martes, 6 de octubre de 2009
Memorias de Aníbal Balcells
En sí… no hay que matarlo sino hurgar y apropiarse de su espejo para no repetir su imagen, pero si descubres en el padre similitudes que desdeñas, entonces será mejor que las aceptes antes que te repudie tras el azogue que transpira su cadáver.
Amílcar Barca
Mi padre se levantaba cuando, desplazados de sus hogares, los borrachos caían rendidos en las aceras por alguna conversación solitaria con su sombra. Ahora está frente al espejo del baño, y no se ve asimismo... pobre hombre. Tiene la toalla encima de su rostro; un lienzo blanco de pocos nudos que aún mantiene las iniciales del ajuar de su noche bodas. A oscuras, todavía, abre la luz de neón que atrasa cada día más una imagen de servil. Enrosca su hoja de afeitar, sostiene la caja de cuchillas vacías con desdén y la lanza al cubilete. Nunca le gustó que el agua le tocase la piel de la cara de buena mañana y cada mañana la liturgia de vendedor sin ventas le obligaba a rasurarse la barbilla y el bigote. Mi padre no es que fuera sucio de aspecto y actitud, sino que la duda ante el infortunio, le hacía temblar en el cuello la navaja de rapar que sostenía con la izquierda.
En invierno se cubría el frío con un tabardo de cordero y antes de marchar me daba un beso rutinario en la frente. Entonces, cuando salía por la puerta de casa ...yo le seguía sus pasos a escondidas, y desde la ventana adyacente a la escalera, escuchaba la cadencia de sus pasos como si de un niño pávido se tratara. Con sutileza, contaba los cincuenta y ocho peldaños que quedaban hasta el umbral de salida del condominio, y esperaba que la estructura de hierro de la puerta golpeara al bastidor de un golpe. En aquel momento, sabía por seguro que aquel era mi tiempo, y salía a protegerme bajo las enaguas de mi madre en la cama de matrimonio. Ocupando ya su lugar, el miedo desaparecía acurrucándome en el cuerpo caliente de su esposa. La noche seguía igual de oscura hasta bien entrada las siete de la madrugada. La humedad de las amanecidas del mes de enero en mi ciudad anunciaba la obligación de levantarme para ir a la escuela: entonces, era feliz e inocentemente heroico.
Mi padre caminaba pocas veces al trabajo. Lo hacía el primer día de la semana, cuando la culpabilidad por abusar del helado de turrón con absenta le obligaba, supuestamente, a caminar una milla para perder unas libras. A mi padre le gustaba hacer pronósticos imposibles los domingos por la tarde y disfrutar de los taxis amarillos y destartalados los lunes. “¡Taxi, Taxi!- ¿Dónde se dirige señor?- Lléveme al Mercado Central de Abastos”. Nunca tuvimos un automóvil familiar. A mi padre le encantaba levantar la mano y que un carro se le plantara al instante junto a sí mismo. Como un torero, se sentía vitoreado e importante. Pero la verdad es que nunca me brindó un miura, bien al contrario, durante todo su acontecer, mi padre, se quedó observando como la vida me corneaba en mis debilidades. Este pedazo de carne podrida, descansa hoy viendo el mar en el nicho cuatrocientos veintidós del cementerio público de mi aldea. La verdad, es que nunca tuve la ocasión de hincarle el cuchillo del éxito en su cara. Como él que escribe estas memorias a diario, cada vez que me miro en un espejo, me olvido entre copas de aguardiente, si en realidad fui su primogénito. Esta mañana, mientras con la brocha me enjabonaba mi faz en el lavabo, observé entrando en mi ventana: la misma luz del albor que anunciaba la felicidad de ser yo mismo. Al salir para mi empresa, cerré la puerta discretamente de mi casa y encendí el motor de mi Aston Martin. En la avenida, un enjambre de flamboyanes en celo, matizaba los naranjas de la hora.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
11 comentarios:
AMilcar: Pura poesia.
Raysa
Bello! Estos contrastes realzan a Tumiami. De la prosa dura de Ramón Alejandro a ésta escrita a canto con la ventana soleada. ¿Recomendación? Monitor, biblioteca y café humeante, eso está muy bien para las levantadas.
Suave musiquita, llena de trino y trémolo. Escritura-sopa,muy digestiva, prefreudiana. Poesía cómoda, prosa maquillada. Claro que todo lo anterior es más visible inmediatamente después de un texto sobre el tema por el acid jazz operático y descarnado de Ramón Alejandro.
A, ser como su padre es ser lo peor. No se preocupe por las apariencias que pasa eso esta en gene.
Gran texto cargado de lirismo me recuerda la luna y las fogatas de Pavesse, un saludo a todos.
A quien le gusta Kitanos"s sonatina.
Randal Fernandez
De acuerdo contigo, Amílcar. Y creo que esto debe continuar. Estoy curioso por Aníbal.
Nunca puedes satisfacer a un padre porque entonces ya no cumpliría su función: la de guiarte por la realidad. Es decir, su realidad. Pero a la vez heredamos parte de sí mismos y maldecimos la otra que nos acompaña siempre. Abandonamos ciertos rasgos y nos llevamos otros hasta que estrenamos la caja para irnos.
Ahora que soy padre de una hija empiezo a entender lo que va a heredar de mí y la parte que me va a maldecir de mí mismo.
Si bien el personaje parece que se burle o menosprecie a su mentor en el fondo, y dentro de su aparente triunfo como hombre de negocios, no puede abandonar el alcohol para detestarse...Voy a ser un poco autocrítico ahora que he releído el texto: me sobra el "Aston Martin", hubiera sido más sencillo intuir que enciendo otro modelo menos ostentoso. Pero bueno son imbecilidades que uno hace, como dice P.I para "maquillar". Freudianamente diría que me pasa como el personaje principal y pudiéramos decir que "me tembló la hoja -mi pluma-" a la hora de afeitarme frente al texto.
Un abrazo y gracias por vuestros comentarios
Amílcar
Muy bonito recuerdo Amílcar. La imagen del padre siempre nos queda impresa de alguna manera subliminal, como una placa de metal que absorbe el alma, se guarda en un cajón y se descubre mucho más tarde.. en el momento oportuno. La chichi.
Lindo recuento AB. Disfruto esta prosa bio. Vernos en la piel del padre -ecos de Freud, mejorados...quisiera yo. RI
Volao.
AB, casi todos boxeamos en ese ring psicológico con el viejo, pero es una pelea siempre ganada por ambas partes, que a eso vinimos a este mundo, a crecer.
Publicar un comentario