La defensa del centro

Ramón Williams
Ilustración del autor

Un anciano con barbas, manos y voz de anciano, arenga a una multitud de escamas congregadas en el espacio de una noche. Las escamas son leves trazos de un naranja plateado sobre un libro viejo; la multitud enloquecida aplaude las palabras del anciano quien lleva en las espaldas alas enormes. La multitud repite a coro el nombre del anciano y este con un ademán pide silencio a la multitud. Mediante toques suaves altera el orden de las vergas-micrófonos que emergen del estrado. Los toques crecen deslizantes y en medio del silencio surgen trémulos zumbidos de los altavoces. Las vergas-micrófonos crecen, se dilatan y contraen y otra vez se dilatan en ritmos espasmódicos, púlsateles; la esperma cristalina salta de ellas con estrépitos de cañones y campanas en obertura de Tchaikovski. El anciano bebe de la esperma a borbotones, se harta, eructa, peda y apenas moviendo las alas se eleva al cielo. Las escamas fervorosas miran a lo alto; ejecutan aplausos que son un aletear e igualmente remontan el vuelo a un cielo casi líquido. Semejan una manada de estrellas fugaces, plateados peces voladores en salto hacia la noche.