Jesús Rosado
Cambalache, el memorable tango de Enrique Santos Discépolo fue estrenado en 1935. Toda una pieza de texto disidente y adelantado. Desde entonces tuvo que sobrevivir al veto de la corrupción y a las sucesivas dictaduras de nuestro hemisferio, porque en su canto, nutrido de la jerga lunfardo, deliraba una visceral denuncia a los valores más decadentes de la sociedad de ese siglo XX, problemático y febril. Época que reducida a carroña una y otra vez por los grupos de poder, se ha prolongado inmutable al cruzar el milenio. El Cambalache, tan lleno de vigencia como ha podido advertirse en el post de hoy, ha sido objeto de las más diversas versiones. Desde estilos que van del más crudo milongueao hasta la estridencia del heavy metal. La manera en que lo canta Serrat, además de ser portadora del garbo con que el catalán siempre nos atrapa, cuenta también con suficiente elocuencia como para lograr entender y disfrutar plenamente esas estrofas descarnadas que comenzarán certificando en su voceo suburbano: Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé... (¡En el quinientos seis y en el dos mil también!) Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dublé... Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos...