martes, 28 de julio de 2009
Nuestro jugo es amargo pero es nuestro jugo
Ramón Williams (de su libro inédito El estudiante)
Ilustración del autor
Los días eran trastazos, duros bastonazos de ciego en la oscuridad del cuarto. El cuarto era la cuarta parte de un espacio distinto de la pintura y de la vida misma. Hubiera sido imposible definir el momento cuando pigmentos y palabras trabaron combate por el dominio territorial de la imagen, lucha cruenta por algo polvoriento como un cometa que rehusaba descorrer su velo. Frases encapuchadas escapaban por callejones oscuros, en la justa esquina de la masa gris, la palabra con su uniforme azul. Formas peludas, negruzcas o pardas danzaban en círculos sobre las telas para luego marcharse con la llave sin réplica de “algo”. Algo que vendría después, cuando la casa de las cosas quedara a solas, vacía de certezas reticentes y de calzos construidos para que la puerta de lo decible no escache la nariz. Cierta media noche Nilo ventiló una sospecha. Quizá la carcoma de sus desvelos no era libidinosa y triangular como había supuesto. Gendarmes del logos lo arrojaron del mundo tras los ojos y de la cama. Sintió en la lengua un ardor inconsolable y un deseo de gritar. Hizo de la Remington un telégrafo y estuvo gritando en Morse el resto de la noche. Los vecinos exhaustos roncaron arrullados por el trastabilleo sincopado de la máquina. La parrafada se estiró, arrasó márgenes y devoró sangrías. Se hizo adulta a las ocho líneas y a las veinte fue senil. Se detuvo. Debió ver su expresión yerta, de visionario. El dedo meñique sobre la eñe y un hilo de baba amenazando con descolgarse de sus labios. ¿En qué rincón del castellano la palabra obscuro…? Entonces vio en el espacio en blanco donde el tipo debió golpear, la cara de su padre, el anillo sostenido en el aire, entre los dos. Vio también a los diminutos tigres del viento atravesar el aro que descendía moroso. Se vio a sí mismo hundido en el azul, que tres metros más tarde se haría tan turbio que cegaba. Era el mismo azul que un tiempo después lo abrazaría como a hijo descarriado. Nilo escuchó, entre los ronquidos de Lógicus en el apartamento contiguo y el escarceo de la costa, aquel chasquido en el agua, la palabra final de una misión riesgosa en las entrañas de algún monstruo. “¡Vaya el niño divino!” -Dijo el padre y le dio un beso-, “quizá nunca vayas preso ni te acusen de asesino.” Nilo tosió, la eñe se hizo. El Nilo de baba se precipitó anegando una grieta en el piso donde un hormigote sonámbulo encontró la muerte. En un gesto desesperado el insecto había extendido sus patitas a Nilo pero éste no llegó a verlo -absorto como estaba en los remordimientos. Boquiabierto el escritor recordaba el momento cuando, días antes, abandonó a la perdición aquel anillo de su padre. Indiferente, como quien incinera cartas viejas para desocupar espacio, lo había visto saltar de su mano y rodar a la hojarasca al borde del trillo de asfalto.
Esa mañana de viernes, mortificado por la visión, Nilo rodó los muebles y los santos y apuntilló nueve cartones en las paredes del apartamento. Los encoló en las horas tempranas y al mediodía salió por una docena de naranjas. No se le volvió a ver hasta la tarde del miércoles cuando lo visitó Armando. Nilo asomó a la puerta y el santiaguero exhumó del primer plano la faz de los sepulcros. Ojeras como lentes oscuros, los braidlocks revueltos entre la cola reseca y virutas indescifrables, un bigote incipiente todavía incapaz de filtrar las emanaciones propias de un cocodrilo ebrio. Saludos de lejos, de lado. Armando hubo de sortear lagunas de aguarrás y nubes de moscas revoloteando sobre el promontorio de hollejos de naranja. Un paso al otro lado de las cáscaras y quedó atrapado en una estancia de formas circulares resueltas con agua, carbón y unas pocas tintas coloridas.
-¿Qué te luce? –le instó Nilo sin rodeos y apuntó con los temporales hacia los cartones diseminados por el cuarto. -Como le llames pero el asunto se hincha y revienta tu cara de taumaturgo si no entiendes que uno pinta lo que no puede bajarle a los otros de otra manera. Bien pintado igual bien dicho. Simula que no simulas y vencerás. -Tanto mejor si con el chispazo para las retinas te procuras los frijoles, la semana en Cayo Largo, pasajes a Dusseldorf, residencia en Roma y trajes de diez mil. -Te faltó la simultánea televisada de todos los niños hambrientos del planeta. Pero algo así, -sonrió Armando- nunca fue obligatorio asumir el pedo de la conciencia crítica ni andar naturalmente peludos como quería Rosseau. Lo que pasa es que la gente escoge, toma partido, si te parece mejor. -Como escogemos un paraguas, atropellados por el tiempo. Es así como pintar se va reduciendo a un desempolvar archivos, atrapar ecos, refreír conceptos. Un disfrazarse de indígena indomable pero laborioso, con guiños metropolitanos más o menos colgables, alma-cenables. -Dicho así es burdo -replicó Armando. Yo pinto y la cultura es fondo, música del universo. Les dejo a los otros el panfleto culto del ademán de dirigir nubes. Lo que hago puede ser ese paraguas abierto bajo la lluvia de la postmodernidad con sus tentáculos intemporales. -Uno transparente para que pase la luz -asiente Nilo y alcanza las tres últimas naranjas. -Dejadme pintar y dejadme pintar en paz. -Y el poder es una estrategia en jugo.-Las naranjas saltan entre las manos de Nilo, una de las tres siempre en el aire, excluida. -Y nuestro jugo es amargo pero es nuestro jugo.
Hola Ramon. Te mando saludos. Hace tiempo no te veo, desde lo ultimo de Winwood.
ResponderEliminarBuena jornada Mr. Williams. Se te echaba de menos.
ResponderEliminarToma un buen cognac, y olvidate de nuetro jugo.
ResponderEliminarLos días eran trastazos, duros bastonazos de ciego en la oscuridad del cuarto. El cuarto era la cuarta parte de un espacio distinto de la pintura y de la vida misma. Hubiera sido imposible definir el momento cuando pigmentos y palabras trabaron combate por el dominio territorial de la imagen, lucha cruenta por algo polvoriento como un cometa que rehusaba descorrer su velo.
ResponderEliminarCuadro habaneramente pictórico-literario
Saludos, gracias, buenas noches, hip...
ResponderEliminarCómo visualizar las invisibles líneas que conectan el jugo de naranja, el juego de pelota y la "generación Columbia".
ResponderEliminarRafael, cómo te lo preguntas ya es una visualización. Existe una voluntad de ver que ayuda a descubrir los lazos, esas líneas invisibles entre generaciones de artistas y tradiciones de lenguaje. Tu nota carga materia para todo un ensayo. Gracias
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