Uno llega a ser grande por lo que lee

Ingeborg Portales

Llevo más de un mes tratando de terminar “La misteriosa llama de la reina Loana”, de Eco, en español, porque debo confesar que en inglés tiré la toalla. Personalmente esto no sería nada preocupante sí no tuviera recuerdos de un pasado. Empatar la mañana con la siesta, días relajados y noches en vilo, acompañada de Tonio Kroger, Julien Sorel, Hans Castorp, Taras Bulba, Raskólnikov, Holden Cauldfield, Mario y el Mago, Los Buddenbrook, Addie Bundren, Adrian Leverkuhn, papá Goriot, Bola de Sebo. Hoy ni alcanzo a ver mi tiempo evaporándose, entre el trabajo, mis hijas y el inglés. Hasta ahí todo se justifica. Pero tengo que seguir confesándome. El poco tiempo que me queda libre se termina de esfumar entre Netflix y el ciberespacio. Reservando la oscuridad y el silencio de las noches para el primero y la seguridad del día para navegar. Revisar todas las cuentas de correos. La de hotmail porque fue la primera, la de gmail porque alguien me dijo que tenía más espacio para las fotos y videos, la del College por obligación. Ya cerré yahoo, la cual tuve que abrir porque en Cuba, todo el mundo sabe, el hot está bloqueado, así que era la única vía para, privilegiadamente, poder chatear con mi padre hasta que se retiró. El ritual diurno, matinal (y, o) vespertino, continúa. Luego pretender estar informada, algunos periódicos y revistas más que menos. Palabras claves y of course, a ver qué pasa por este, nuestromiami, y otros blogs de aquí o allá. Y ahora como si fueran pocos ¡pario Catana! esa suerte de droga virtual o facebook. Dice un amigo que el ‘caraelibro’ es peor que ser del Opus Dei y asistir a misa cada día. Ahí estamos siempre, de cuerpo presente. Muro de congratulaciones. Fue precisamente por el ciberespacio que recibí un mensaje de mi padre en Cuba: “te cuento que desde el sábado estoy leyendo “El número trece y otros cuentos de humor” de Saki, seudónimo, de Hector Hugh Munro (1870-1916), escritor inglés (nacido en Birmania) que murió prestando servicio en el ejército, en un combate en Francia en la Primera Guerra Mundial. Los cuentos de Saki me gustan, me saben muy británicos, con ese cierto humor social inglés. Antes de este libro me había leído “El hombre del banco” novela policiaca de George Simenon, (1903-1989), belga, que me gusta mucho porque describe la sicología de las gentes, el costumbrismo local, de una manera muy detallada. Te he dado un “teque” de literatura, para que veas como empleo parte de mi tiempo sacando libros de la biblioteca municipal. Ahora el tiempo se me hace muy largo… No conozco lector tan voraz como mi padre. Y lo que es mejor, ha releído todo lo leído, una y mil veces. “La guerra y la paz”, fácilmente y sin exagerar más de cinco. Yo, ni amenazada de muerte, podría recordar quiénes era los Bezukhov, Volkonsky, Rostov o Kuraguin. Paradojas del destino, mi padre, que fue marinero, y los conoció casi todos, no ha podido navegar por estos mares virtuales, pero quién sabe si para su desdicha, o su suerte. Yo, acabo de “revisar” un “nuevo” blog “literario”, no he leído a Saki, ni a Simenon, espero no sea tarde…. ¡Por fin recuerdo un post! Creo que E. tiene razón y espero, en el mejor de los casos, que la escala de valores sólo haya cambiado y no desaparecido. “Lo que explica que se lea a García Márquez como si se leyera a Faulkner. O se escuche a Madelaine Peyroux como si se escuchara a Billie Holiday”.