jueves, 9 de abril de 2009
Entrar y salir del pánico
Cristina Fernández
Una tribuna para la paz y la democracia, de Antonia Eiriz
He visto con asombro fragmentos filmados en el Centro Wilfredo Lam, en la Habana, donde en nombre de un performance algunos cubanos pudieron hablar “democráticamente” durante un minuto. La tribuna -ese obsoleto moderador de espectáculos- pudo ser podio de atrevimiento. Esto me hizo recordar “Una tribuna para la paz democrática”, esa obra magnífica de Antonia Eiriz, que languideció unos treinta años en los fondos del Museo Nacional. Fue pintado en 1968 cuando Antonia lo había visto casi todo. En 1961 es clausurado Lunes de Revolución, suplemento cultural donde Eiriz colaboraba con ilustraciones. Esta situación la exorcisó en “Réquiem por Salomón”, el personaje emblemático de Chago Armada que, como Liborio o el Bobo de Abela , cuestionaba los signos de los tiempos. En 1962, cuando la Crisis de los Misiles, pinta “El vaso de agua”, por aquello de provocar tormenta en pequeño recipiente. Dos años más tarde pare “la Anunciación”, motivada por Guido Llinás, a quien siempre llamó su maestro en la pintura. Luego de estudiar ampliamente el tema termina creando este imprevisto encuentro entre esa mujer de pueblo y el ángel fatal: el inevitable peso de las circunstancias. Virgilio Piñera le dedica un relato “La rebelión de los enfermos”. A su casa de Juanelo fueron a tertuliar Konchalovsky, Saura, Cortázar, Roberto Matta, Yanis Ritzos. Sus amigos comenzaban a marchar al exilio. A Heberto Padilla, quien le había dedicado un poema en Fuera del juego, Antonia le predice con las cartas que algo relacionado con la justicia estaba por sucederle. Por la calidad de su trabajo la UNESCO le concede en 1966 una beca. Regresa y pinta “Una tribuna…” con el que participa en un concurso donde le vetan el merecido premio. J. A. Portuondo, en Bellas Artes, la cuestiona y humilla directamente y el cuadro parte al desván de la censura. Esto y circunstancias afines llevaron a Antonia a dejar de pintar. En una reunión con funcionarios de cultura, donde se les exigía a los artistas acercarse al pueblo, Antonia había dicho: “yo no tengo que acercarme al pueblo; yo soy el pueblo”. En su misma casa, con los mismos comejenes” Antonia echa a andar el “milagro de Juanelo”, filmado por Oscar Valdés en 1974 en “Gente de pueblo”. Antonia, además de repartir limones, hielo, teléfono, comienza una labor comunitaria donde vincula plástica, artesanía, teatro. No fue hasta 1991 en que el público pudo reencontrarse con su obra en la Galería Galiano, gracias a la persistencia y estímulo de un grupo pequeño de personas vinculadas al arte. Allí pudieron verse parte de sus ensamblajes hechos en los años sesenta , dispersos por su patio y devueltos a la vida súbitamente. Manuel Gómez, su viudo y amigo, me contaba cómo el pintor Nelson Villalobos posicionaba un orinal en la calle para que una guagua lo aplastara e incorporarlo a un trabajo. Por esa misma época mi hermano y otro amigo pintor la visitan en el Hospital Ameijeiras donde intentaba recuperarse de una depresión aguda. Les dijo que al tratar de pintar entraba en pánico. Pero las cartas le habían dicho que volvería a hacerlo. Dos años más tarde, en Miami, en casa de su sobrina Susana, comienza a crear con la ayuda de su familia y amigos, entre ellos su ex-alumno Tomás Sánchez. Una operación en el Mercy Hospital también le aliviaría las secuelas que le trajo la polio desde su niñez. Algunas galerías la invitan a “exponerse”, “la quieren colgar”, como ella decía. Ganó una beca Guggenheim y su obra “Entre líneas” fue escogida para participar en la muestra que acompañó a los Juegos de Atlanta, lo que le provoca el chiste de que ella, con su pierna renga, iba a estar en las Olimpíadas. “El cuadro fue escogido por alguien bien importante del mundo de los museos de los caras pálidas […]”, le escribe a Graziella Pogolotti. Lo cierto es que nunca llegó a ver su trabajo expuesto en el lugar, muy cerca de donde se explayaba “El Grito” de Munch. Un ataque repentino al corazón se lo impidió. Este año cumpliría sus ochenta esta mujer que decía que pintar le costaba mucho. Entonces habrá que creer en el destino y agradecer a su hermana Mercedes que la desviara de su vocación de modista para hacerla entrar en San Alejandro. Alguien en Cuba tenía que pintar esos lienzos paradigmas, y le tocó a esa mujer pequeñita y frágil, como apuntó Julio Girona, a quien le costaba trabajo asociarla con sus telas “que daban la impresión de estar hechas a machetazos, fuego y brochas de pintar casas”. Esa mujer había nacido un primero de abril de 1929, en un barrio de la Habana, anónimo hasta entonces.
Buen texto Cristina, Antonia no se merece menos.
ResponderEliminarEso si es una pintora. No la partida de pintorcitos de tercera que abundan por aqui.
ResponderEliminarFelicidades Cristina. Tremenda pintora.
ResponderEliminargracias Cris, sentido y merecido texto. Antonia, Lina de Feria, grandes obras, grandes mujeres, autenticas vidas, no como otras, de las q rajabamos en el weekend, segun kike como par de resentidas sociales, jijiji, but we know.
ResponderEliminarabrazo
inge
Lindo recordatorio de Antonia, a propos de podios y microfonos...
ResponderEliminarFelicidades, Teresita. Muy merecido premio. Espero leer pronto ese adelanto anunciado por Alexis en su esquina centrohabanera.
Cristi, gracias por tu escrito, y por como dice Ingeborg, acercarnos al espíritu de una gran mujer. Interesante que la tribuna desierta sea leitmotiv de las artes plásticas y preformativas cubanas. ¿Alguien recuerda otra tribuna además de las tribunas de Eiriz, Juan-Sí y Bruguera?
ResponderEliminar¿Dónde está la tribuna de Eiriz en estos momentos?
RI
Gracias, Cristina. Este tributo es de los impostergables. Rosie, cuando salí, La Tribuna de Antonia estaba relegada en algún oscuro rincón del Museo. Voy con otro valiosísimo tributo que vale la pena publicar:
ResponderEliminarA n t o n i a E i r í z
Esta mujer no pinta sus cuadros
para que nosotros digamos: “¡Qué cosas más raras
salen de la cabeza de esta pintora!”
Ella es una mujer de ojos enormes.
Con estos ojos cualquier mujer podría desfigurar
el mundo si se lo propusiera.
Pero esas caras que surgen como debajo de un puñetazo,
esos labios torcidos
que ni siquiera cubren la piedad de una mancha,
esos trazos que aparecen de súbito
como viejas bribonas;
en realidad no existirían
si cada uno de nosotros no los metiera diariamente
en la cartera de Antonia Eiríz.
Al menos, yo me he reconocido
en el montón de que me saca todavía agitándome,
viendo a mis ojos entrar en esos globos
que ella misteriosamente halla,
y, sobre todo, sintiéndome tan cerca de esos demagogos
que ella pinta,
que parece que van a decir tantas cosas
y al cabo no se atreven a decir absolutamente nada.
Del libro “Fuera del juego” (1968) por Heberto Padilla
Excelente post, Cristina. La pieza de que hablas fue muy importante para nuestra generación. Ahora puede no parecer gran cosa esa tribuna con fantasmas de vuelo casi anunciando el neoexpresionismo... pero recuerdo estar en casa del Gory en los 70 tempranos y conversar sobre esa pieza. Los músicos y los plásticos se llevaban muy bien. Había una especie de simbiosis muy productiva entre ambos. No conocí a Antonia Eiriz hasta los 90 tempranos en Miami. Recuerdo que conversé con ella largamente un día. Conversamos sobre esa pieza y aprendí pormenores. Bueno, basta de teque. Felicidades.
ResponderEliminarQué bueno que el post se amplio con tan buenos comentarios, y el poema de Padilla puesto por JR. El cuadro luego de treinta annos fue expuesto en el Museo Nacional, en el edificio ahora habilitado para la coleccion cubana, que curiosamente es el mismo lugar donde funciono por annos el siniestro cuartel del DTI (la policia economica cubana). ya ven, el arte purificando esos muros. Qué bueno, AT, que conociste a Antonia...
ResponderEliminarCristina
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ResponderEliminarMuy merecido homenaje.Anamaria
ResponderEliminarQue buen texto, chica. Entonces, donde esta la tribuna de ella, todavia se conserva?
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