viernes, 13 de febrero de 2009
De mi reciente visita a las ciudades de Palma Soriano y Santiago de Cuba (con reparto de La Víbora incluida)
Ramón Alejandro
Por supuesto que fui a Palma Soriano, y entré hasta el mismo patio de tu casa donde crece un árbol de naranja agria y otro de guanábana. Está bastante bien pintada de verde claro, y actualmente alberga un bufete colectivo de notarios. Tiene a la entrada una placa que dice que es un heroico centro de trabajo o algo de ese jaez. Los que nos la mostraron están muy contentos de su buen estado de conservación, sobre todo el baño con sus baldosas y revestimiento de cerámica art deco intacto. Verde, negro y crema, si mal no recuerdo. Hay una escalera caracol recubierta de mampostería por fuera, con espaciados agujeros como si quisera ser una sumaria y algo recatada celosía. Las pinturas de aves, cisnes, gaviotas u otra especie de emplumado cuerpo y huesos ahuecados que aún vuelan en tu memoria, han sido ya varias veces repintadas y habría que descarcarar las succesivas capas de pintura que las cubren para que pudieran alzar su poético vuelo y lucirse de nuevo a la luz del sol. De todas formas es la casa más guapetona del modesto pueblo, y pudiera estar muy bien plantada entre las que adornan al Vedado o a La Víbora. Al llegar, primero le preguntamos por tu abuelo Don Mariano Esteva Lora a un viejo con bastante evidentes signos de depresión nerviosa, que estaba sentado aburridísimo en el contén frente a la casa contigua, y que se me antojó "de época". Y en efecto, había conocido a tu abuelo y al hablar de él le dió el calificativo de "Muy Buena Persona". Luego el chofer santiaguero que nos llevó hasta allá nos envalentonó, y con cierto pudor nos atrevimos a decir a lo que veníamos, y luego a pedir que nos dejaran visitar el interior a ver si encontrábamos aquellas aves perennes que allí estuvieron pintadas. Todos fueron extremadamente amables con nosotros. Después nos fuimos a buscar la finca o vaquería de tu tía. Pasamos por varias instancias administrativas averiguando, y desde la entrada de una de ellas pude ver una buena parte de la Sierra Maestra con todo el azul de su lejanía echado encima. En camino vimos un árbol con flores semejantes a orquídeas de color violeta, y pasamos por timbiriches en trance de desmonte después del final, seguramente apoteósico, del reciente carnaval. El suelo estaba tan enchumbado de grasa de cerdo que yo creí que todavía estaban vendiendo pan con lechón del fuerte olor que despedía. Por desgracia ya no quedaban ni chicharrones y teníamos hambre. Varios fueron los que nos dieron diversas indicaciones y sugerencias. Existe una finca de las características que me dijiste a la salida del pueblo después del puente de un trébol de reciente factura camino de un pueblo llamado ahora Mella, o con el nombre propio de algún otro héroe del proceso, que seguramente antes se llamaba Tumba Cuatro, o Cucalaméquete del Bajío o algo equivalente. El administrador, un flaco de bigote que se lo tomaba todo muy en serio, nos dijo que efectivamente esa señora Carmen Rosa, la antigua dueña, él se recordaba muy bien de que se había ido con su familia al Norte en los primeros tiempos de la Revolución. Seguramente era tu tía. No pude sacarle fotos a tu casa, ni a la finca Santa Rosa, porque Maikel se había gastado la reserva de la carga de la cámara filmando un toque de santo para San Lázaro el día de la víspera de su fiesta que tuvo lugar por los muelles del puerto de Santiago para probarme donde había ido, porque volvió a las nueve y media de la mañana sin que yo supiera donde estaba. Le dio por irse a beber cada noche después que yo me acostaba cansado de caminar por la calle Enramada y el Parque Dolores, el Tivoli, Chicharrones y otros barrios de la ciudad, con unos mulatos que incansablemente celebraban un vago cumpleaños desde hacía tres días en una casa situada en la misma calle San Pedro donde nos alojábamos. Otra vez, después de que yo cogí tremenda nota bailando con una deliciosa orquestica de Siboney que tocaba esa noche en la Casa de la Música. Bailé tanto y con tanto brío, para tener encima una tan venerable edad como la que tengo aunque, según me dicen seguramente para halagarme ciertos amigos, sin demasiado ostentarlo, que perdí uno de los dos aretes que llevaba colgados del lóbulo de mi oreja izquierda. Maikel ni corto ni perezoso con nota simétrica e igualmente paralela a la mía, se mandó a instancias y sugerencia del prieto e interesado chofer con el que me llevó a encerrarme a dormir la mona en nuestro albergue, hasta Palma Soriano, que en su borrachera decía llamarse "Palmira o algo de eso". Porque durante tres días consecutivos se estaba celebrando un carnaval, el mismo carnaval cuyos restos mortales pudimos disfrutar olfativamente cuando visitamos el pueblo. Esa vez volvió a las doce del mediodía siguiente pretendiendo no haberse acostado con nadie. Y capaz que es cierto porque lo suyo de verdad es la nota boba que se la pasa hablando mierda con el primero que se le apropincue. Que cuando no son los santos es un carnaval, o si no, las cotidianas orquestas que animan casi cada esquina del centro de Santiago para locura de las europeas que se frotan y remenean con los oriúndos, y muy especialmente con los de la antiguamente llamada "raza de color". Antes de volver de Palma, Maikel se comió una pizza tan asquerosa, calentada a penas en un mal simulacro de horno napolitano en una rústica tienda instalada en el portal de una casa particular que estaba toda cubierta con pinturas alusivas a los atributos de Changó y que por supuesto se llamaba "Santa Bárbara", que todavía se me revuelve el estómago al recordarla. El refresco que se metió entre pecho y espinazo, porque ese extraño líquido oscuro no merece que hablando de él se use el verbo beber, se exhibía en una pecera llena de grandes bolas casi redondas de hielo. Como si las hubieran hecho con calcetines o bolsas de plástico porque yo nunca antes había visto hielos tan grandes y redondos en toda mi vida. Y se quedó tan campante y después por la noche cenó de lo más bien. A él se le ocurrió que dibujara tu casa, pero la calle Maceo no daba demasiada perspectiva para abarcar bien sus dos pisos, y sólo tenía conmigo un bolígrafo y un cuadernito muy chico para eso. Te imaginé merodeando de niño por el parque que queda dos cuadras más lejos. Y pensé en lo distante que ahora estás de todo eso. Pero no te tuve lástima porque ya tampoco la siento por mi mismo. Irnos fue una gran suerte para todos nosotros. Aunque volver a La Víbora siga siendo un placer inenarrable para mi. Hacía cincuenta años que yo no había vuelto a Santiago. Me bañé en la playa de Siboney el mismo día del solsticio de invierno, y el agua estaba sabrosísima. Ya estoy de nuevo en México. Las últimas dos semanas empecé a extrañar mi disciplina de trabajo. Por suerte pude hacer mi Bandera Ubérrima en cuatro jornadas, y volveré a verla expuesta en la Bienal este mes de marzo que viene. Paseé a mi sobrino francés por La Habana y estuve celebrando las fiestas con la familia de Maikel y todo el contexto sociocultural del cual él es inseparable. Después de pasada la primera sorpresa, Emmanuel ya se iba acostumbrando a que los visitantes se echaran al suelo y sonaran el agogó de Ochún y la maraquita de Elegguá al llegar a la casa. Tu casa está ahí. En mejor estado que la mía. Y nosotros vivitos y coleando. No hay mal que por bien no venga, y todo lo que sucede conviene, mi hermano.
Palma Soriano...tierra de mis abuelos.
ResponderEliminarHermoso. Santiago es la unica provincia, q no conoci. Olga Diaz, q nacio en Palma Soriano, me contaba como desde alli veia las montanas violeta de la SM. algun dia ire.
ResponderEliminaringe
Ramon: siempre leo tus cronicas alejandrinas.
ResponderEliminarMe encanta ese relato santiaguero. De ahí es mi padre.
ResponderEliminarY yo visite las ruinas de Pompeya, pero nunca fui a Herculano... Ruinas del pasado, que solo sirve como un guia hacia la ilusion de mañana, y la aceptacion de hoy.
ResponderEliminarMe toca muy de cerca este texto. Nací en Santiago y aunque no sé bailar, la sinuosidad de sus callecitas yendo a morir a la alameda aún me desvela. Allí conocí personas maravillosas. Allí la gran parte de mi familia sigue viviendo esa vida áspera y caliente, pero endulzada con algunos mangos que saben a gloria.
ResponderEliminarCristina
Lo que te has perdido Mano de visitar ese lugar...
ResponderEliminarRamón, soy fan a tus escritos. Nunca estuve en Santiago y con tu ambientación, me sentí en la ciudad. No pierdas el hábito, please.
ResponderEliminar¿porqué le pusieron santiago?
ResponderEliminarHey Tumiamiblog People, Happy Dia de Valentino Kornikovik Teleskoveik!!! Moscibiksh!!! :+)))))))))))))))))
ResponderEliminarLe pusieron Santiago porque siguio su camino.!
ResponderEliminarAfredo que curioso en el video aparece una Harmony guitar de la cual tengo una identica mint , un instrumento barato que se vendio en Sears por esa epoca , ningun instrumento nuevo puede emular el sonido que producian estos(antiguos) , los componenetes electricos de antes eran hechos con metales y sustancias mas puras y esto influye en el sonido, esto es una teoria "improbable" ya que no hay una formula tecnica que los reprodusca
ResponderEliminarWillie: Estás claro, brother.
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