Ramón Alejandro
Mi madre me provocaba lástima, con su llanto constante y sus incesantes quejas. Y su jipío asmático que me impedía dormir de madrugada me hacía imaginar que, a pesar de que la infeliz parecía estarse quejando, en realidad lo que estaba sucediendo en aquel cuarto de las grandes lunas de esos espejos enfrentados era que ella estaba gozando intensamente. Porque mi padre estaba haciendo obra de varón dentro de su cuerpo, y le estaba dando tremendo gusto con su revenque bien recio y encabritado allí dentro del mismito cénturifox de su baboso y blando regazo. Y después de esa gozadera, luego ella iba y me culpabilizaba abrazándome, y diciéndome muy patéticamente: "Hijo mio, tú eres el único que me quieres". Eso es muy fuerte para cualquier fiñe. Imagínate tú lo que eso era y cómo me caía a mí, que solamente era un chiquillo, todo nervios e imaginación desenfrenada. Aquello me dejaba turulato. Tremendo electroshock sentimental. Que no se le debe hacer eso a nadie. Porque lo que más me gustaba de mi padre era ese momento de su vida cuando se levantaba por las mañanas y se iba encueros con una toalla anudada alrededor de la cintura a sentarse en un sofá que había en el salón a la altura de la entrada del cuarto de baño. Y allí se sentaba a veces, esperando que alguna de mis hermanas rápidamente terminara de lavarse porque tenía prisa por irse a la escuela. Y a veces Tapón, que fue el último perro que tuvimos, se le encaramaba encima de los muslos y se ponía disimuladamente a lamerle los pezones cubiertos de pelos canosos, como los que por cierto le cubrían todo el resto de su fuerte pecho. Que lo que tenía mi viejo era tremenda pendejara pectoral. Y como poquito a poco se le iba zafando la toalla con todo ese ajetreo que metía el perro Tapón encaramado sobre sus muslos para tratar de mamarle las tetillas, a mi viejo terminaba por salírsele su perfecto tubo que tan bello me parecía por entre la escotadura cada vez más ancha de la toalla que se iba abriendo. Que yo no sé cóme es eso que el rabo de mi padre fuera tan prieto y morado, siendo él asturiano de pura cepa, aunque ya sepamos que los españoles son de ampanga. Y que Ampanga era un legendario reino de Angola. Que a lo mejor mi padre tenía sangre morisca, o aljamiada, o berebere o almohade. O hasta de refilón pudiera haber tenido sangre de algún negrón de aquellos que estaban ya cristianizados y aclimatados en el barrio de Triana frente a Sevilla. Porque la literatura picaresca del siglo de oro nos da a enternder que en la península ibérica la gente de pueblo no se privaba de compartir cualquier lecho de cualquier venta o posada al borde de cualquier camino. La promiscuidad no es privilegio de criollos. Y cualquier jeva queda preñada en cualquier azarosa circunstancia que sobrevenga por el camino. Cualquier hembra lo que quiere es que se la coma el tigre, y se pone para que le den candela en cualquier rincón propicio y más o menso cómodo y propicio. No tiene que ser necesariamente sobre sábanas de Holanda que se hacen los hijos.
Que estedes saben muy bien que cualquier deseperado varón la mete en el primer agujero que se le ponga delante, que hasta el culo de un maricón les viene bien si no encuentran a tiempo un bollo a mano. Porque les leche tiene que salir de sus bolsas que como están guindándoles de la ingle por fuera de sus cuerpos, cuando se acumula el semen y pesan demasiado comienzan a dolerle a cualquiera. Y que ni la Virgen de Covadonga podía quitarle a mi buen padre eso de sus genes, como ahora se dice, y de su sangre que es como siempre se dijo. Como tampoco pudo salvar a aquel rey Pirindingo, Pelayo o Fruela, o como quiera que se llamara ese rey al que se lo comió un oso, de que el oso se lo comiera. Y en primer lugar díganme, caballeros, quién fue que le mandó a ponerse a jugar a aquel jueguito de manos que tan mal terminó. Que desde el momento en que ha sido vencido, se le ha convertido en marido amo y señor. Que por eso es que entre la amistad, el amor y la admiración por una parte, y el odio y el desprecio por la otra, va tan poco trecho. Que ese es el contenido substancial y conceptual de un libro que anda por ahí en bocas de la gente titulado Adua la pedagoga, escrito por un pintor llamado Ramón Alejandro. Que lo firmó con el apellido de su madre y el nombre de su padre. Y que a medida que lo iba escribiendo se fue dando cuenta de que en realidad el gran amor de su vida había sido su padre, y no su madre como él había siempre creído. Y como su hermano Carlos trató inútil e interesadamente de convencerlo de que en realidad era la cosa. Que de cierta manera, Carlos intentó substituír a su padre convirtiéndose por cuenta propia en el padre de su hermano, pero que sin saber muy precisamente como fue que sucedieron las cosas y se encadenaron causalmente los succesivos acontecimientos, resultó irse del aire por lo desmesurado de su desamor hacia quien en estrecha colaboración con su querida madre le había dado la vida. No hay Sol sin Luna, ni pueden crecer las plantas sin que caiga la lluvia del tormentoso cielo, y sin la impasible serenidad con la cual la tierra las alimenta a través de las raíces. Porque solamente se puede amar a quien se admira, y no es posible que amemos a ese a quien le tenemos lástima.
8 comentarios:
Esa es una confesión profunda.
Deben haber puesto el "Retrato de mi Padre", pintado por Ramon, como la ilustracion. La que el pinto hace muchisimos años. El se la vendio a un coleccionista en Miami mientras que vivio un tiempo aqui. La vi el otro dia, y pense de la triste relecion que el tuvo con su padre, y la consequencia que trajo su triste relato con sus hijos, en particular Roman. es muy triste ver ese circulo seguir, y sus causa y consequencias.
Clara Vision
confidencial: le ponen un marcapasos a Alfredo Guevara.
Yo creo que ese confesionalismo literario traspasando pudores le sigue sumando irreverencia trascendente al ramonalejandrismo
Pues no. Intente pero no pude seguir leyendo despues de que Tapon se sube a su regazo. La narrativa de este senior no es para mi. Huacala!
Esa es una verdad como arbol.
Yo sé, Inkie, literatura sucia. No es para cualquiera. No conoces a Ramón. Un desquiciado brillante.
Besos a LI de RI.
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