miami, pueden ser un clásico de la literatura balsera de los tiempos por lo menos. Pero tal vez si se desvían, también.
Más.
Yo que no soy del Cribe y me mareo en bote siento que me faltan detalles que sugiero en forma de preguntas
ResponderEliminar¿Tu sabías con anterioridad sobre los entresijos del mar?
¿Llegan las balsas por sí mismas arrastradas por la corriente a la Florida?
¿Qué sucede en medio del mar con las "peliculas interiores" de cada sujeto...se comparten, se habla del pasado?
¿Cómo se vive el miedo en "comunidad"?
Bien son preguntas de imbècil pero ningún reportage aún me ha aclarado estos interrogantes.
Valoro que cuentes tu diario y que como mínimo yo pueda decir que tengo un amigo balsero que soño alguna vez montar "El Bulli" en tierras americanas.
La última pregunta. ¿Por qué la mayoría de los balseros cuentan que llegaron aquí en balsa, es esto una humillación?
Un abrazo
Amilcar Barca
El hecho Luis Soler sea balsero enorgullece la profesión.
ResponderEliminarSentido relato.
Respuestas a un amigo.
ResponderEliminarSabía de los espejismos en el mar, pero estos no fueron tales. Ladridos de perros, muros de estrellas, botes de fiesta de turistas, helicopteros rojos....todos eran reales.
Las coorientes son dos. Una aproximadamente a 18 millas de la costa de la Habana que arrastara tood hacia las Bahamas en un tramo de 8 millas de ancho. Luego un impas de mar en calma de unas 20 o treinta millas, depende de la región. Luego viene la segunda con unas 10 y que se dirige al golfo de Mexico. Los balseros la comprueban con un cubo y una soga.
Las peliculas interiores están en dependencia de las circunstancias. Las comedias son buenas. A mi me tocó un triller.
El miedo se comparte y se combate. Imagino que como en las comunas. Si no lo superas; mueres, casi siempre sacrificado. A Olokun no le gustan los cobardes. En mi caso envio cardúmenes de cojinuas tras mis efluvios. A tiempo llegaron los espejismos del coast guard.
Comunicado lanzado en un paquete:
Ustedes han sido divisados por Guarda Costas de los EU. Una nave está en camino de rescatarlos. No deben abandonar la balsa o embarcación por ningún motivo. Este paquete contiene unas luces fluorecentes que deben ser activadas cuando vean la nave. Un papel metálico autoadhesivo que debe ser colocado en la punta de un remo o en la muñeca de la mano para ser detectados por nuestros radares. Insistimos en que no deben abandonar la balsa en ninguna instancia. Bienvenidos a los EU de A.
Almirante del comando Sur de los EUA, James Stavridis.
LS
Te la comiste Luisito.
ResponderEliminarHola Luis desde Guadalajara Jalisco & en la feria del libro, quiero agradecerte tus respuestas
ResponderEliminarUn abrazo
Amilcar
Luiso querido, qué decirte de tu relato, que yo conozco en detalle. Que me quedo esperando la segunda entrega, esa del viaje y los peces comiéndote las cicatrices de la rodilla, esa cifrada en el mayor desamparo balsero. Una historia loquísima y fundamental para aquel que desee entender la realidad de los balseros, ese golfo implacable, esas rivalidades diplomáticas que manejan el destino de los que se lanzan al mar. Esa ley inmisericorde de “pies mojados pies secos”. Cuéntanos más please, Luisito.
ResponderEliminarLuis,
ResponderEliminarExcellente. Me has puesto ahi en el momento, la tragedia , comedia, las ridiculeses, anxiedades del abuso visto y escondido. El todo en que se a forzado y lantemente transformado nuestro pueblo. y sus pensamientos. Como nuestra alma, aunque aguada, sigue respirando. Nuestro extincto animal y cognito en busca a la liberstad, en busca de nuestro ser. Gracias por iluminar y compartir.
Saludos, y felicidades al demonstrar este gran talento. un don, el de poder expresarte y compartir estas experiencias con todos, el de ser un escritor.