lunes, 2 de marzo de 2009
La carne es débil (no así los productos de la R.D.A.)
Ramón Williams
Ilustración del artista
Era menester hacer. Saltar, correr, gritar: ruido, mero ruido, pero hacer. Ni el obrero más agotado del mundo tiene potestad para quedarse quieto a la vista de un muerto así. Uno que mira derecho a los ojos y suplica, desde su parálisis, por algo que no alcanzamos a saber. Se siente que el difunto exige más que implora porque lleva consigo la diadema del gran acaecer. “¡Hágase el ruido, derrámese el hacer! ¡Muera el silencio que me anula!”, gritaba la muerte a través de los párpados abotagados, tibios todavía. Más allá del silencio y el ruido, los recuerdos (como los hechos) son testarudos. Nada es tan tenaz como la memoria allí donde no la llaman. Este muerto vivía a su pesar los días finales de guerra otra vez: Sintió el suelo ceder a la pisada, el trueno surgir del polvo, su cuerpo elevarse y caer. Silvano tuvo tiempo de ver volar su pierna por los cielos y abatirse a unos pies de su cuerpo. El no sentía dolor pero aquella parte suya se retorcía, arrojaba sobre el polvo; igual a un compás loco, se plegaba sobre sí misma en claro intento de incorporarse y correr hacia los arbustos pero tropezó con el cuerpo de Nardo el trovador, a quien la metralla le había entrado de frente. Los ojos del desmembrado y los del muerto tropezaron por un instante. Desde los primeros días de guerra, bajo el fuego de las emboscadas, entre los estallidos de las minas destripando caravanas, Silvano nunca se preparó para la muerte. La imaginaba atravesada en los días finales, cuando pudiera estirar un pie y pisar las calles de La Habana. No calculaba que aquellos eran los días finales de la guerra y que la tierra de buena parte de sus ancestros reclamaba la remesa de cuerpos robados en otros siglos. Mirando la mirada del muerto, Silvano creyó entender algo: La muerte propia, la muerte del trovador y la de todos los hombres que no regresarían del África, eran pequeñas muertes escasamente distintas de una misma muerte gloriosa y vacía. Todas, a lo sumo en un decenio, no pasarían de ser un punto, una línea, un espacio blanco en los cánticos de la historia oficial de la isla. En la televisión, un desfile de velorio múltiple, un número acordado de cajas vacías con ornamentos de bandera y retratos de los héroes podridos lejos de casa. El mundo se le iba a Silvano cuando aparecieron los camilleros. Al despertar ya estaba en Cuba. El equipo de médicos destinados a los mutilados de guerra debió esperar varios meses antes de confirmarle lo de la esquirla en mal lugar de la carne, allí, donde una cicatriz pequeña se le dibujaba sin decirle mucho en los momentos del baño. Luego de toda clase de consejos por parte del departamento de sexualidad militar y la promesa de Silvano de asistir a las consultas, le dieron el alta. Desde entonces comenzó a preparar el disparo en la sien que lo sacaría de la miseria impotente de su miembro de miembro del Partido. Como las armas no estaban realmente en manos de ningún pueblo, resultaba un calvario conseguir una pistola en las calles de La Habana, sin un pie y con fama y cara de militante. Decena de sacos de yeso era todo cuanto conseguía con facilidad. Así que se dedicó a la yesería mientras no consiguiera el hierro para volarse los sesos. Entonces apareció Regina. Ella, que había aparecido en calidad de traficante de íconos de yeso, terminó por asomarse a los restos del héroe. Vio Regina el muñón y la partecita distrófica por donde entró la esquirla. “Todo tiene remedio” le dijo. Nunca más soñó Silvano con el rostro del cantor ni su pierna se incorporó más en las pesadillas. Regina traía en sus maneras la cura para la angustia. La idea del disparo en la sien envejeció y murió en la sien. Nilo, en su viaje por la retina de Silvano, llegó a la pubertad; a la negrura de un cuartico en el cerro, a la voz de muchacha que lo apremiaba entre las sombras. Tanteo en el vacío hasta poner sus manos en la cara que sabía hermosa, registró los pechos que sabía pequeños; alzó el vestido, atravesó la frontera, aró con los dedos los vellos que anticipaba bellos y bordeo la humedad. Quiso ser todos dedos y despertar rendido en el fondo de aquella prisa. “No hay prisa” le decía ella, ronca de las ganas y él sentía ahogarse las palabras en el torrente de sangre que le golpeaba el oído. “Es peligroso, si no vamos a la cama se sale”. Se alargaba el juego, se alargaba el tramo presto a hendir y la muchachita se resistía aferrada al butacón. “De pie, lo mejor es elevarle una pierna todo lo posible y luego el sable” Nilo había escuchado decir a los pornosbios de la temporada. Fue entonces que tiró de aquella parte que sabía hermosa y su corazón se detuvo. Se detuvieron los gemidos y el tiempo untoso del cuartico del Cerro. La luz se había encendido a causa de tropezar con el conmutador lo que Nilo tenía en su mano. Esta pierna era tan larga y derecha como la otra; cubierta por una media fina, osada como ciertos recortes de género que procuran no cubrir nada. Maravillosa, casi humana. Pero la carne es débil, no así los productos de la RDA. La muchacha usaba de bastón el mueble, como si la mezcla de luz y silencio fuera un viento que pudiera arrancarla del suelo. Había plomo en su mirada y la pierna única todavía la sostenía. Nilo sopesaba el objeto teniéndolo en vilo por el tobillo, igual a un carnicero burlado. Entre sus piernas el monstruo tieso trocó en bichito adormilado.
El monstruo tieso trocó en bichito adormilado??
ResponderEliminarVaya.. vaya..
Hay tela alemana por donde cortar.
ResponderEliminarLas checas y las risas estaban buenisimas y se prestaban para todo con tal de saborear el tropicoooooooooo!!!!
ResponderEliminarHola Ramon.
ResponderEliminarTal como lo conocemos hoy el mercado es confianza en el mercado. Una vez perdida del todo esa confianza canten bolero.
ResponderEliminar¿Supieron las "grandes culturas" desaparecidas de la humanidad cuál fue el primer día del descenso? Pocos miramos dónde estamos parados.
¿Los productos médicos Cuba-RDA, Ramón? ¿Tiene nombre la muchacha de El cerro?
Sí, La del koko. ¿Qué puedes esperar que le pase a la conexión koko-cuerpo si alguien se te desarma en el trance de la calistenia?
ResponderEliminarTela alemana, tela de Finlandia, tela de Angola...
Las risas o las rusas me da gracia por dónde tomó tu lectura. Vale.
Hola.
Patria, se llama Patria por supuesto. Y todavía averiguan sobre qué estamos parados.
Las gracias y felices insomnios.
Hay siempre algo en tus escritos que me transporta en la memoria.
ResponderEliminarOjalá te transporten estos escritos al lugar más cálido de la memoria, que se localiza muy cerca del centro nervioso del frío olvido y que se asocia con la visión periférica del futuro más brillante de los posibles.
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