La Geografía

Amílcar Barca

Cuando apenas tenía 10 años -hacia el año 1965- entre los pocos libros que llevaba en una cartera de piel de cordero estaba uno que yo adoraba: Geografía Universal. Era un libro de formato apaisado con un bola del mundo entre las manos de un niño. En la imagen, el pequeño exploraba con su índice los meridianos y parecía que el azul del océano se abalanzase contra él. La estructura de contenidos... la clásica: geografía física, humana y política. (¿Geografía política a los diez años?). Sí. Franco quería que supiéramos desde bien temprano que había sido de la España Imperial que habíamos perdido. En aquel libro, Argentina, a parte de la risa que nos producía el nombre de su capital por su asociación a una ventosidad ( ...que nadie se ofenda por favor, fue una cuestión de la edad), sabíamos que era rica en carne de vacuno, que México tenía petróleo (a parte de mariachis), que Chile nos suministraba nitratos para el abono de tierras, que en Australia no sólo existía el canguro sino también el aborigen, que en Bombay habían castas y elefantes que sustituían a las grúas, que de Cuba venía el azúcar del café que tomaba mi padre por la mañana y el tabaco de vuelta abajo que aspiraba mi abuelo, o que en EE.UU. Kennedy había sido asesinado de un tiro en un descapotable a plena luz del día. Pues bien, el profesor, el hermano Fulgencio Ventura -yo asistía a los Maristas- nos animaba a practicar un juego que se decía "a mapas", así, con la preposición delante y consistía en averiguar una ciudad, un río, una cordillera, o cualquier accidente físico o geográfico que apareciera en el atlas. ¿A dónde voy con todo esto? Al final de mi maestría en comunicación, una periodista de un medio digital muy importante, mientras conversábamos en una clase sobre el conflicto en Oriente Medio, de la manera más sencilla y relajada pero en voz baja me preguntó. ¿Por cierto dónde queda Egipto?. Ni corto ni perezoso, abrí los ojos como si fuera su propio espejo a quien se dirigiera escondiendo mi sorna le contesto: "Pues mira yo tampoco lo sé". Esperando que la respuesta al menos la emplazara a meditar sobre la posible ignorancia o la gravedad que esto implicaba para ella, mirándose a distancia sus radiantes uñas postizas me respondió. "¡Ah! bueno, si tú no lo sabes, no debe ser muy importante". Dixit.